Ante todo, no hagan la del dominguero como yo: parece ser que se pronuncia
Azzalayah.
Disco HIP muy HIP casi enteramente HIP (y el casi es por Joan Sutherland) del barroquismo de los 80. Debe decirse, ante todo, que la obra es una verdadera preciosidad: un intermedio entre ópera y oratorio, mucho más cerca del
Dido and Aeneas de Purcell que del Mesías, y en ese sentido, mucho más próximo a una tradición británica con la que Händel evidentemente trataba de congraciarse, y que tiene mucha música espléndida, en especial para el coro.
El cual, para el tipo de coro que es (sopranos voces blancas, altos falsetistas y tenores y bajos bastante del palo), está muy acertado en la forma, la sonoridad y el estilo. Menos logrado encuentro globalmente, siempre dentro de esta austera excelencia HIP, el conjunto instrumental, más propenso a contrastes no siempre justificados. Y entre los cantantes tenemos un cuadro muy homogéneo de prestaciones muy en esa línea: el bajo (es un decir) David Thomas está esmeradísimo en las agilidades, James Bowman (que nunca me entusiasmó, pero aquí está muy musical) y un joven Anthony Rolfe Johnson hacen prestaciones muy aseadas, el después célebre (lo que es la vida) Aled Jones, como niño soprano, está realmente original en el papel del rey elegido y Emma Kirkby, como su madre, no vibra un sonido (pero ni uno), instalada en una fijeza cuyo mayor mérito, si cabe decirlo así, es su pasmosa homogeneidad: está todo igual de fijo arriba, abajo, en el canto tendido, en el movido, en el paso, en el centro o por la derecha. Lo que no es fácil, si se piensa. Y la nota discordante del holístico fresco vocal es Joan Sutherland (o, en realidad, la edad de Joan Sutherland).
El papel de
Athalia Azzalayah no es largo. Además del recitativo, consta de tres arias (lenta la primera, virtuosística la segunda, mínima la tercera), una por cada acto de la obra. El aria de salida es, y lo digo con muchísimo dolor, de lo peor que dejó grabado Joan Sutherland. La cual, sinceramente, nunca lo petó en las arias lentas de Händel (o no tanto como en las rápidas), pero ya a los sesenta no puede ni con el fluir melódico ni con la tesitura ni con ná. Sin embargo, hay que ser justos en remarcar que el resto de la prestación es mucho más atendible: el brío vocal y el tempo más vivo hacen de su segunda aria un gran momento, evocador de antiguas solvencias vocales hoy rarísimas en la ópera barroca, y el recitativo está trabajado (más que el del resto) y es razonablemenete expresivo. Y por ello, pese a todos los problemas, debe tenerse la labor de la soprano como un testimonio válido de cómo se tomaban a Händel los artistas de la generación anterior, que con años de Giulio Cesares, Alcinas y Rodelindas devolvieron validez a la obra de un compositor antaño reducido a la música acuática y el Mesías.
¿Hubiera sido un mejor disco con la Azzalayah de Yvonne Kenny? Probablemente sí. Pero sinceramente, si cantara Yvonne Kenny no la habríamos escuchado.