Clásico incandescente que mantiene sus argumentos casi sesenta años después de que fuera grabado. La energía mercurial impresa por Karajan al discurso musical funde a voces, y sobre todo, orquesta en un todo eléctrico y trascendente.
Irrepetible el cast, no impecable en todos sus elementos (Berry a veces no está en la nota, Panerai no lo está casi nunca) pero atómico como fusión de conjunto. Excepcional Wächter, completamente en sintonía con el concepto directorial y rebosante de fuerza y energía (y especialmente pletórico de voz). Conmovedora Graziella Sciutti, que delinea una Zerlina femenina, palpitante y contradictoria. Leontyne Price no tiene la línea modélica de las grandes líricas germánicas, el portamento di sotto (frecuentemente empleado) queda muy sucio en Mozart, la velocidad de algunos concertantes la hace sudar un poco y resulta evidente cuándo pasa en moto de un número (se pasa todo el cuarteto baja), pero se alza espléndida en sus momentos de mayor exposición: dúo con el tenor, (alucinante) trío de las máscaras, melismas del epílogo con Don Ottavio y sobre todo, un
Or sai chi l’onore totalmente electrizante (¡y esa voz!). Schwarzkopf y Valletti ya no son tan jóvenes, pero conservan líneas de canto completamente privilegiadas, ella está muy expresiva (qué plenitud en el aria de salida, y qué ternura en el recitativo previo al
Mi tradì) y él encuentra aquí y allá finísimos momentos de canto (la media voz en la vuelta al tema del
Dalla sua pace crea un sobresalto enternecedor). Berry canta bastante bien (pero algo peor que Wächter) y está muy involucrado en el drama (pero recurriendo a alguna vulgaridad más que Wächter, especialmente a partir del dúo del cementerio, donde empieza a desbarrar); todo ello genera un efecto formidable, pues le representa musical y artísticamente como un émulo plebeyo de su señor, un Don Giovanni de quiero y no puedo (cosa de la que es consciente Wächter en su estupenda imitación de la voz y los modos de Berry -este Berry- en
Metà di voi quà vadano). Nicola Zaccaria y Rolando Panerai ni son grandes cantantes ni tenían un gran día, pero mientras el segundo, entre vociferio y vociferio, entra al juego teatral con cierta vivacidad, el primero se dedica a no existir en el Finale II. Por fortuna, Karajan nos abruma con su discurso de tal manera que consigue que ello no nos importe.
En suma, un clásico capital en la historia de la ópera mozartiana en disco al que es obligatorio volver de vez en cuando.