Embotado por una congestión alérgica y con miedo a un ataque de estornudos que provocase miradas inquisidoras de mis vecinos de localidad (pudoroso que es uno en esos trances), me senté a ver mi segundo Werther en un mes, y este fue tedioso, anodino, y la comparación, en este caso si que fue odiosa.
Y cuento lo de la congestión alérgica por dos razones, primero, porque puedo, y segundo porque mis percepciones auditivas y también visuales estaban mermadas. De cualquier forma escribiré lo que vi, y lo que vi, fue. (al menos para mí).
Venía de ver en Zúrich a Juan Diego Flórez, por lo que quien más tenía que temer era el tenor, pero no, fue lo segundo mejor de la noche siguiendo, muy de lejos, a la dirección de la Orquesta de Nánási.
Para mí el gran culpable del tedio de anoche fue Jean-Louis Grinda y su puesta en escena. Venía de ver en Zúrich una dura, casi violenta, pero interesantísima, y pasé a los mundos de Yupi. No apta para hipoglucémicos, cursi, aburrida, sin ritmo, sin pasión.
El primer acto, mismamente, la familia Trapp en sonrisas y lágrimas con Sophie de Julie Andrews. Bobona, de Disney Chanel. ¿Y la dirección de actores? Casi inexistente. Y torpe. Los pobres niños del coro mal colocados, corrigiendo la posición, como en una función de Navidad del colegio. Schmidt y Johann de bufos con un vestuario (también penoso en general) grotesco y con movimientos exagerados, poco naturales. Y la pareja protagonista, con Borras que muy expresivo no es, estáticos, anodinos.
La escena está montada en Flash back por lo que empieza con Werther recién muerto (aunque nunca lo está mucho, como tampoco está muy vivo) que se levanta, ve una película en un espejo y se va a cantar toda la obra con el pecho ensangrentado y el tiro dentro. Este planteamiento, que puede ser válido, se cae porque pasamos a una cursilada edulcorada y lenta en el que la pasión y la emoción sólo existieron en la orquesta.
Lo mejor de la escenografía, el espejo de las proyecciones (hay varios).
Con estos mimbres lo mejor era cerrar los ojos y escuchar la música. Y a eso me dediqué un buen rato. Mi vecina se dedicó a eso toda la noche, hasta que al acabar su marido le dio un codazo. Al menos tuvo la deferencia de no roncar.
La orquesta, dirigida por el gran Henkik Nánási, sonó clara, cristalina, sin concesiones para nadie, ni para los aplausos, ni para los cantantes. Y cuando de sacarle brillo se trataba, ahí estaba Nánási. Precioso preludio, bellísimo interludio "claro de luna" y enorme intermedio entre el tercer y cuarto acto. Excelente
Werther fue Jean-François Borras, a quién yo ya había visto en la Manon de Massenet sustituyendo a Grigoló y de quién escribí, en un rincón ya desaparecido, que en mi opinión tuve suerte con el cambio.
A mí me gustó. Sigue con una voz muy bonita, aunque ligeramente entubada, luminosa y de timbre agradable. Evidentemente no cuenta ni con el fraseo ni con la calidad de la emisión de JDF, pero conoce el estilo y le encaja, y en centro y volumen gana al limeño. Le falla, sin embargo, como ya le pasó en Manon, habilidad interpretativa, que ayer se convirtió en un elemento más del tedio reinante. Bien en su principio con el O Nature!, aunque reservó lo mejor para un Porquoi me reveiller cantado de frente al público, mirando a la grada, con gusto, elegancia y sabiendo que ahí se la juega. El maestro no le dejó ni un milisegundo para un aplauso. Jean-François fue la voz más solvente de la noche.
Charlotte fue una decepcionante Anna Caterina Antonacci. Voz de escaso volumen, con los graves perdidos en cualquier área de servicio. Y también, curiosamente, perpetró una aburrida Charlotte. Se contagió del ambiente creado por Grinda y en el magnífico tercer acto, donde todo es pasión y arrojo, pareció que leyera la factura del gas y que Werther le hubiera contado que ya estaba mejor del catarro. Además su voz está muy flojita. Decepcionante. Nada que ver con el torbellino de emociones que fue Anna Stéphany en Zúrich. Después de ver la función de ayer aún la aprecio más.
Sophie fue una cursi Helena Orcoyen. El papel es en sí mismo ya un poco cursi, es un jilguerito molesto que va, buenísima ella, incordiando e intentando llevar amor al mundo. Si a eso le añadimos un baby de párvulos como vestuario, dos trenzas y todo el rato dando vueltas con los brazos abiertos, sonriendo y henchida de flower power, pues eso, no sabes si Helena es cursi o la han hecho. El timbre y el canto correcto.
Albert fue el bueno de Michael Borth, alumno del Centro de Perfeccionamiento. A pesar de que sigue teniendo que mejorar y que su volumen no es enorme, me pareció que cantó con gusto, desde luego mucho mejor que el petardo de Audun Iversen que vi en Zúrich.
Le Bailly muy flojo Alejandro López y Moisés Marín, Jorge Alvarez y Fabian Lara, que fueron Schmidt, Johann y Brühlmann, peor que en la Lucrezia de hace pocos días. De nuevo les perjudicó la escenografía y a estos, mucho, el vestuario.
Hasta el coro de niños, que me suele encantar, fue flojísimo. Como ya he dicho, de función de fin de curso de párvulos B, donde cada uno hace lo que le da la gana. Espero que con las sucesivas representaciones mejoren, porque a los chavales puede que les atenazasen los nervios..
Obviamente, un placer departir y compartir impresiones con el gran Dufol y el no menos grande Amolaopera que, además, me presentó a Llevantis. Repito, un placer.
Saludos
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