Finalizamos nuestra andadura por el Anillo de
Frank Castorf en Bayreuth con El Ocaso de los Dioses.
En el Oro y la Walkiria estuvimos en las dos superpotencias rivales, Estados Unidos y la Unión Soviética, respectivamente. En las dos jornadas restantes, vamos a la ciudad botín que ambas se repartieron Berlín. Tras ir al Este en la jornada anterior, en el Ocaso estamos en el Berlín Occidental ocupado por las tres potencias occidentales. Estamos, sin duda, ante la visualmente más espectacular de las cuatro óperas, con la impresionante plataforma escénica recreando hasta cuatro grandes decorados. El Berlín retratado en este ocaso está a caballo entre la época de juventud de Castorf ,con bolsas de pobreza y la ocupación, donde la inmigración empezaba a abrirse paso, y finalmente la globalización. Seguimos, sin embargo, en una lucha por el poder en un mundo de criminales zafios y de poca monta ¿se trataría de una alusión a los rivales geo y sociopolíticos de siempre que pugnan por el poder, siempre primarios bajo una capa de lujo y opulencia? Con estas sugerencias, el director de escena busca la perpetua meditación del espectador.
En el prólogo vemos un alto edificio, con la entrada al mismo totalmente descuidada, con carteles publicitarios de los años 70. Las Nornas entran cubiertas de plástico, debajo de los cuales tienen estrafalarios vestidos de fiesta, preparándose para un rito de santería. La roca de las Walkirias es ahora un panel enorme tapado, que servirá de pantalla mientras que la ya clásica furgoneta donde todos viven sigue presente. La primera escena del primer acto, el palacio de los Gibichung, es una especie de patio trasero de unos edificios pobres y ruinosos, donde se alzan una frutería abandonada y un food-truck de Döner Kebab, regentado por los hermanos, que es su centro encubierto de operaciones. Desde este puesto de comida venden comida, bebidas, rollo de carne y bandera turca incluidos, y verán la llegada de Sigfrido por televisión. El otro gran escenario son unas escaleras y una pared de ladrillos presidida por un enorme muro publicitario de neón de la marca de caucho Buna, con su famoso eslogan "Plaste und Elaste aus Schkopau", otro símbolo de la cultura popular en la RDA.
Los conflictos entre los personajes de la obra unidos a la visión de Castorf siguen presentes: Sigfrido es un auténtico gandul, machista, soberbio y rijoso, cuya reacción al ver por primera vez a Gutrune y las hijas del Rin es la de tener sexo duro con ellas. Brunilda es la gran heroína, como no puede ser de otro modo, la única que ama y tiene sentimientos nobles. Los Gibichung son representados como unos matones de barrio, Gunther un gallito cobarde que deja todo el trabajo sucio a Hagen y Gutrune como una lolita, que aunque sí está ilusionada por Sigfrido, también lo está por el coche que Hagen le promete a cambio de casarse con él. Hagen es un hombre siniestro y temible, siempre alentado por su malvado padre. Las hijas del Rin aparecen caracterizadas como unas seductoras y siempre coquetas ladronas, que aprovechan para rapiñar el puesto de Kebab antes de que Sigfrido aparezca.
