Ahí va mi rossiniana crónica de la Stuarda estrenada esta semana en el coqueto e incomodísimo teatro Zorigués.
Maria Stuarda, es la ópera de dos reinas que son familia y se odian, algo que la historia demuestra que no es posible. Ya se sabe, se empieza por no te hagas una foto con la niña en la salida de la Catedral que me planto en medio, se sigue con figlia impura de Bolena, parli tu di disonore, y se acaba decapitando la una a la otra. Pura ficción.
Y es que cuando chocan dos hembras beta, tiembla el misterio.
Es la ópera de las dos reinas que apenas coinciden en escena y cantan juntas sólo 5 minutos en uno de los momentos más memorables y emocionantes de la historia de la ópera con el “figlia impura di Bolena” (¡Cómo me gusta esta frase!). Y aunque no coinciden en escena, el duelo se palpa y se extiende por toda la obra, y los tres hombres, Leicester, Talbot y Cecil, son meros comparsas.
Y ya se sabe con Donizetti, dos horitas con un par de arias y cabalettas, cuatro o cinco duetos, algún terceto o cuarteto o sexteto, algún coro, algún concertante y un remate final espectacular: la protagonista en lucimiento máximo, pura delicia, puro lujo, pura lujuria, dejando ese sabor de boca que deja lo delicioso.
Dos reinas que la última vez que la vi en vivo, en el Liceo allá por diciembre del 2014 fueron dos Mezzos, y esta vez han sido dos Sopranos. Llegué ayer al teatro en tranvía, ya que he desistido de ir en coche por el insoportable tráfico zuriqués. Lo dejo aparcao y cojo el tranvía va circulando con más peligro que Marc Márquez en plena remontada, mientras bicicletas y peatones lo rozan y lo sortean, como si de un fluir preparado se tratase, y es el zuriqués de a pie es ducho en el recorte y hasta pudiera aventurarse a peligros extremos, como al de las reses bravas trotando por las calles de Onda. Alguien no preparado para este devenir anda por la ciudad acojonado.
Vamos a la obra. La puesta en escena es otro bodrio, esta vez del Inszenierung David Alden. Vaya semanita llevamos y aquí también había cámaras grabando, como en el corsario valenciano, para dar fe, por lo que intuyo DVD. La regia es de esos sinsentidos en el que no faltan las gabardinas y las maletas (si, Jose Luis) que en este caso lleva Mr. Damrau. Temporalmente indefinida, ahora van de calle y actuales, ahora van del siglo 19, ahora de la época Tudor pero con un reloj en la pared, pero unos si y otros no y una calavera gigante que cuelga del techo boca abajo.
El pobre coro haciendo el payaso, dando vueltas en círculo con una mano tapando un ojo, haciendo el robot, con cabezas de ciervos en la cabeza, etc…en fin algo ya visto y aún no entendido. El escenario está casi siempre vacío, con dos sillas, o un trozo de hierba, o un caballo gigante tumbado sobre el que hay un trono, en fin, envuelto todo en esa falsa modernidad que tuvo su momento (si es que lo tuvo) y ya aburre. No aporta nada y es un deja vu de muchas otras.
La pequeña obertura ya avanzó que la estupenda Philarmonia de Zúrich no iba a tener su mejor prestación. El Barcelona geboren Enrique Mazzola, autodenominado belcantista, le dio un tratamiento chimpunero. Hay que reconocer que hubo momentos muy bellos y que la orquesta es muy competente, pero fueron destellos que no fueron sostenibles (palabro de moda).
El coro esplendido aun con mantillas y en vez de peinetas, cuernos de ciervo, (ellas). Emocionantísimo final.
Las dos sopranos, las dos reinas, muy distintas, casi divergentes y es que además Donizetti escribió dos papeles completamente distintos en lo vocal para ellas.
Elisabetta es un papel de agilidades y arrojo. Serena Farnocchia, que también ha cantado también el rol contrario, el de Maria Stuarda, lo hizo muy bien. Su voz es algo agria en el centro, pero a partir del pasaje se mueve francamente bien, saca un agudo refulgente, con metal y una belleza que supera al agudo de la Damrau. Además, tiene entrega y pasión en la actuación aunque la vistan de mamarracha. Agradable sorpresa.
Diana Damrau fue Maria Stuarda. Su papel es mucho más belcantista que el de Elisabetta, menos agilidad, menos saltos interválicos, pero más elegante, más para paladear. Y requiere calidad y emoción. Requiere regulaciones, arcos dinámicos, filados, medias voces y también fortes cuando se tercian. Y agudos, y graves... Requiere un sinfín de recursos, de técnica, de buen gusto y de saber cantar. Y la Damrau canta bonito, y apiana, y fila y regula, pero a mí no me llega. Ya la he visto varias veces en directo y nunca me ha traspasado. La veo sosaina a ratos y emocionante nunca. Su figlia impura de Bolena no tiene fuerza, no tiene fiereza. El de la Devia acojona, Mariella tiene peligro en ese momento, pero Diana no. Y canta bien, el segundo acto es de lucimiento puro, la música no puede ser más bonita, pero es eso, belleza sí, emoción, la justa.
Pavol Breslik fue un Leicester justito. En el 2014 del Liceo fue Camarena, no hay color. Breslik es un tenor ligerito, que se mueve mucho por Centro Europa en papeles ligeritos y que sufre para sacarlos adelante. La voz se le ve forzada, no fluye natural y en los agudos las pasa canutas. Como es bien parecido me lo visten de Onegin y se pasea con aire regio entre las reinas. Pero hay amigo, cantar bien, aunque sea en teatro pequeño, es otra cosa.
Nicolas Testé, Mr. Damrau, es la cuota, la última cláusula del contrato de Diana. Nicolelu es muy flojito, pero acompaña a Madam por doquier. La última vez que lo vi fue en el Met en los pescadores de Bizet y no sufrí porque no le oí. En Zúrich, como el teatro es pequeño, le he oído, y si, es muy flojo. Con gabardina y maleta ya se prepara para la Lucía de Zúrich de la próxima temporada acompañando a su dama no le vaya a echar de menos.
Andrzej Filonczyk fue un malillo Cecil. Vibrato incontrolado, voz cetrina. Menos mal que canta poco.
Y al salir corriendo de vuelta al hotel para ver la increíble expulsión de Buffon, casi me atropella un ciclista de esos que se creen que la calle es suya y no de Don Manuel. Y no me pude aguantar. Y le insulté. Le grité ¡Figlio impuro di Bolena!
Saludos
|