Pues a fusilar se ha dicho. Solo copy&paste de la parte del reparto, para la introducción podéis consultar el link al blog:
El director de escena, Emilio López, demostró gran habilidad para coordinar a un buen número de miembros en el escenario. Esta ópera, casi como ninguna otra, se presta a la muchedumbre en escena y es muy meritorio el que todo sucediese en el tiempo y forma adecuados. Detalles como el despliegue de pergaminos por parte de los sabios, las tentaciones a Calaf con las doncellas de la princesa, el robo de la daga con la que se suicida Liù, etc. Todo bien trabajado aunque con la ventaja de ser una producción más o menos trillada. Como nota negativa la posición lateral a la que quedó relegado el emperador, restándole la solemnidad que requiere su lugar presidiendo la escena. Un ejemplo de talento en la dirección, acompañado de las cualidades vocales que exhibieron, fue la escena de los ministros al comienzo del segundo acto. Difícil hacer más con dos simples mesas auxiliares y el telón bajado, sin que el espectador echara en falta nada. Un acierto ese conjunto.
La escenografía rotatoria ofreció dos caras, la gran cabeza coronada y el altar del palacio, también algunos estados intermedios que dieron más juego. Hoy en día no vamos a inventar los escenarios rotatorios pero hay que reconocer que los primeros teatros del mundo los siguen usando como recurso, en cualquier caso, dio empaque al conjunto y transmitió grandiosidad. Vamos bien. El vestuario que también hizo el camino desde la capital hispalense fue el apropiado, siempre tomando como referencia para las producciones de corte clásico la histórica de Franco Zeffirelli. Mención especial merece el equipo de peluquería y maquillaje pues la caracterización de los no pocos personajes en escena fue fabulosa. Este aspecto sí fue marca de la casa.
En cuanto al reparto, un nombre destacaba por encima del resto. La soprano canadiense Othalie Graham, que había generado gran expectativa por su caché de talla internacional, cumplió con el complicado rol de la princesa de hielo. Por fin una gran diva visitaba Málaga. Su potencia vocal fue incontestable así como su dominio de una partitura tan exigente para su cuerda que pocas sopranos pueden abordar con solvencia. A nivel escénico fue una gigante con una presencia y actitud cautivadoras. Desconozco como se desenvolverá en otros roles pero parece nacida para ser la princesa Turandot. Lamentablemente, y bajo mi humilde opinión, el tenor murciano Eduardo Sandoval no estuvo al nivel del resto del reparto. Mal tanto en el material que exhibió como en la técnica, se le vio esforzado pero sin éxito. No le recordaba así cuando cantó Canio de Pagliacci en este mismo teatro hace dos temporadas. A pesar de los esfuerzos del director por no taparlo con la orquesta no se impuso en ningún momento y solo mostró algún signo de mejoría al final pero dejando un muy descafeinado Nessun dorma. La Liù de la soprano andaluza Ruth Rosique estuvo mejor actuada que cantada, aun así dejó buen sabor de boca en su segunda intervención con su desgarradora muerte. Mostró un vibrato un tanto desagradable al comienzo que hace pensar que su voz sea más adecuada para otro tipo de repertorio. Felipe Bou fue un magnífico Timur de timbre agradable y potencia adecuada a pesar de la dificultad de cantar tumbado en el tercer acto. Muy destacada la actuación de los tres ministros Pong, Ping y Pang, por ese orden de mejor a peor, a saber, Luis Pacetti, Antonio Torres y Emilio Sánchez, aunque en conjunto resultaron uno de los grandes aciertos de la noche, sobre todo en su momento cumbre al inicio del segundo acto. Divertidos y comprometidos a partes iguales. Muy bien cantando, quizás demasiado por ser más un papel de carácter, el emperador de Cipriano Campos. El mandarín de Juan Manuel Corado, correcto sin más.
El coro de Ópera de Málaga estuvo sublime, aunque algunos lo desconozcan, por suerte cada vez menos, es uno de los grandes valores artísticos de la ciudad. Está a un nivel de reconocimiento nacional y ya no es sorprendente que sean de lo más destacado de la función. Salvador Vázquez, su director, tiene mucho mérito en esto. La Escolanía Santa María de la Victoria con su director Narciso Pérez del Campo, también cumplieron con la cita.
La dirección de la Orquesta Filarmónica de Málaga a cargo de Arturo Díez Boscovich fue otro de los atractivos de la noche. Se percibió mucho trabajo en la preparación y transmitió entusiasmo durante la representación. Que la OFM es una gran orquesta no es noticia, pero en sus manos la ópera en Málaga brilla con luz propia. También lo percibí así en el último L’Elisir d’amore que dirigió temporadas atrás. El joven director malagueño, tiene mucho talento y aunque parece encasillado en las bandas sonoras y la música cinematográfica, no debería descuidar a la ópera pues tiene potencial para ser un referente y en Málaga siempre debería contarse con él.
En definitiva, este Turandot ha resultado un éxito con muchas luces y pocas sombras. Esta primera ópera y la planificación de la temporada nos ha reconciliado a muchos con la gestión del Teatro Cervantes con respecto a la lírica. En Málaga los días previos se ha respirado ópera, espero y deseo que este “efecto Turandot” haya llegado para quedarse.
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