Tiene su guasa (por no ponerme serio y cabrearme) que yo inaugure mi temporada de Valencia, en lo que a ópera se refiere, el 15 de febrero, cuando en otras latitudes ya andan casi acabando la temporada. Cierto que ha habido un par de conciertos y un ballet, pero lo que es ópera, por mi culpa y por la del ínclito Davide Livermore, hasta tan lejos hemos llegado.
Por mi culpa al negarme a asistir al intento de flauta valenciana de diciembre a pesar de entrar en mi abono. En mi vida he ido a un mitin y no iba a empezar ahora que ya peino sólo canas. Para determinadas cosas, conmigo que no cuenten. Y si quieren politizar el arte como ya han politizado hasta la circulación de las calles, ¡Pa ellos! Yo me adoctrino como y cuando quiero. ¡Vergogna!
Por culpa del soberbio (en el mal sentido de la palabra) Livermore, porque él tenía montado el chiringuito en Valencia alrededor de sus actividades externas en otros teatros, que como le daban más redito, tenían prioridad. Así siempre teníamos y hemos tenido este año, un poquito de diciembre y un enero vacío, que tenía que ir a la Scala (y SanAmbrosiado es), que había que diseñar puestas en escena para que se estrenen por primera vez en la historia en los cinco continentes (y porque no ha encontrado teatro en la Antártida) y entrar en el Guinness (hay que ser ridículo y vanidoso). Y a Valencia que le zurzan. ¡Pa él!
Pues eso, a mediados de febrero me estreno con una magnífica representación de una magnífica obra.
La obra es una maravilla primitiva de ese genio llamado Verdi, que aún inmerso en el mundo de aria-cabaletta, aria-cabaletta, saca una música bellísima, (como el cuarteto final del primer acto, que como no cuenta con el tenor, fue fantástico) envuelta en unos de los argumentos más chorrones del mundo de la ópera, y eso que hay unos cuantos.
Como ya se ha dicho casi todo, y todo bien, añadiré sólo leves pinceladas.
La puesta en escena de Gabriele Lavia es feota, estática, carente de dirección de actores, pero se ve bien porque los cantantes cantan siembre al borde del escenario de cara al público. Como se suele decir, no molesta. Existe en DVD la misma, en el San Carlo de Nápoles, Con Luisotti en la batuta y Aquiles Machado, Lucrecia García, Giacomo Prestia y también Rucinski de Francesco.
La dirección de Roberto Abbado fue atenta y precisa. Excelente la orquesta. El preludio, un concierto de chelo y orquesta, a telón bajado, como toca, para enmarcar.
Los coros excelsos, unos héroes con la que les está cayendo.
Artur Rucinski de Francesco, el mejor. Muy buen barítono verdiano en la mejor interpretación que le he visto (y son unas cuantas).
Roberta Mantegna de Amalia, una agradable sorpresa. Hermosa voz, sobrada de volumen y emisión, que por decirle algo pierde a veces el brillo y debe profundizar en el uso de dinámicas.
Michele Pertusi de Conde de Moor, me gustó mucho. Templa y manda en escena. Un fistro. ¡Hasta luego Lucas!
Tres extraordinarios coprimarios para recordar. Muy pocas veces la labor de los coprimarios es tan excelente y equilibrada. De lejos, mejores que el protagonista. Ellos fueron un extraordinario Arminio de Bum Joo Lee, un muy buen Moser de Gabriele Sagona y un gran Rollo de Mark Serdiuk.
Dejo para el final al flojo tenorino que nos han traído de las américas solo para la función del día 15. Carlo fue Dominick Chenes, malo, malo, malo. Voz variable de color, un 10% del tiempo clara y timbrada, un 90% engolada, destimbrada, calante y con continuos golpes de glotis. Y el caso es que es un lírico ligero que pudiera tener un timbre agradable, pero carece de técnica, de gusto, de fuerza y de….venga, ya está, que es Domingo.
Para terminar, como no, acordarme de lo agradable que fue departir con Dufol y Manuel y esposa. Sé que algunos no nos creéis, pero es un lujo poder contar, con determinada edad y en determinados momentos de la vida, con la amistad de personas como ellos.
Y ahora otra vez a esperar hasta final de marzo, que tenemos Iolanta.
¡Viva Verdi!
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