Ante las funciones de Il Trovatore en el Real que empiezan pasado mañana, me he dado una doble sesión trovatoresca.
Primero, el legendario y popular DVD de la función de Viena del 1 de mayo de 1978, dirigido por
Herbert von Karajan, con un reparto de absoluta antología:
Plácido Domingo,
Raina Kabaivanska,
Piero Cappuccilli,
Fiorenza Cossotto y
José van Dam. Ahí es nada.
Esta función está a la altura de los grandes registros en cedé. Sin tener el mejor tenor ni la mejor soprano, todos los solistas alcanzan un nivel vocal de ensueño, legendario. Primero porque están todos en su mayor plenitud vocal, segundo porque sus maravillosas técnicas son capaces de deslumbrarnos, y por lo tanto saben de qué va esto de cantar a Verdi, tercero porque son auténticos animales escénicos y cuarto porque están bajo una batuta legendaria.
Karajan sabe plasmar todo su dominio de la partitura, de su tensión dramática, consiguiendo una interpretación orquestal ágil y electrizante en todo momento. No obstante, muchos de sus registros son legendarios: el de Callas, Di Stefano y Gobbi en la Scala, el de Corelli y Price en Salzburgo en 1962 y el presente vídeo, además del notable registro con Bonisolli en estudio. ¿Se trata posiblemente del mejor director en disco y vídeo que haya tenido esta ópera? La respuesta para los entendidos. El coro vienés, tan maravilloso como siempre.
Un joven
Domingo aparece aquí con una bella y juvenil voz. Pese a sus limitaciones, como el do de pecho y el agudo que requiere este rol, consigue entre otras cosas unas memorables versiones de
Deserto sulla terra y
Ah si, ben mio, aunque esta última no la cante en el deseado estilo belcantista. La Pira es emocionante, pero naturalmente hay mejores versiones.
Kabaivanska consigue salir más que airosa del reto de cantar Leonora, con un legato exquisito y un pianissimo estupendo, además de estar estupenda en el primer acto. Como actriz convence como la heroína de apariencia frágil pero resuelta.
Cappuccilli juega en una liga superior. La voz es hermosa, con una proyección intachable y un porte aristocrático convincente.
Van Dam canta bellamente el rol de Ferrando, aunque le falte un poco de italianità.
En esta grabación, un universo aparte es la
Cossotto como Azucena. Fue mi primera Azucena en vídeo y eso te marca. No es solo que sea un animal escénico, a veces exagerada para el gusto moderno, sino también es que su interpretación es capaz de captar y transmitir, a través de sus expresiones y su canto, el conflicto interno de Azucena: esa pobre mujer dividida entre el sincero amor de madre hacia su hijo adoptivo y sus deseos de venganza que terminarán por devorar a éste. Esa guerra interna la ha llevado prácticamente a la locura. Cossotto consigue un retrato aterrador y a la vez hipnótico de esta mujer quebrantada. Vocalmente, aún está en plenitud (¡qué graves!) pero en ciertos momentos la voz está próxima a dar algunos signos de desgaste, y prueba de ello es que patina en el agudo final en
sei vendicata, oh madre! Por lo demás, la interpretación vocal es intachable: el grave en
Stride la Vampa es sobrecogedor, y la belleza de su centro en
Condotta ell'era y en
Ai nostri monti es insuperable. Una interpretación de obligado conocimiento para todo aficionado, e imposible de olvidar.
La producción es completamente funcional y bastante olvidable, muy en el estilo Karajan: amplios espacios presididos por símbolos o escasa decoración para intensificar la acción dramática: en el primer acto hay una taberna lograda, pero oscura. La segunda escena de ese mismo acto es un telón con motivos florales. La escena de Azucena y Manrico es quizá la más lograda y realista: una cueva con un cielo en el que despunta el sol. La escena del rapto de Leonora es una enorme valla de una iglesia, presidida por una cruz roja, que en vivo debía tener su gracia. La escena de Leonora frente a la torre es la más tétrica: no hay una torre sino una construcción gigantesca con varios arcos que dan la sensación de amplitu, una fortaleza inmensa y amenazante. El final está bien logrado, una celda funcional. Un elemento que recuerda a otros tiempos es cuando Manrico-Plácido canta la Pira a telón bajado, y cuando el coro le da réplica se alza el telón y se ve a los coristas alzando las espadas, cual función decimonónica.
Aunque hay audio completo, existe en vídeo una selección de una hora, con casi todo el rol de Azucena, de la producción de esta ópera en la Royal Opera House de Londres en 1964. Esta vez tenemos en el foso al no menos histórico
Carlo Maria Giulini y con un reparto notable:
Bruno Prevedi,
Gwyneth Jones,
Peter Glossop y una
Giulietta Simionato que lidera no solo el reparto sino la función entera.
Giulietta Simionato es una de las más grandes Azucenas de todos los tiempos, rival de Cossotto por el trono del personaje. Es también un animal escénico, pero a un nivel diferente: si la Cossotto es pasión pura, la Simionato rezuma autoridad y respeto, pero ante todo, es un animal vocal. La voz es de una belleza aterciopelada, con un centro deslumbrante, pero a la vez de una proyección prodigiosa y contundente. El grave es de autoridad. En 1964 ya se encuentra cerca del final de su carrera, y aunque no es la de una década anterior, sigue siendo un festín musical. En el segundo acto la entonación y el canto son insuperables. El agudo en el final de la opera en el "oh, madre" sigue siendo el mejor logrado del que se tenga registro, incluso si no es tan impactante como en el registro con Callas en 1950. Su interpretación del personaje está al servicio del canto, pero sus expresiones, aun con las limitaciones de una interpretación más centrada en cantar que en actuar, muestran a una Azucena temible y en la búsqueda de la oportunidad perfecta para la venganza. Su tristeza cuando le dice a Luna que Manrico era su hermano es convincente, antes de proclamar que su madre ha sido vengada, cuyo gesto con los brazos en alto es inolvidable a la vez que aterrador.
El Manrico de
Bruno Prevedi tiene una voz grata y una técnica y un volumen que hoy le harían una superestrella.
Glossop es un Conde de Luna con una voz notable y una interpretación convincente. Una jovencísima
Gwyneth Jones cantaba Verdi en estos años, antes de su famosa Brunilda en Bayreuth. Sorprendentemente, su interpretación de Leonora es bastante aceptable, con una voz dulce, una versión digna de
D'amor sull'ali rosee y un fraseo exquisito en
Prima che d'altri vivere.
Joseph Rouleau tiene una voz de bajo de carácter para su Ferrando, desprovista de belleza y gutural, que le da una brutedad interesante al personaje.
Giulini dirige maravillosamente a los coros y orquesta de la ROH, y la puesta en escena es también funcional e irrelevante: unos telones pintados que parecen ser impresionistas, aunque el vestuario de los gitanos parece más bien árabe. La dirección de actores casi no existe, y eso hace que el final, con un Manrico que se aparta del cadáver de Leonora con horror y se despide de su madre con un ademán propio de cine mudo, seguido de un repentino despertar de ésta que por un momento me causaron hilaridad cuando es un momento tan trágico. La lucha de espadas del coro al final del segundo acto daba más ternura que otra cosa.
Dos versiones de una época mejor para la ópera. Y dos Azucenas históricas, inolvidables, insuperables en lo musical. ¿Por qué no volverán esos tiempos dorados?