Hace unas horas, ha tenido lugar en el Teatro Real un debut múltiple: el de
Bomarzo, ópera de
Alberto Ginastera que se estrena en Madrid y en España, el de la soprano
Nicola Beller Carbone y el de
David Afkham, director joven que ha revolucionado a la OCNE con su vigor.
Hasta el día de hoy, la única música que había escuchado de Ginastera era
esta cancioncita genial y
este interesante poema sinfónico: estilos sensiblemente diferentes que me llevaron a una confusión ¿es Ginastera un compositor tonal o atonal? ¿estamos ante el Schönberg latinoamericano? Pues bien, este Bomarzo es una ópera dodecafónica con una interesante fuerza sinfónica. Pero o me estoy volviendo cada vez más conservador musicalmente o no sé qué es porque no terminé de conectar mucho con la obra. Disfruté más de La Conquista de México (por buscarle un símil en importancia) que con Bomarzo. No obstante reconozco la importancia y la categoría de esta obra, y pude observar un éxito mayor al de esa ópera insufrible que vimos en febrero llamada
La Ciudad de las Mentiras. Pero no era muy difícil, tampoco.
La historia de la obra, basada en una novela de Manuel Mújica, nos cuenta una historia triste e interesante: la del duque de Bomarzo, un noble ambicioso y deforme al que nadie ha querido. Un hombre que en su ambición termina traicionado y ante su muerte inminente recordamos su triste vida. El arte está lleno de jorobados viles y al mismo tiempo dignos de nuestra compasión y nuestro terror, como Ricardo III (con el que encuentro similitudes) o inclusive Rigoletto.
Al frente de la Orquesta del Real,
Afkham ha hecho un gran trabajo, llevando a la orquesta a niveles espectaculares. La obra tiene momentos muy interesantes como los interludios previos a la escena con Pentesilea o la danza final del acto primero, y la escena de la coronación de Vicino como duque de Bomarzo, una escena de muchos decibelios en la que la orquesta vibró fabulosamente (a ver si vibra así en la tormenta de Otello alguna vez). Un gran trabajo, y esperamos verle de nuevo con una ópera más conocida. El coro estuvo sensacional.
Pierre Audi regresó al Real para firmarnos otro de sus espectaculares trabajos, y que se convertirá en otra de las cimas de la temporada. Su regie es de impacto visual, y ha traído de vuelta a dos grandes como el escenógrafo
Urs Schönebaum y el figurinista
Wojciech Dziedzic, muy aplaudidos aquí.
Nada más empezar la obra vemos a Vicino salir a escena, para luego levantarse el telón y mostrarnos un escenario oscuro en el que empiezan a desfilar figurantes que representan las edades del protagonista, desde la niñez hasta la vejez. A continuación emergerá desde el fondo una plataforma escénica de una colina y mientras empieza una serie de espectaculares proyecciones de fondo. Muy lograda la escena de la muerte de Girolamo (quien canta desnudo en lo alto de una piedra, a lo que hay que decir que el barítono mexicano
Germán Olivera está MUY de buen ver y seguro que subió la temperatura a más de uno), con unas proyecciones increíbles de un río color sangre y la posterior transición a una catedral de colores azul y verde en la coronación de Vicino. También es de gran impacto la estructura de rejas formada por luces de neón presente en toda la obra. La danza final del primer acto con las cortesanas y la aparición de los personajes es memorable, así como la muerte de los personajes y a la postre la del protagonista. El telón se cierra con Vicino de nuevo mirando al público, pero esta vez su versión en niño pequeño. Un trabajo de grandísima calidad.
En cuanto a los solistas (muchos de ellos, al no tener el español como lengua materna adolecían de falta de una dicción ideal) ,
John Daszak se dejó la piel tanto vocal como actoralmente interpretando al atormentado duque. La veterana
Hillary Summers interpretó a la abuela con su habitual bella -pero pequeña- voz de contralto aunque sigue manteniendo un precioso grave, pese a las muestras de declive.
Nicola Beller Carbone tiene una agradable voz de soprano dramática, aunque me gustaría verla en un papel más convencional para evaluar su destreza. De nuevo el gran
Thomas Oliemans nos fascinó con su gran voz como Silvio de Nardi. El resto de solistas hizo una gran labor coral igualmente, dentro de los cuales mencionaré al bajo
James Creswell, como un aterrador padre del protagonista. Del coro de la JORCAM, la joven
Patricia Redondo salió más que airosa de la difícil canción del pastorcillo que abre y cierra la obra (del que me atrevería a decir que es mi momento preferido de la misma). Un bravo por ella.
Aunque hubo deserciones, no fueron tantas como en la obra de Elena Mendoza dos meses atrás. El público aplaudió cordialmente a los artistas, aunque hubo ovaciones para Afkham, Daszak, Carbone, Redondo, así como el equipo escénico.
Como ya dije antes, no he conectado mucho con la obra, pero reconozco que va camino de ser de lo mejor de la temporada y a la zaga del que para mí sigue siendo la cima de ésta, la gran producción de Billy Budd que hemos tenido hace unos meses.