A juzgar por el aplausómetro, como propone últimamente algún ilustre forero, la sesión de ayer fue un éxito sin paliativos: Kunde, Monastyrska y Semenchuk ya pueden irse a la ducha.
En términos generales, estoy de acuerdo con Tip. Como tengo tiempo, procuraré matizar un poco.
La gran triunfadora de la noche fue Ana Pirozzi, efectivamente. Voz de lírica plena, con graves apoyados en la cuarta dimensión, pero de centro bello, amplio y bien proyectado. Sus filados son de alta escuela. En los agudos, ayer dos de cal y uno de arena, más o menos. La italiana es lista y sabe qué pasajes y qué notas dan el triunfo en
Aida; aunque sea al precio de pasar de puntillas o incluso de acortar frases que contribuyen a crear esa montaña rusa de emociones que hay en la ópera (fue el caso, a mi modesto entender, de su aclamadísima
O patria mia). Con menos calidad, pero tanta o más buena voluntad actuó el coreano Alfred Kim, que arrancó con una
Celeste Aida completamente errada (se quedó en el modo
Si quel guerrier…, con momentos casi tarzanescos), pero fue mejorando a lo largo de la representación, en intervenciones cada vez más bienintencionadas, aunque no siempre resueltas con acierto. En cuanto a la Urmana, su voz es cada día más bipolar, pero sigue atesorando clase. Tampoco yo aprecié demasiadas muestras de indisposición, más allá de cierta sensación de fatiga a partir de su brillante dúo con la Pirozzi; en el último acto se midió mucho. Del resto de los cantantes, el Rey (Howard) fue a mi juicio el más flojo. Ramfis (Blechacz) empezó bastante bien, pero se fue desinflando (qué alegato final más rutinario…) y Amonasro (Ganidze) funciona como padre castrante, pero sigue asustando hasta cuando canta
Ma tu, re, tu signore possente.
A la orquesta del Real la he oído poco últimamente. No me da la impresión de ser superior a la del Liceu, que tantos palos suele llevarse. En el preludio reveló todas sus limitaciones. Luisotti no la forzó demasiado, no buscó en ningún momento explotar el colorido o la densidad dramática de la partitura, pero llevó el asunto con buen pulso y atinada planificación. El coro fue corresponsable del fallido primer acto, aunque se fue entonando.
El planteamiento de Hugo de Ana parece una solución interesante a una ópera de puesta en escena tan problemática. Lo malo es que su desarrollo no acaba de funcionar. Las proyecciones ambientan bien las escenas “espectaculares” sin resultar pretenciosas; en cambio, en las más íntimas llegan a ser molestas. La pirámide, tres cuartos de lo mismo. De coreografías entiendo aun menos que de todo lo demás, pero no me impresionaron nada; como ya se ha comentado, la "danza zulú" durante la Marcha no pega ni con cola. El leit motiv de las vendas, aparte de empezar malamente (esas momias de Tadeo Jones…
) y terminar siendo reiterativo, no sirve para dar unidad al conjunto. El movimiento de los personajes, ya lo señaló Tunner, resulta dramáticamente nulo.
Con todo, salimos satisfechos. Tanto Tip como yo llevábamos a parroquia poco asidua a los teatros de ópera y creo que ganamos adeptos a la causa. Buena parte de la culpa la tiene Verdi. Es inimaginable hoy una
Aida a la altura de las versiones clásicas. Pero también es cierto que, salvo desastre, es uno de esos títulos que engancha a este maravilloso mundo.