Todas mis esperanzas estaban depositadas en Meade, especialmente desde la magnífica Anna Bolena que nos sirvió hace un par de años, pero “Tacea…” me dejó a medias y luego sufrí mucho en “D’amor…”, sus dos arias de lucimiento. No le faltó instrumento, no. Su voz lució poderosísima por encima de todos, pero no encontré la fantasía que esperaba, ni a veces la delicadeza que necesitaba, siendo a veces férrea, en unos tempi muy lentos en los momento de lucimiento para explotar su fiato. Por otro lado, Meade no es actriz, por lo que se mantuvo a menudo hierática en el escenario. Afortunadamente no la hicieron cantar tumbada en el suelo, lo que se agradece en general: no soporto ver a los cantantes arrastrándose por el suelo e intentando cantar desde él. Así que me quedo con Meade en Anna Bolena, no en Leonora. Sin embargo, en los números de conjunto, no tuvo ningún problema para eclipsar a los varones. Gran ímpetu, tal vez demasiado, pero en esos casos no solo no me molestó sino que me gustó. Así que no coincido con la crítica general sobre ella, que la adoran incomprensiblemente, pero tampoco me pareció que estuviera mal del todo. Para mí la que estuvo al máximo nivel fue la Azucena de Rehlis, mezzo que no conocía. De voz bella, tal vez demasiado, potente (se comía al tenor), fácil en agudos y sobrada en graves, de capacidad actoral que me recuerda a Cossotto, creó un personaje creíble y maravillosamente cantado, especialmente en el racconto “Condotta ell’era in ceppi”, pero también en los números de conjunto, como en el terzetto del octavo cuadro. Irregulares estuvieron tanto el tenor como el barítono. El primero, Preti, negoció con el director un tempo muy rápido, que deslució su romanza, pero estuvo confiado en su cavatina “ah si ben mio”, y también en la pira, aunque de los dos Do4 del final que la tradición impone sólo dio uno. Nada que objetar sobre cosas no escritas. Pero en algunos concertati su voz no brilló. Algo parecido le pasó a Lavrov. Sus primeras intervenciones resultaron erráticas y carecieron de brillo, también en tempo muy rápido. Luego demostró que su aria “Il balen …” la llevaba muy bien preparada, para a continuación tener ciertos problemas en los concertati. El coro estuvo estupendo como siempre, en el esperadísimo miserere e incluso en la ruidosa escena de la fragua, y la dirección, pues exactamente como se deduce de lo escrito anteriormente: no ahogó las voces con el volumen de la orquesta, pero a veces no me agradaron los tempi. En cambio la dirección de escena me pareció discutible, pues por un lado obligaba a paros musicales en momentos que no le conviene a esta ópera, y el movimiento en escena de donde intervienen personajes secundarios denotaban mucha rigidez de recursos (incluido también la gestión de las primeras voces en algunos concertantes sobre todo si tenían que manejar la espada). Sólo el octavo cuadro me pareció emocionante, pero el nivel, en rasgos generales, resultó solo suficiente. ¡No he entendido la crítica periodística, repito!
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