https://www.youtube.com/watch?v=YBr1w6XKQDQ&t=524s
Para alegría de los bergianos del foro, está en Youtube (no en el mejor sonido posible, eso sí) el vídeo completo de la legendaria Lulu de Anja Silja, procedente de la ópera de Stuttgart en 1968, filmada para la televisión y en un montaje del no menos legendario Wieland Wagner.
Este vídeo supone una oportunidad doble: por un lado ver la interpretación de una de las más notables intérpretes del personaje, y por otro el ver una de las escasas producciones en vídeo que tenemos del nieto de Wagner, el único de una ópera que no es de su abuelo, aunque con la endémica mala calidad de imagen, aunque se sabe que el canal arte tiene una copia de mejor calidad, de la que emitió un fragmento. En los años 60 se podía ver óperas en televisión, filmadas en estudios para este propósito, del mismo modo que lo fueran las grandes obras de teatro. Y las teatros alemanes se sumaron al reto, de hecho hay producciones en DVD de aquellos años, como Los Maestros Cantores o Fidelio.
En el caso que nos ocupa, la producción filmada para la televisión, al margen de la calidad, posiblemente no haga demasiada justicia a lo que debió de ser en un teatro, debido a la artificiosidad y limitaciones de un pequeño estudio frente al magnetismo de un teatro con orquesta en vivo. Entre otras cosas, se nota lo artificial en que hay una pausa explicativa al final de cada interludio donde unos intertítulos explican el argumento de la obra. Las intenciones provocadoras, reflexivas y llenas de aristas del estilo de Wieland pueden advertirse aquí, sin embargo la estética y el estilo son muy diferentes al minimalismo poético de sus producciones de Bayreuth, y hoy en día este montaje sería visto como muy conservador y en algunos aspectos pasado de rosca.
De entrada, podemos ver quizá la más fidedigna representación del prólogo, con una enorme carpa circense en cuyas jaulas están exhibidos los animales, como el tigre-Doctor Schön, y Lulu es traída por August, vestida con un pierrot. Tras el prólogo se levanta la carpa y vemos una arena de circo con las jaulas protectoras, en donde transcurrirá toda la obra. El público verá esta confrontación circense, en la que la serpiente juega y derrota al resto de animales de la naturaleza. Al fondo hay una puerta de cortinas, por la que salen los artistas de un número de circo. Esta arena también puede ser entendida como la jaula de fatalidad en la que caen los hombres que se han rendido a los encantos de Lulu, y de cuya participación participaremos. El vestuario no concreta la época donde transcurre la obra: tan pronto Lulu viste como en la época de Wedekind como en los años 50 o en los 60. Mientras que Schigolch parece una versión malvada del vagabundo de Chaplin, Schön, Alwa y la Geschwitz (con un peinado garçon) parecen sacados de los años 20. La escena segunda tiene una estética violeta que representa a la casa del pintor, mientras que la casa de Schön en el segundo acto parece un salón decadente y lóbrego a medida que transcurre la acción. Como es lógico, en esta época la obra no estaba aún completada y la solución habitual era presentar los dos actos con los dos movimientos finales del tercero. El inconcluso tercer acto es una selección de frases del cuadro final: vemos al negro matar a Alwa, a la Geschwitz derrumbándose ante el cuadro de Lulu y finalmente el asesinato de esta y de la sufrida condesa a manos de Jack el destripador. Aquí ya no veremos salones burgueses sino una celda sucia y miserable de madera, símbolo de la miseria, degradación y destrucción que recae finalmente en la protagonista: la venganza del destino por haber causado la corrupción de todos los que la aman y el destino de alguien que rechaza y es rechazada por la sociedad.
Anja Silja, musa y pareja del director de escena, está aquí en la cúspide de su carrera y su belleza. Silja ha sido siempre un animal escénico y en ello descansa su leyenda, la intensidad teatral con que abordaba sus personajes, y en esta época su juventud y belleza (tan deseadas por Wieland) hacían más realistas a las heroínas que interpretaba. Lulu es un vehículo en el que la soprano alemana pueda explotar todos sus recursos operísticos. A nivel interpretativo, poco puede reprochársele: su seductora presencia, su germánica y seductora sonrisa y su cabellera pelirroja transmiten estéticamente la fatalidad del personaje, así como también su actitud despreocupada ante las tragedias que desata. Silja transmite, a su manera, el manejo cínico y depredador de la seducción que Lulu hace, pero del que al mismo tiempo ella no parece ser del todo consciente: lo que mata a quienes la aman, a ella la revitaliza hasta casi el último momento. En el primer acto Silja aparece juguetona y descarada, pero al mismo tiempo indiferente de la suerte de todos, aunque obsesionada por el doctor Schön, el único por el que ella siente una vinculación y que puede plantarle cara aunque salga perdedor. En el segundo acto vemos en ella a una Lulu cómplice de sus amigos, y tremendamente depredadora de Alwa, con todas sus armas de seducción, resaltadas por la belleza de la entonces jovencísima soprano.
Su voz merece un apartado. Gran intérprete, como cantante pese a tener una bella voz, no está exenta de matizaciones. Niña prodigio, la tesitura natural era de soprano lírico-ligera hasta que empezó a abordar pesos pesados como las heroínas wagnerianas, Salome, Marie y Lulu, bajo la tutela de Wieland. Si empezó siendo referencia en estos roles, a la larga eso fue lo que terminó por estropearle la voz y hacer que cambiase de repertorio, por suerte con gran éxito. En este momento la voz sigue en plena forma y los agudos (tan tendentes a abrirse cuanto más alto fueran) son aún imponentes. Silja consigue salir airosa del reto y lograr que sea uno de sus personajes insignia, sumado a su destreza teatral. Memorable en el segundo acto.
El resto del reparto tiene un buen nivel, pero inferior a la protagonista. Carlos Alexander, habitual de Bayreuth, sin embargo no consigue hacer justicia a la contraparte de Lulu, el doctor Schön. No tiene la belleza vocal ni el porte de noble decadente de un Fischer Dieskau ni la severidad terrorífica y de sonido de villano de un Mazura, ni la autoridad de un Wolfgang Schöne. Su Doctor Schön no está mal cantado pero juega en una liga inferior. Por otro lado, su actuación no es del todo convicente: parece un aburrido y rancio burgués que irrita más que otra cosa. Richard Holm es por el contrario un buen Alwa, el discreto y gris hijo que se enamora terriblemente, y además bien cantado. Willy Ferenz como Schigolch, Rudolf Knoll como el prólogo, Stefan Schwer como el príncipe y Wiliam Wildermann como el atleta están a un buen nivel tanto musical como interpretativo, pero no dejan de ser cantantes de compañía, a menor nivel de unos titanes como Hans Hotter, Helmut Pampuch o Gerd Feldhoff o Gerd Nienstedt para estos personajes. Sona Cervená era una intérprete conocida de la Condesa Geschwitz en esta época. Su creación es el de una joven liberada, bella, sensible y frágil vestida de forma masculina, y bastante atractiva. La voz es buena, pero la ausencia total de agudos en el terrible final de la obra terminan por empañar tan bello momento.
La dirección musical de Ferdinand Leitner no puede apreciarse demasiado por el mal sonido que afecta mucho a la orquesta, pero lo que se escucha es propio de un buen maestro concertador.
Los amantes de esta ópera no deben dejar pasar esta oportunidad de ver este histórico documento, especialmente por su genial protagonista, así como el ver una lectura clásica pero con el confundible sello provocador de su director de escena.
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