Rescato este hilo, con el propósito de hablar del concierto del pianista James Rhodes en el Teatro Real hace unas horas. En el marco del Universal Music Festival que en el Real ya va por su tercera edición, a la que van artistas famosos como Elton John o Sting o Raphael, se ha programado un recital a cargo de este afamado músico británico.
En un contexto muy controversial si nos atenemos a criterios estrictamente musicales, la trágica autobiografía de Rhodes ha contribuído a su éxito como músico y como icono cultural. Autodidacta en una gran parte de su formación musical, no estoy seguro de que pueda medirse con las primeras figuras (Pollini, Barenboim, Zimmerman, Joao-Pires) pero su labor de divulgador me parece interesante, con tal de que su habitual público pueda oír algo de música decente por una vez en su vida. Por no hablar de que él mismo está en contra de lo que considera la "élite", es decir ambientes tipo el Auditorio Nacional e Ibermúsica. Y además la prensa dice que en España es más conocido por su libro que por su música.
Separando el lado biográfico (digno de todo nuestro apoyo y compasión) y porque no me he leído su libro Instrumental, quiero centrarme en el lado estrictamente musical.
Primero, hay que decir que el ambiente del Universal Festival este es distinto al de la ópera. Primero, porque el concierto ha empezado a las 21:30, supongo para que la gente pueda salir más cómoda del trabajo. Al entrar, hay un pase VIP por el lado de la tienda donde se agolpan los fotógrafos para inmortalizar a los famosos que han ido a cada evento. Luego, no hay programa. Supongo que porque dan por hecho que los que van a los conciertos de música popular se saben todas las canciones de sus artistas. O les da igual una cosa que otra. Para colmo, esta vez había mucha más gente agolpada en los arcos de seguridad de lo habitual, cuando lo vi presentí que muchos entrarían tarde o no entrarían.
Ya al entrar, en el escenario se ve el piano de cola y su nombre. Al apagarse las luces anuncian que tras acabar el concierto habrá firma de discos. Entonces Rhodes aparece en escena en medio de una gran ovación.
Empieza con una melodía de Orfeo y Eurídice de Gluck, arreglada al piano por Giovanni Sgambati. La interpretación fue sensible, pero algo destemplada. Hay una lentitud en Rhodes que no termina de gustarme y que siento que le diferencia de los grandes, aunque no puede negarse que siente y vive cuando está en el teclado. Sin embargo no pudo disfrutarse. Al comenzar, las personas que no pudieron entrar a tiempo empezaron a entrar en tropel, a buscar su asiento desesperadamente y a hacer que el público se levante o incluso que temporalmente se sentasen en las escaleras. Aquello era circense. Incluso me dio a pensar que formaba parte del espectáculo porque se sincronizaba con la música. Terrible.
Al acabar cada pieza explicaba anécdotas (pero no ha hablado mucho de sus traumas) de las piezas, aunque de algún modo enlazadas con otras de su vida. Y en inglés, sin subtítulos. Menos mal que podía entender lo que decía. Rhodes pese a sus limitaciones, consigue dar momentos de belleza cargados de intimidad o agilidad, pero no a niveles que puedan presumirse excelsos. No obstante, se consigue disfrutar más de lo que podría esperarse.
Continuó con la Partita nº1 en Si bemol mayor de Bach, que fue estuvo bien a partir de la mitad. Siguió con la Ballade nº 4 en fa menor, Op. 52 de Chopin y finalmente logró una estupenda versión de una obra que conoce muy bien ya que se enamoró a primera vista desde su infancia, la Chacona en re menor de Bach y Busoni. En esta obra pudo ganarse el sueldo, ya que le salió apasionada, fuerte, vital, ágil. Aunque ignoro la razón (podría ser la amplificación) pero sonaba más en forte que las demás obras. Se notaba su pasión por la pieza, y le valió un sonoro "bravo" desde el paraíso.
Hasta aquí el programa, luego empezarían los bises, de los cuales algunos conocía y otros no. Entre ellos, y tras profesar admiración a Puccini, una versión del O mio babbino caro con arreglos de Yvan Mikhashoff, que no me gustó nada. Rhodes la acometió decentemente (pero no al nivel de otras piezas), pero no me gustaba ese arreglo que hacía unas variaciones imposibles a la maravillosa pieza. Terminó el concierto con otra pieza de Bach, el Adagio del Concierto en re menor para oboe en la adaptación de Alessandro Marcello, una pieza íntima y sensiblemente interpretada.
Un concierto al que va otro público que no es el del Real ni del Auditorio, que fue ovacionado con silbidos y jaleos poco convencionales para nosotros, pero con entusiasmo evidente. Esperamos ver a Rhodes pronto, aunque será en un auditorio más "popular".
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