A veces se asiste a una representación más que decente, donde casi todo funciona, dónde el reparto está muy equilibrado, pero Zas!!, de repente, un acontecimiento único, extraordinario, eclipsa al resto, que pasa a un segundo plano, que pasa lo terreno de lo olvidable.
A veces la orquesta suena brillante, con pulso y bien guiada por Roberto Abbado que se ha crecido en la desgracia, que ha pasado de casi no venir cuando era el titular incuestionado e incuestionable a dirigir bastantes óperas y bien. Tras la asombrosa votación de la orquesta, en la que dejaron a Biondi y a Abbado como a España en Eurovisión, mientras Biondi, cabreado, salió corriendo con su violín y su barroco, Abbado se creció y reaccionó como equipo tras expulsión injusta y nos está dejando un excelente sabor de boca para que le echemos de menos y cuestionemos los comicios populares tendenciosos e innecesarios.
Pero, de repente, un acontecimiento interestelar, una alineación de planetas más increíble y más difícil que la que nos descubrió Leyre Pajin del 4 de agosto, ocurre, y todo lo demás pasa al terreno de lo rutinario.
A veces la puesta en escena es de las que nos tiene acostumbrados Emilio Sagi, con paneles móviles ubicados de forma inteligente y funcional, que no asombran, pero funcionan. Algunas cocharradas empeñan el conjunto, aunque eso también es sagismo, como las escenas incestuosas de Maddalena y Sparafucile, que no es que no aporten nada, sino que confunden en la trama. Tampoco me gustan nada las pausas excesivas entre escena y escena a telón subido y con los operarios disfrazados de cortiggiani.
Pero, súbitamente, un hecho indescriptible, de los que se guardan en la retina para siempre, y uno lo quiere guardar en la memoria, consciente de estar viendo algo que nunca jamás volverá a suceder, acontece, y los otros acontecimientos de la noche carecen de importancia ante la magnitud de lo acaecido.
A veces las voces están equilibradas y ninguna falla. La Gilda de Maria Grazia Schiavo fue la mejor de la noche, valiente, segura e intensa. La coloratura, sin defectos y la voz, brillante y muy bella. Lo único es que no me pareció nunca, una jovencita ingenua e inexperta engañada por un rufián, más bien una tigresa. Celso Albelo sigue buscando a Alfredo desesperadamente, pero que quieren que les diga, aun no lo ha encontrado. La Maddalena de Nino Surguladze es sensual, con una voz densa y no tiene problemas en hacernos una Maddalena perfectamente creible. El Rigoletto de Vladimir Stoyanov es más que aceptable. Aunque no desborda en el papel, y no tiene ni presencia ni voz poderosa, actúa con mucho sentido y sentimiento y su voz es de timbre agradable y fraseo excelente. El resto de coprimarios bien, equilibrados, sin fisuras, sin desastres ni figuras ocultas. El coro masculino, como siempre, excelente.
Pero de repente un destello ilumina el cielo, nos deslumbra y algo extraordinario sucede.
Y es que no fue la noche ni de Maria Grazia, ni de Celso, ni de Nino, ni de Emilio.
Fue un duelo al sol envuelto en lo asombroso. Fueron Roberto y Vladimiro mirándose y diciéndose ¿Cómo hemos llegado a esto? Fue la noche del bis.
Un bis de risa, un bis de infamia, un bis de revancha, un bis de consolación. Y como estamos en Valencia, un bis de traca.
Al acabar el Vendetta, y tras dos minutos escasos de aplausos, Roberto flojea y comete un error garrafal, no reanudar la obra. Y la gente se crece, y la justicia popular que es a veces injusta y justiciera pensó que el pobre Vladimir también se merecía algo, que no se iba a ir de vacío, que no sólo de Leo vive el hombre. Y el populacho, que normalmente vota a la contra y ejemplos tenemos por arrobas, se animaba por momentos, puede que no por Stoyanov , sino contra Nucci. Y la masa que es tan manipulable por los medios, había leído que Leo había hecho historia, que si un fenómeno, que si esto, que si aquello, cuando el segundo bis de Leo fue tras treinta segundos escasos de aplausos. La masa también quería su bis, que pagar, había pagado lo mismo. Y entre tanta algarabía, entre tanta confusión, Roberto y Vladimiro se miraban, y el tiempo se detuvo. De repente, una gota de sudor comenzó a recorrer la frente de Roberto que pensaba, como Pedrerol (así no, así no…). Mientras el tiempo se alargaba de forma inexplicable, algún espontáneo metía presión a la pareja, y en la fila 5, butaca 2, un caballero alto, descamisado y de pelo cano se levantó aplaudiendo, y presionó a Roberto: “vamos maestro, bis, bis” decía. Y la gota de sudor de Roberto recorría lentamente, en cámara lenta, su cara.
Vladimir, mientras tanto, aturdido, nervioso, con el rostro desencajado, mirando al maestro con esa cara que ponen los perrillos buenos cuando quieren un trozo de bistec. No sabía que pensar, ¡tenía la oportunidad se emular a Leo!, ¡qué emular!, ¡ser Leo!, ¡ser leyenda! Pero en el fondo de su ser, sabía que era injusto. Aunque también la mayoría de los vises de Leo son injustos, pensó. Y de repente, el rostro se le iluminó, y tomó una decisión: ¡Qué carajo! ¡Si me dejan, biso! Y miró a Roberto con rostro desafiante, del de ¿A que no te atreves?
Maria Grazia de espectadora de lujo, alucinando, intentando pellizcarse para creer que algo así podía estar pasando. Y, como pasaba tanto tiempo, repasó mentalmente si había apagado el fuego, que tras tanto tiempo se le podían estar quemando las albóndigas.
Y la presión, alimentada por el silencio, seguía in crescendo (rossiniano). Entonces, la gota de sudor de Roberto cayó lentamente sobre la partitura. Y al caer sobre la partitura le salpicó, y el contacto del agua con la piel lo despertó, lo saco del letargo. Pero ya había pasado demasiado tiempo y no podía recular. Y pensó, ¡qué coño!, bis, y levemente asintió con la cabeza. La cara de Vladimiro se iluminó, y pensó por sus adentros siiii, como triunfador tras una bola de partido contra Nadal. Roberto hizo un gesto a la orquesta, que con estupefacción y pensado (que bien merecido tenía el cero), prepararon sus instrumentos y comenzaron el bis.
Y la euforia recorrió la sala. Y se repartió entre los favorables. Y la indignación recorrió la sala. Y anidó entre los puristas. Y empezó el bis.
Como en todo bis, la segunda interpretación fue mejor que la primera, con Vladimiro de subidón y el público de fiesta. La fiesta se desbordó, dio igual que a Gilda la hubieran secuestrado y violado delante de su padre. Rigoletto estaba contento, y el público más. El respetable empezó a aplaudir de forma acompasada, como de acompañamiento, a mitad de interpretación concluyendo la misma en forma y manera de ovación que reciben los novios en una boda después del primer vals.
Fue el bis increíble, probablemente el primer y el último de Stoyanov en su vida, si no vuelve a bisar en Valencia en las dos representaciones que le quedan. El tercero de la historia de Les Arts, primero de la era post Nucci.
Bis en el que créanme, tanto en la primera como en la segunda de las interpretaciones cantó mejor Schiavo que Stoyanov. De hecho, mi mujer que de esto no sabe mucho, pero es muy lista, creía que le habían pedido el bis a ella “que lo ha hecho mucho mejor” me dijo.
Y yo no pude dormir de la emoción. Momentos así marcan una vida.
Saludos
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