Iba a esperar a cronicar a que el foro ya no estuviese roto, pero el gusanillo es más fuerte que la espera, por lo que ahí va y espero que se vea.
Hay óperas que no cuesta nada verlas, vienen y se van solas. Es ir, sentarse y disfrutar o no. Pero hay otras que se escurren y que cuesta un esfuerzo a veces inesperado poder verlas. Este Chenier me ha costado esfuerzos y disgustos. Y tres intentos, uno abortado a última hora con planazo, que hace mucha pupa. Pero a este Chenier le tenía yo muchas ganas y yo soy cuasi maño, tozudo por parte de cónyuge, y cuanto más leía sobre él, por supuesto en el foro, más aumentaba mi empeño.
Llegué sin necesidad de esquivar barricadas, aunque por la noche me enteré de que haberlas húbolas y en un día especial para mí, que hay días en hay que recogerse y cada uno se recoge, cuando toca, como quiere. Y a veces dudo si es correcto, pero cuando me recojo con la ópera nunca fallo.
¡Y que operón el Andrea Chenier! ¡Qué tercer acto!. El nemico, la mamma,… ¿Quién da más?
Al Chenier que vi el 27 le encuentro varias similitudes con la Adriana liceística de mayo del 2012 en la que Alagna sacó de su concha al bueno del Maestro Tribó para saludar. Las obras tienen un paralelismo de época y estilo indudable. Las puestas en escena eran clásicas, de la ROH, McVicarinas y DVDadas por el teutón engolador para más gloria de su entubada voz. Ambas las vi a la vera del incomparable Tucker, amo y señor del Liceo, en la que nada se cuece sin su consentimiento, y me honró con su presencia, aunque le supusiese tripitir a Sondra. Un placer y un disfrute.
La puesta en escena, lo dicho, de McVicar para la ROH, la del DVD, clásica y coherente y con los cantantes cantando cómodos y de cara al público. Vamos, una aberración.
La orquesta liceística, normalmente suplicio y desesperación de oídos exigentes (o no tanto), no la oía sonar tan bien desde que otro magnifico concertador, Maurizio Benini, la dirigió en la Adriana de Cilea susodicha. Pinchas Steinberg simplemente hizo lo que todo sonase como debía, y eso es un arduo y encomiable trabajo que demuestra que es un magnífico director.
Sondra Radvanovsky, reinó sobre todos los reinos y nos obsequió con una excelente noche. Bisó y besó la Mamma morta donde la emoción prima sobre todas las cosas. Y agradecida y emocionada estaba ella antes, durante, después, incluso, salvo y excepto. Gracias por venir. Que decir de Sondra que ya no se haya dicho. Voz metálica y poderosa, que regula, fila y proyecta con gusto y que enamora. A sus pies este humilde servidor.
Carlos Alvarez fue un lujo de Gerard, con fraseo impoluto, elegancia en el porte y en el canto y con una línea impecable. Gran noticia su estado de voz actual. Su Nemico, que es una maravilla patrimonio de la humanidad, excelente, aunque en el agudo fue un poco reservón. Exquisito el malagueño.
El tenor en este caso Antonello Palombi, más que un tenorino fue un tenorinote. Para empezar el porte era todo menos elegante, imposible que enamorase a Maddalena, ni de coña. Pero no por su gruesa cintura y su corta estatura (la Caballé tampoco fue una creíble Salomé), sino por su aspecto cómico, con una peluca grotesca, siendo una mezcla de Don Pin Pon y Pin y pon. Además, si cuando uno abre la boca calla cualquier comentario sobre el aspecto, nada que decir, pero todo lo contrario. Rudo en estilo, agrio en el timbre, descontrolado en el cambio continuo de colores, forzadissimo en el agudo. Vamos un portento. Casi arruina la noche. Su “Improvisso” malo, su “Si, fui soldato” algo mejor, su “Come un bel dì di Maggio” rozando lo cómico, su dúo final, con el respetable implorando no fastidiarle el lucimiento a la Radvanovsky.
Bersi, sin ser un desastre, ya la olvidé.
Los coprimarios excelentes diría todos, destacando a Fernando Radó, Francisco Vas y Manel Esteve.
Un detalle para el recuerdo, no sé si innecesario, la Madelon de Anna Tomowa-Sintow.
En fin, un operón con buena compañía, ausencia de lo que nada tiene que ver ni con la ópera ni con el arte, una buena puesta en escena, una orquesta dirigida como se debe, una enorme soprano, un excelente barítono y unos buenos coprimarios, compusieron, a pesar del tenor, una jornada que bien mereció el empeño.
Saludos
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