Sin permiso de la autoridad y con el tiempo impidiéndolo, en hora taurina y con una tormenta importante comenzó el pasado domingo La vuelta de tornillo de Benjamin Britten en el pequeño teatro Martín y Soler del antiguo cauce del Turia.
Poco que añadir a las excelentes crónicas anteriores, sólo corroborar a quién le guste Ben Britten, y creo que The turn of the screw es una de sus mejores obras, tiene en Valencia una oportunidad estupenda de disfrutar de una puesta en escena adecuada con unas voces equilibradas y solventes y a un precio de saldo. En fin, poco más se puede pedir.
El tornillo de Britten es una obra inquietante, con un personaje omnipresente en la música y en la letra, uno de los seres más despreciables de toda la producción operística, Peter Quint, salido de la mente de Henrry James y que es el diabólico protagonista de un tema recurrente en Britten, la pederastia homosexual, y es que cada uno carga con sus propios fantasmas. Como contrapeso tenemos al niño Miles, el sufridor del oprobio y sobre su relación pivota la obra. A pesar de que el canto no descansa fundamentalmente en ellos , si no en la institutriz y en Mrs. Grose, conductoras a través de quienes se desarrolla esta historia llena de secretos, de vergüenza y de maldad.
La música, desde el prólogo y durante sus quince variaciones remarca, profundiza y nos sumerge en este ambiente, y eso no es fácil. Es una música fantástica que crea un clima de desasosiego, de inquietud y nos guía a través de sentimientos asfixiantes .
Además es una ópera de cámara que cuenta con tan sólo trece músicos, pero consigue un enorme paleta de colores y una gran amplitud de registros. El trabajo de Benjamín Britten, por lo tanto es, en mi opinión, muy meritorio.
Esa limitación de recursos orquestales, en época de crisis, junto con su predilección por Britten, con poder contar con el pequeño Martín y Soler y tener a unos alumnos del Centro de perfeccionamiento disponibles (supongo que a buen precio) llevó, sin duda, a nuestro Davide Livermore al acierto de programar esta pequeña maravilla, supongo que por cuatro duros.
Yo también hubiera preferido algo de los dos Ricardos, pero la densidad orquestal que requiere un Wagner o un Strauss es otra y no me veo a los alumnos, por mucho que esta promoción del Centro de perfeccionamiento es la mejor que recuerdo (y si no ya veremos en un futuro no muy lejano), cantando Tannhauser o el Rosenkavalier.
Y también soy carlista declarado y prefiero a Don Carlo, pero eso no quita que pueda disfrutar y valorar muy positivamente el acierto de esta vuelta de tornillo.
La puesta en escena de Livermore fue muy acertada y muy adecuada, dónde menos es más. Tres paredes, una silla, una cama, una mesa y una televisión juegan a asfixiarnos y a crearnos una tensión que no decae a pesar de que no puede evitar, cómo no, un par de chorradas sin justificación alguna. Algún día haremos cantar a alguien de medio lado sentado en una pared lateral y agarrado por arneses sin importarnos que así no se puede cantar, cuestión de anatomía.
En cualquier caso la puesta en escena de Livermore fue muy inteligente y muy bien ejecutada, con protagonismo para las luces y las sombras y con un resultado fundamental: el que no sólo es respetuoso con la obra sino que la apoya, la refuerza y acompaña a la música y a la acción de manera impecable.
Yo quiero a este Livermore y no al Livermore que se pone estupendo y se empeña en educarnos.
La orquesta sonó muy bien a pesar del batutero plomizo que nos tocó. Christopher Franklin, que repetirá en el Peter Grimes de la próxima temporada. Al menos sudó la camiseta, ya que acabó empapado, con la camisa chorreando, y es que el domingo en el teatro hacía mucho calor, un bochorno que no recomendaba ponerse varias capas de ropa, aunque sea negra y quede moderna. También sería bueno que repasara la lección del crescendo y diminuendo. Ayudan a acojonar y a emocionar cuando de eso se trata.
Pero como hay en esta obra mucho trabajo de solista y los músicos son muy buenos, a pesar del de la batuta, sonó notablemente. A veces pasa.
La institutriz fue la mejicana Karen Gardeazabal, la mejor voz junto a la Kato y a Rita Marques de esta estupenda promoción de Centro que va madurando y da frutos ya perfectamente comestibles. Es una cantante de bravura, con metal refulgente, voz muy importante que en todo caso debe controlar para que no se le encabrite. La intención, la proyección y la belleza ya las lleva de serie. Ahora a limar detalles.
Mrs. Grose fue Nozomi Kato, que se llama como el mejor restaurante de sushi de Valencia (extraordinario aunque yo prefiero Komori, con su trilogía inigualable), es ya una cantante muy hecha, y contrariamente a Gardeazabal, todo control, menos volumen y enorme seguridad en el canto. Una mezzo que se mueve mejor por la zona alta, rozando lo sopranil. Al revés que la mexicana, creo que debe de arriesgar algo más , meter más chicha y moverse más hacia la emoción. De todas formas impecable.
Me gustó mucho Marianna Mappa como Miss Jessel, con una voz preciosa y muy esmaltada. Me gustaría oírla en un teatro más grande y con mayor densidad orquestal para vez si tenemos otra voz importante entre los estudiantes.
El odioso Peter Quint fue un correcto Andrés Sulbarán al que no benefició cantar casi siempre tras la tela de las paredes.
La Flora de Giorgia Rotolo, aceptable.
Y cierro con el niño del Trinity School de Croydon, William Hardy a quien la voz no le ha cambiado aunque las piernas sí. Ya ha dado el estirón el zagal y pasa una cabeza a alguna de las mozas del reparto. Todo pierna entre sus calcetines estirados y sus pantalones cortos.
Muy buena voz, cristalina y clara y muy buena interpretación. Aún recuerdo su inquietante maaaalo, maaalo, maaloo, maaalo a dos centímetros del borde del escenario mirándonos a todos. Bravo por el chicarrón.
Yo también creo que la pérfida Albión no ha dado a la historia ni buenos pintores ni buenos compositores (si nos olvidamos del Pop/Rock). La historia ha demostrado que el arte para el que están más dotados es la piratería y no soy un entusiasta de Britten, pero cuando algo me gusta, me gusta.
Que le voy a hacer, Jose Luis.
Saludos
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