¿Vigente o mito, la Lucia de la Callas? 64 años después, sin ninguna duda, vigente. Maria Callas alcanzará su cénit artístico en el rol en la milagrosa y mágica escena de la locura en Berlín 1955 (lectura, por otro lado, superadísima en todo lo demás, con momentos de los cantantes masculinos que llevan a verdadero rubor –Rolando Panerai se pasa toda la noche fuera del sistema tonal- y cuyo mito nunca he comprendido del todo) pero ya desde esta primera lectura oficial, la revolución de la encarnación resulta incontestable por la preocupación de la soprano de dar extrema verosimilitud a las emociones de esta heroína romántica. La crueldad que la rodea "duele" a la Lucia de Callas como a ninguna otra, hasta perder tensa, febril, casi ansiosamente la razón (y la vida). El hecho de que la evolución posterior de la interpretación del personaje (Sutherland, Anderson, Gruberova, Devia) haya seguido paradigmas casi opuestos en su sublimación del belcantismo (y la concepción alucinada e intangible de la locura que ello conlleva) no hace más que realzar la originalidad aún hoy insuperada de esta intérprete, y más cuando aquella estela solo fuese posible como reacción o propuesta diferenciadora de la de Callas (y en consecuencia, en algún sentido, dependiente del modelo).
Todo lo demás en este disco está completamente envejecido. Vale que la época impone el sonido mono y los cortes, pero en lo que debería ser un festival de romanticismo, Serafin y la Orquesta de la Scala apenas crean climas, como si en el teatro en que se grabó el disco hiciera muchísimo frío (¡con lo que haría De Sabata con esa orquesta 5 meses después en
Tosca!) y el coro tiene un sonido vulgar y plano. El tenor canta muy bien hasta, más o menos,
pegno fra noi di pace chiederò: luego ya todo es abrir, dar trompicones y desafinar. El barítono se esfuerza en contrastar su furiosa pieza de salida y sus momentos de cabreo con la fingida cordialidad en el principio del dúo con Lucia y ante el Sposino (aunque llamarle a ello "intenciones expresivas" me parece mucho decir) pero toda la música que canta le queda tan fea, pero TAN FEA (y ese Sol3!) que el efecto se arruina. Bien el bajo, eficaces comprimarios.
Como disco, es una grabación para los que,
malgré tout (y créanme que tout son muchísimas cosas), queríamos tanto a Maria. Pero como historia del melodrama donizettiano, la encarnación de la protagonista es una parada obligada.