Valencia sigue ofreciendo funciones de ópera, no cómo antes, pero casi, y Rossini o la alegría de vivir se interpretó con un aforo importante, digno de revuelta callejera, preparada o no. Sólo un asiento vacío de tanto en tanto para separar a los comprantes de entrada, que pueden ser grupos de hasta cuatro personas, y las mascarillas nos recuerdan a la pandemia. Y es que ya se sabe que lo que en un lugar y condiciones contagia, en otro no, dependiendo de la autoridad competente. Que en un Mitridate en Valencia de 3 horas y con más de 1000 personas no se contagian. Sin embargo, en Barcelona, hora y media y 500 espectadores no es un ambiente contagioso, pero un ratillo más o un puñado más de espectadores, si es de lo más contagioso. Y eso es ciencia pura, hechos empíricos, resultados probados. Aunque si en vez de Mitridate es la Traviata con soprano de éxito, en Barcelona todo cambia. En otro sitio, puede que sí, puede que no, depende del día, la hora, el minuto, el segundo, o de lo que haya comido el tiranillo de turno. El virus, que es muy obediente, sabe dónde, cómo y cuándo debe actuar. Yo ya aprendí muy pronto que el bicho se activa atendiendo a razones de estado, por eso, allá por el mes de mayo, cuando murió mi tía, sus hijos, mis primos, no pudieron estar con ella, ni hacerle un funeral ni asistir a la cremación (dudan que las cenizas que les dieron sean las de ella). En cambio, dos días más tarde, cuando murió Julio Anguita, hubo capilla ardiente en el ayuntamiento de Córdoba y cientos de personas en el funeral, porque, como si fuera fiestón de Pedro J., el funeral del califa rojo era COVID free. Así nos va.
Y así, con la cierta incertidumbre de que será y que haremos estas Navidades los que tenemos a la familia lejos, con la duda de todo y la certeza de nada, alimentada por la falsedad, el desconocimiento y la sobreinformación desinformada, la inmersión en la burbuja de la alegría rossiniana, y si además está bien interpretada, es un soplo de aire fresco, que nos reconcilia con la humanidad, o parte de ella, aunque sea menguante.
La Cenerentola es una maravilla sin tregua, en la que el tiempo vuela, y los conjuntos de arias duetos, tercetos, cuartetos, quintetos, sextetos y coros se suceden con ritmo frenético y sin respiro. ¡Es tan fácil salir con una sonrisa de algo así! Además, en Valencia, casi todo acompaña a disfrutar de una sesión redonda, de las que al salir todo el mundo va con una sonrisa en la boca, y eso, en estos tiempos, vale muchísimo.
La puesta en escena es de Laurent Pelly, es muy pellyana, exigiendo a los cantantes un esfuerzo físico importante, con una coreografía muy compleja pero muy estudiada y con mucho sentido, y muy colorida y efectista. Es una Cenerentola tipo Betty la fea que adolece de dos errores entre muchísimos aciertos: el escenario queda extremadamente abierto y a veces se canta muy lejos de la orquesta, haciendo a las voces, que, siendo rossinianas, algunas no son de volumen excesivamente grande, de difícil audición, y además, debido a la exigencia física ya comentada, algún cantante llega exhausto a su canto, con la respiración jadeante y el fiato resentido. En cualquier caso, es una puesta en escena extraordinaria.
La orquesta, dirigida por Carlo Rizzi, adoleció de pulso rossiniano, de viveza y alegría en el sonido. ¿Estuvo mal? No. ¿Fue memorable? Tampoco. Eché en falta crescendos arrolladores, ritmos saltarines, vamos, más Rossini. Y es que, en Valencia, durante un tiempo, cuando atábamos los perros con longanizas, disfrutamos del inmenso Alberto Zedda. ¡Qué tiempos!
La Cenerentola fue Anna Goryachova, de timbre eslavo y voz oscura, destacó por un despliegue físico brutal, y una aria final, Non piú mesta, muy lucida ella, en la que se lució. Muy bien en las agilidades, Goryachova gustándome, no me entusiasmó. Hay que reconocer que su interpretación actoral merece toda mi admiración. Es una interpretación (la ha hecho también Isabel Leonard) imposible para alguien que no haga deporte un mínimo 5 días por semana, hecho que invalida a casi todas las Mezzos del mundo, por ejemplo, a Cecilia Bartoli.
El charming prince fue Lawrence Brownlee. Su Ramiro fue como es Lorenzo, adecuado en el estilo, fácil en los agudos y en las agilidades, luciéndose en su momento, Si ritrovarla, io giuro, pero con momentos de escasa audición por su volumen, no muy alto de serie, y por una escenografía que no le ayudaba nada. Recuerdo al joven Juan Diego en el Liceo, con Joyce en la senda de Yankee Diva y Patrick Summers destrozando la partitura, como, aun teniendo JD también un volumen muy bajo, la belleza de su timbre y la pulcritud de su técnica compensaban la justa audición. Brownlee no es JD, ni en belleza de voz ni en brillo. Si no fuera porque temo me suspendan el partido, diría que me resultó demasiado oscuro su timbre, aun estando en estilo. Como no quiero que nadie abandone el campo, no lo diré. En cualquier caso, estupendo.
Dandini il cameriere fue un gran Carles Pachón. No le había oído nunca y me alegro de que tengamos un buen y joven barítono, con enorme carrera por delante. Su volumen, junto al del soberbio Carlos Chausson, fue el de mejor proyección y recorrido de todos. Voz natural y limpia, que para un barítono hoy en día es decir mucho, cantó con gracia y belleza y tiene un color de voz muy interesante. Además, se le vio, a pesar de la juventud con mucha seguridad y aplomo. Excelente.
Don Magnifico fue el incombustible e inconmensurable Carlos Chausson. Que decir de él. Inmenso en su interpretación, su voz, su dominio de escena, su proyección, su arte. Un fenómeno hecho cantante. Dios le guarde muchos años al supermaño de mi querida Zaragoza.
Alidoro fue Riccardo Fassi. No estuvo mal. Su volumen también era pequeño y se resintió también por la puesta en escena, cantando casi siempre muy alejado del foso. Tiene buen gusto y timbre agradable, pero no se puede enfrentar a orquestas grandes ni orquestaciones densas.
Tisbe y Clorinda fueron las alumnas del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo Evgeniya Khomutova y Lasisa Stefan. Ambas muy graciosas, monas, pero muy flojas cantando. Yo ya las he olvidado.
El coro, esta vez exclusivamente masculino, atentando contra la igualdad y la paridad de forma intolerable, ni cantando con la mascarilla puesta pueden disimular lo buenos que son, como siempre.
Entre el público asistente, destacó una pequeña gran colección de habitantes de Onda, que dirigidos por Amolaopera dieron lustre y distinción a una magnifica tarde de ópera, una burbuja dentro de la pestilencia, una reconciliación con el ser humano y un olvidarnos de lo que ha de venir, de lo que nos han de hacer, de lo que van a legislar ahora que estamos maniatados, con la guardia baja, mas no desprevenidos. Sólo espero que cuando todo esto acabe, no tengamos la memoria floja y nos acordemos del atropello y el desatino.
Saludos
Última edición por Mandryka el 19 Dic 2020 18:17, editado 1 vez en total
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