Mis preferencias van cambiando en función del tiempo y me da por temporadas. Hay temporadas en las que estoy más wagneriano, o más Straussiano, o tiendo hacia óperas rusas o busco entre rarezas, pero siempre me encuentro reconfortado y re encuentro mi camino cuando regreso a lo clásico, a un buen SCR.
De tanto escuchar y escuchar ópera a veces caigo en el bobo-esnobismo de encontrar pesado al Rigoletto y no volver a él durante un tiempo largo o despreciar un buen Elisir. Enormes falacias, vamos.
Pues enfundado en semejante tontería de los que nos creemos que sabemos mucho de lo que nada sabemos me acerque a la Butterfly de pretemporada con desgana. Desgana por lo pobre del elenco y las apreturas elegidas para estas pretemporadas diseñadas para todos los públicos y para expandir el arte. Desgana por las malas críticas leídas, pero también por el lerdo-esnobismo de pensar que iba, por enésima vez, a escuchar esa cursilada del marinero canalla y la desdichada quinceañera enamorada.
¡Qué error!. Puede que mis dos últimas audiciones de Madama, desacertadas y mal hechas, influyeran en mi pensamiento inicial, pero cuando me senté en el teatro, que es como de verdad hay que valorar la amplitud de una obra, y me enfrenté a una historia tan potente y tan bien contada, y me llegó esa música (¡qué música, madre mía!), caí rendido a la belleza. Según avanzaba la obra, con la salida del niño y el dúo de las flores, con el coro de boca chiusa y los últimos gritos desgarrados de Pinkerton, Butterfly, Butterfly!!!, la extraordinaria música ya se me había metido de nuevo dentro, llegando rápidamente a ese lugar que se encuentra entre el alma y los higadillos y que te desarma, y me atrapó entre la emoción y la belleza, venciéndome por completo y rindiéndome al deleite máximo, haciéndome ver que tonto que puedo llegar a ser y dejándome una idea recurrente el resto de la noche: ¡¡VIVA PUCCINI!!
Y eso que era mi cuarta Madama live aunque de la última ya hace 8 años. Puro gozo.
Creo que Manuel y yo, que acudíamos custodiados por nuestras respectivas santas, tuvimos suerte, pues al ser de la penúltima representación, todo estaba más rodado, el maestro había corregido errores anteriores y Cio Cio San se había recuperado del catarro.
La puesta en escena de Emilio López ya se ha comentado. Clásica 100% con un sólo reparo, el coro de boca chiusa con el coro escondido (salió a despedirse tras el primer acto?) e inaudibles las voces. Por lo demás muy correcta, con los cantantes bien situados, el niño chiquitín y maravilloso, los japoneses de japoneses, Pinkerton de marinero blanco impoluto, como mandan los canones, y Kate con pamela.
La orquesta más plana y poco matizada de lo habitual, algo plúmbea en el primer acto pero lejos del desastre que había leído. Creo que Diego Matheuz leyó las criticas y corrigió y no tapó las voces en ningún momento por exceso de decibelios. Cierto es que no hubo ni emoción ni pasión, salvo en muy contadas ocasiones y más por las voces y el texto que por lo que salía del foso, y no supo buscar los efectos que la partitura merecen.
Butterfly fue Liana Aleksanyan, de la que me dijeron se había recuperado del catarro que arrastraba. Quizás por eso cantó mejor. Sin graves, cierto, inaudibles, pero con medios decentes y agudos, algo estridentes, que corrían perfectamente por la sala. No es Victoria de las Angeles, como alguien ha escrito, pero yo eso ya lo sabía antes de entrar. No es mala, tampoco es la próxima figura de la escena. Saca un papel maravilloso y muy agradecido con suficiencia.
Pinkerton fue Matteo Lippi, de timbre feo y voz mate, pero sin embargo con fraseo correcto e intención adecuada. Agudos correctos. Su personaje es para matarlo de malaje que es el gachó y así nos dejó a todos, con ganas de apaleo.
Sharpless fue Rodrigo Esteves, que aunque a algún amigo le gustó, a mi nada. Voz impostada, vibrato provocado y forzado. De esos que cantan de puntillas, con el cuello estirado y la barbilla alta para ver si sale algo más, que no sale.
Suzuki fue la maravillosa Nozomi Kato. Canta poco pero como Nozomi es japonesa actúa con una dulzura y una precisión extraordinaria, y sabe cómo se anda en Japón con Kimono, y sabe como inclinarse, como esperar, como mostrar respeto. La mejor de la noche. Si mejora en un par de cosillas y con la carencia de Mezzos solventes del panorama, Nozomi puede llegar a cotas más altas.
Goro fue otro joven del Centro de perfeccionamiento, Moisés Marín. Muy bien y muy convincente.
El resto decentes, salvo el tio Bonzo, Pablo López, escapado de La Voz, que fue completamente inaudible.
En fin, sobre todo ganó la música.
¡¡Viva Puccini!!
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