Entre los momentos más destacados o llamativos del montaje está la aparición de Wotan en la enorme pantalla viendo el diálogo de sus hijas, la aparición del coro portando banderas de las potencias ocupantes, aunque también las hilarantes apariciones del extra-asistente de dirección, que en el segundo acto deja caer una carretilla de patatas en toda la escalera. Muere al final del segundo acto, porque vemos su cadáver ensangrentado en el tercero, librándonos por fin de tan molesto personaje. Mención especial merece el tercer acto: vemos a Sigfrido en la pantalla, mientras las hijas del Rin le maldicen tras rechazarle, ver cómo va al rincón donde las Nornas hicieron santería, ahora con actuales carteles antisistema donde viven un mendigo al que le roba el vodka y una prostituta negra a la que intenta cortejar. Al llegar los Gibichung y su cortijo, cae el telón que envolvía el decorado tapado, para revelarnos que es ni más ni menos que Wall Street. Hagen mata a Sigfrido con un bate de béisbol, y este muere totalmente solo a la luz de un barril, frente al puesto de Kebab, con un fuego constante. Al final, Brunilda, tras cantar parte de su escena final frente a Wall Street, al que incendiará con ayuda de las hijas del Rin, entrega a estas el anillo, tras dar un tierno abrazo a Woglinde. Las ondinas destruyen el anillo tirándolo al barril ardiendo, ante la desesperación de Hagen. Mientras todos ven como se destruye en el fuego, una pantalla arriba del todo nos muestra a las hijas del Rin viendo cómo el cadáver de Hagen se abre paso navegando río abierto en una embarcación funeraria de madera, y con estas imágenes cae el telón.
La orquesta del Festival sigue en estado de gracia, con su espectacular sonido; y aunque
Marek Janowski sigue tan inspirado como en la jornada precedente, no termina de llegar a cotas sublimes como se espera en un Anillo en Bayreuth. Los interludios musicales son bastante rápidos, algo conveniente al viaje por el Rin pero no para la marcha fúnebre. De hecho el pobre Janowski se lleva algunos abucheos en los saludos finales.
Stefan Vinke interpreta un Sigfrido más maduro como le pide la obra, aunque la voz no entre en calor hasta bien el primer acto. A partir de aquí no hará más que subir, con un agudo espectacular al final del segundo acto. Pero es en la narración de la infancia del héroe donde consigue una interpretación memorable, con la voz en todo su esplendor y con un estupendo timbre heróico.
Catherine Foster, en cambio, aparece cansada, aunque se guarda para la inmolación, de la que sale más o menos airosa. Los agudos siguen siendo buenos, pero no muy prolongados en el tiempo.
Albert Pesendorfer es un temible Hagen, con una voz de bajo profundo que electriza con su registro grave de ultratumba.
Markus Eiche es un correcto Gunther, que como actor cumple con lo cobarde y engreído de su personaje y
Allison Oakes una Gutrune estupenda, con una voz muy agradable.
Marina Prudenskaya es quizá la mayor sorpresa de la noche, con una Waltraute maravillosamente cantada, con unos graves muy bellos y una voz seductora. Y también es una buena actriz, consiguiendo transmitir la preocupación del personaje.
Albert Dohmen consigue aquí su mejor interpretación como Alberich en su breve escena. Como actor transmite las intrigas y lo siniestro de su personaje, y como cantante su voz es proyectada desde el susurro con el que musita a su perverso hijo sus planes.
De las nornas,
Wiebke Lehmkuhl destaca como primera norna con su buena voz de mezzosoprano. Las hijas del Rin están también a un buen nivel, con Lehmkuhl repitiendo como Flosshilde y
Stephanie Houtzeel como Segunda Norna y Wellgunde.
Christiane Kohl es igualmente una destacable tercera norna, con sus impactantes agudos. La bella
Alexandra Steiner cumple como Woglinde, aunque su participación aquí no sea tan relevante como en el Oro.
Y así termina está andadura por el último Anillo de Bayreuth. Todo Anillo visto aquí es una aventura. Aunque la concepción de Castorf no sea demasiado lineal (una práctica de todos modos ya habitual en varios Anillos alemanes en la actualidad), ha conseguido llevar brillantemente a escena lo que siempre se ha debatido entre público y crítica: que la historia del Anillo, así como la de Bayreuth, está ligada a la de Alemania. Sumado a su impactante puesta en escena, esta producción será recordada, para bien o para mal, durante mucho tiempo. Esperamos que el Anillo de 2020 nos ofrezca una visión alternativa tanto o más interesante que la de este histórico enfant terrible del teatro berlinés.