En enero tendremos Eugenio Oneguin en el Real, después de 15 años desde la última vez. En ese 2010 en que empezaba la era Mortier, nos visitó el Teatro Bolshoi de Moscú, en el rompedor montaje de Dmitri Tcherniakov, que escandalizó al público moscovita en su estreno en 2006. Tanto, que Galina Vishnevskaya, tras calificar el montaje de "obsceno", decidió cambiar el sitio la celebración de un homenaje que se le hacía por toda su carrera.
La gran diva rusa había cantado esta ópera de Tchaikovsky en el montaje clásico de
Boris Pokrovsky, estrenado en Moscú en 1948, y que fue representado allí hasta 2005. Muchos montajes de óperas rusas del Bolshoi habían sido filmados en vídeo durante los 80 y primeros 90, con la excepción de este Onegin. Finalmente, en el año 2000 fue emitido por televisión y posteriormente comercializado en DVD por el sello TDK.
Esta mítica producción es como una sucesión de pinturas, de estampas típicas del Romanticismo ruso. A pesar de que son decorados que hoy se verían como de cartón piedra, incluso se ve que las paredes y los paisajes nevados en las ventanas están pintados, cuando se enfocan los primeros planos; tras ver esta superproducción uno entiende por qué la versión de Tcherniakov molestó tanto. Aún así, hay detalles preciosos, como en el primer acto ver un monasterio al fondo del paisaje. Así, la primera escena tiene bellísimos árboles y el portón de la casa de Larina dominando la escena. El majestuoso salón del tercer acto es lo más conocido del montaje, con esas enormes columnas, ese blanco elegante y pequeños muebles azules. Un poco más flojas son las escenas en pequeños y más íntimos decorados, donde las paredes parecen menos realistas, como la habitación de Tatiana y la casa de Gremin. A diferencia del montaje de Tcherniakov, el baile está bastante presente, y bien defendido por el Ballet del Bolshoi, especialmente en la danza campesina del primer acto y en la famosa Polonesa del tercero.
El veterano
Mark Ermler dirige a la
Orquesta del Bolshoi en una excelente prestación. Curioso que esta misma orquesta decepcionara tanto bajo la batuta de Dimitri Jurowski en el Real. Ermler dirige con tempi más bien rápidos, con las cuerdas de la orquesta sonando con intensidad. Los interludios están bien dirigidos y se nota la experiencia y el buen hacer de Ermler, con una interpretación sl servicio de la interpretación de los cantantes, pero al mismo tiempo su dinamismo resulta áspero, en consonancia con las grandes batutas rusas.
En una época en la que la edad de oro de las voces rusas no estaba tan lejana todavía, incluso si esta puede considerarse una función más de compañía, el nivel es bastante alto. Todos los cantantes no obstante suenan nasales debido a la pronunciación del idioma ruso.
Vladimir Redkin es un Onegin de enorme voz, de timbre robusto, firme, y de presencia escénica imponente.
Maria Gavrilova es una Tatiana dramática más que lírica, con una voz de timbre mas bien oscuro. Está pletórica de voz, y en el tercer acto suelta un bello pianissimo.
Nikolai Baskov hoy en día es un tenor que canta pop. Incluso, participó en el vergonzoso concierto que Putin organizó en la Plaza Roja para celebrar la anexión de cuatro regiones ucranianas el año pasado. En esta época, era un tenor de la compañía de la ópera de Novosibirsk. También en estos años colaboró con Montserrat Caballé en sus giras, incluso cantó en la Cleopatra de Massenet cuando nuestra diva la cantó en Barcelona y Madrid en 2004. Sin embargo, pese a su timbre juvenil y su voz lírica, es un tenor insuficiente para Lensky. No hay lirismo, sino inseguridad y poco carisma, una voz que no parece fluir como debiera.
En Rusia siempre ha habido una cantera enorme de voces graves. Y eso se pone de manifiesto con el elegante y bien cantado Gremin que interpreta
Aik Martirosyan, el brutal, de ultratumba Zaretski de
Alexander Korotky, quien debió de hacer un Varlaam fabuloso.
Yelena Novak es una Olga que es casi una auténtica contralto, con una potente y grave, aunque un poco nasal, voz.
Galina Borisova también es una mezzo interesante como la vieja Filipyevna. La soprano
Irina Udalova es una cumplidora Larina, en un rol que no da mucho lucimiento. El veterano
Alexander Arkhipov es un galanteMonsieur Triquet.
En definitiva, se trata de un Onegin que si en el Bolshoi es una función rutinaria, hoy en día sería aplaudidísimo. Si este equipo musical hubiera venido a Madrid otro gallo nos hubiese cantado. No será el mejor Onegin del mundo pero es la mejor opción posible para empezar y conocer la obra debido a su ambientación clásica.