Seguimos con el Anillo de
Frank Castorf: ahora le toca el turno a Die Walküre.
Y también sigo sin captar la profundidad del mensaje del director de escena, pero puede decirse que en general el resultado es más espectacular y también mejora musicalmente con respecto de el Oro. En esta ocasión, Castorf nos lleva a Azerbaiyán, en plena era soviética. Azerbaiyán, país petrolífero, es la antítesis de la Tejas setentera del prólogo. Aquí nos encontramos en una época anterior, y un ambiente más rural y conservador, algo que casa con el marco en el que los personajes se mueven. Superados ya los impulsos de juventud en el Oro, ahora los protagonistas se mueven en un ambiente de mayor madurez, pero también más atados por las convenciones sociales del matrimonio y el orden, reflejados en dos matrimonios infelices: Sieglinde y Hunding, y Wotan y Fricka. Siegmund y Brünnhilde suponen una frescura en ese ambiente represor, pero ambos pagarán un precio muy alto por su libertad. No volveremos a sentirnos jóvenes y vivaces hasta la siguiente jornada. Y esa oscuridad está reflejada en esta obra: una iluminación más tenue y una escenografía que muestra esa irrespirabilidad. Estamos alejados de la libertad occidental, en un mundo con otras costumbres, que se ve catapultado a la civilización y al poder por el repentino descubrimiento del petróleo, del oro por el que todos compiten con sus vidas. Y en medio de todo esto, la lucha por el honor como consecuencia de las imposiciones sociales, a las que los mismos dioses se ven atados.
La deslumbrante plataforma escénica de
Aleksandar Denic recoge, tras abrirse el telón, un enorme establo construido en madera con una escalera igualmente enorme. Sieglinde aparece alimentando a unos pavos dentro de una jaula, vestida con un traje negro. Siegmund es un hombre herido que aparece súbitamente y cuya herida crece. Hunding aparece vestido con un traje elegante, indicativo de su condición de cabecilla tribal. Se puede ver el miedo que transmite con su mirada y la violencia que ejerce contra su mujer. En el segundo acto se ve la llegada del progreso y de la civilización, representada por iconos de la Unión Soviética, como el diario Pravda, los cigarros que fuma Wotan o la aparición de trabajadores en lo que es un descubrimiento de un pozo de petróleo. Al empezar el segundo acto se ve una imponente torre petrolera. Fricka aparecerá vestida con un traje regional azerí, con velo incluído, señal de que la pasión del matrimonio (que en el Oro ya se veía una cierta señal de caída en la rutina) ha dado paso a la indiferencia y al desentendimiento, con Fricka volcada en la religión y el honor mientras que Wotan lo está en sus negocios. En el tercer acto se ve primero a unos hombres subir la plataforma petrolífera, pero mueren al llegar arriba, consecuencia de la emisión de gases, de la divinidad (recordemos que son recogidos por divinidades para ser llevados al Walhalla) o de la Guerra (pues estamos en plena Segunda Guerra mundial) y luego a las Walkirias, enfundadas en trajes tradicionales o conservadores, que luego se quitarán para vestir como las semidiosas paganas que son en la intimidad, subiendo sobre los cadáveres de los héroes recientemente muertos. En un lado se ve un imponente barril de petróleo con un escrito en idioma azerí. Un momento hermoso es el interludio antes de la última escena en la que en la oscuridad gira la plataforma escénica. Sin embargo, la grandeza se ve un tanto interrumpida cuando antes de cantar Der augen leuchtendes paar, Wotan le planta un beso en la boca a su hija, que nos deja a todos desconcertados. Luego parece que ella no se lo toma tan mal, y tras una tierna despedida, se retira a dormir ella sola a una litera dentro del establo que está junto a la torre, sin necesidad de que nadie la duerma. Mientras tanto, Wotan golpea su lanza, y el enorme barril se enciende con fuego real (en un anillo alrededor de la apertura), iluminando así todo el Festspielhaus, tras lo cual desaparece de la escena y cae el telón.
La dirección de actores está bien trabajada, y cada personaje transmite así sus sentimientos: desde la violencia y maldad innatas de Hunding, la fragilidad de Sieglinde. Lo que más me ha llamado la atención es el personaje de Fricka: la amargura de una mujer que siempre se ha sentido engañada y que se refugia en su estatus de diosa para seguir adelante, y el desprecio con el que se dirige a su hijastra Brunilda. También llama la atención cómo de todas las walkirias, Rossweisse parece ser la más afectada y preocupada por el destino final de su pobre hermana. Esta también es uno de los personajes mejor logrados ya que responde de igual a igual a su madrastra con su sola mirada. De nuevo, los vídeos y filmaciones ayudan a entender mejor la acción que ocurre simultáneamente, como cuando Sieglinde duerme a Hunding, o cuando Siegmund retira a Nothung de dentro de la casa, o las filmaciones de la batalla de Stalingrado y de peliculas mudas rusas que nos sitúan en contexto.
El veterano maestro
Janowski mejora el nivel en esta jornada, sin llegar a la opulencia de Petrenko, cuya sombra se nota. La orquesta es como siempre una maravilla: las cuerdas funcionan maravillosamente en el preludio, transmitiendo el ambiente de tormenta, y el viento en la llegada de Hunding o en la aparición de Brunilda a Siegmund o en la cabalgata de las Walkirias nos eleva a los cielos.
Christopher Ventris sufre lo indecible con la tesitura del primer acto. Aparte de algún gallo que otro, y de la insuficiencia vocal para reflejar a un héroe maldito; se deja la poca energía que tiene en los Wälse que luego le pasarán factura, porque tras la primera répilica de Sieglinde, Dich, selige frau se queda casi sin voz. El Winterstürme no se ve comprometido por poco. En el segundo acto mejora.
Heidi Melton consigue salir airosa del reto en el primer acto, pero su voz bella y resistente, con unos agudos apreciables, reflejan la fragilidad de su personaje.
Georg Zeppenfeld es un excelente Hunding, muy bien cantado y mejor actuado, con su aspecto de tipo duro y mirada congelante.
Sarah Connolly no consigue superar la más dificil tesitura de Fricka en esta jornada hasta casi la mitad de su escena, donde finalmente consigue hacerse imponer con su voz fuera de estilo. Al menos como actriz, es bastante convincente.
Para el final nos dejamos a las sorpresas más gratas del reparto: el Wotan de
John Lundgren y la Brünnhilde de
Catherine Foster. Lundgren supera con creces a Iain Paterson en el Oro: tanto por su porte duro e ideal para un dios poderoso, como por su profunda, oscura y buena voz, tan bien proyectada como bien cantada: el monólogo del segundo acto fue memorable y estuvo en un gran nivel en los adioses. Foster se ha catapultado a la fama con este Anillo, y lo demuestra aquí. Sin ser tener el vozarrón de una Theorin, su voz consigue ser imponente, bella y con unos agudos muy buenos aunque no le duren demasiado en su canto de guerra en el segundo acto. Canta bien y como actriz transmite la fuerte personalidad de Brunilda, así como su actitud guerrera. Un gran descubrimiento.
Las Walkirias, como casi siempre con los secundarios de Bayreuth, son bastante más que dignas. Sorprendentes los agudos de
Christiane Kohl como Helmwige.
Una jornada bastante disfrutable. Veremos cómo es el Siegfried, con su Monte Rushmore comunista y su idealizada (quien ha estado allí lo sabe) recreación de postal de la berlinesa estación de Alexanderplatz.