No tenía yo que haber ido al estreno de Lucrezia el pasado día 26, no metocaba y no lo tenía previsto, pero fui. Tenía y tengo entradas para el 8 de abril, y lo lógico será que repita, pero esa mañana dominical con la angustia asentada en el alma, mi mujer, que me quiere mucho, me dijo que me fuera esa tarde a la ópera y que me relaja. Que listas son las mujeres listas. Fui, disfrute, me relajé y engañé a mis sentimientos más profundos.
Lucrezia Borgia es de lo más disfrutable para los que nos amamos este invento llamado ópera. Es uno de esos operones de Donizetti que son patrimonio de la humanidad, que son patrimonio aún más de los amantes de la buena ópera y de esa parte tan hermosa que es el retrógrado belcanto, aunque no sea del siglo XX y XXI, por desgracia.
Es de esas maravillas de Donizetti, óperas de soprano, en las que el tenor también tiene mucho que cantar. Y la mezzo. Y el bajo.
Y tuvimos soprano, y tuvimos mezzo, y tuvimos bajo. Al tenor aún se le espera.
La puesta en escena de Emilio Sagi, fue de las suyas.De las que recuerdan a él, con paredes móviles, en tonos plateados o dorados, con pueblecillo en miniatura como en Luisa Fernanda, con vestuario monocromático salvo para quien deba resaltar en cada momento (Lucrezia casi siempre).
Y en este caso fue oscura y con poco sentido. No me gustó. No molestó, pero no me gustó.
Bueno, si molestó el excesivo ruido y la poca gracia del principio carnavalesco y a Silvia Tró, cantando, la pobre, a los hombros de un maromo de figuración.
El resto lo dicho, sin molestar pero sin añadir nada a la obra.
En cuanto al bueno del maestro Biondi, sintiéndolo mucho, no estuvo excesivamente inspirado. Los desajustes propios del estreno o su tendencia natural al barroco puede que le pesasen en extremo. Los tempi fueron muuuuy lentos, hubo desajustes excesivos y momentos chimpuneros. sin embargo, se mezclaron, con otros de una claridad y transparencia suprema, herencia también posiblemente del barroco, que fueron de gran belleza.
A mí me encantó el Com’e bello con el arpa y la cuerda dejando a la voz de Devia fluir de una forma mágica. Y ahí el maestro acompañó a esa Gran señora del canto, sobre todo en las variaciones de la repetición, a interpretar con elegancia y belleza suprema el, para mí, mejor momento de la noche.
Y es que la Devia es mucha Devia. Lo de antipática lo explicaré más tarde. Mariella Devia, fue una maravillosa Lucrezia Borgia. Es elegante, es majestuosa. Su gusto y sabiduría son indiscutibles. Sabe regular y filar y dejar suspendido en el aire un sonido casi perfecto en un aliento que luego engorda y corriendo por toda la sala te llega dentro. Y llega, vaya que si llega. La emoción entonces te entrega a ella, que dulce y suavemente sigue.
También elegante y precioso fue el rondó final "Era desso il fliglio mio".
Mi última Lucrezia en vivo fue en Munich con la Gruberova y fue brutal y completamente distinto a mi experiencia con la Devia. Donde la Gruberova desplegó todo un arsenal de fuegos artificiales, lanzando puñales afilados dejándonos sin aliento, la Devia cantó con un gusto y una elegancia electrizante. Bravas ambas.
Silvia Tró fue, tanto en Valencia como en Munich Maffio Orsini, y la gran Mezzo Valenciana va mejorando día a día. Estuvo sobresaliente, siendo hoy en día una de las mejores mezzos del panorama belcantista internacional. Es todo un seguro en las agilidades, en la afinación, en la intención. Brava en "Maffio Orsini Signora son io". Perfecta en la ballata "il segreto per esser felice".
Marko Mimica fue un convincente Alfonso d'Este. El bajo/barítono croata es un cantante a seguir. Con timbre hermoso y rotundo es un oasis en el desierto actual de voces masculinas.
Y dejo para el final al ínclito tenorino de turno William Davenport. Apavarottado pero sin ninguna de las virtudes de Lucianone. El simpático tenor norteamericano ya ha pasado demasiado por Valencia (dos veces esta temporada). Ahora que reparta sus encantos por otras latitudes.
Coprimarios correctos.
El coro, como siempre, estupendo.
Fue un grato placer poder departir en el descanso con el gran Carl Tunner, pozo sin fondo de sabiduría operística. La próxima vez que me acerque a él será con papel y lápiz para tomar apuntes de sus disertaciones, y siempre certeras. Se lo dije y lo haré. Siempre encuentro, hablando con él, contraste con mis propias impresiones , pero además siempre me descubre algún matiz relevante y que había pasado por alto. Lo dicho, un lujo.
Y terminaré explicando la antipatía de la Devia. Al terminar la función me invadió ese deseo friki que a algunos tanto nos gusta y me acerque a saludar a los cantantes.
Simplemente describiré dos actitudes por contraste. La Devia salió tarde, hecha una diva, con ese gesto en la nariz como si algo oliese mal, sin pararse, firmando con desidia, sin fijar la mirada en nadie. En esos momentos de frikismo après ópera que tanto disfruto subí con ella y otras tres personas en el ascensor, yo deshaciéndome en elogios, ella negándome la mirada. Gracias a su eficaz secretaria, a la que trataba como a una zapatilla, conseguí una bonita foto con ella. La guardaré para el recuerdo. Puede que tuviera ella un mal día.
Por otro lado me acerqué a saludar a William Davenport, a quien nadie se acercaba. Estuvo amabilísimo, me presentó a su madre, se ofreció para firmarme todo lo firmable, para hacerse fotos conmigo hasta haciendo el pino. Encantador.
Ella, maravillosa y antipática. El, un petardo y simpatiquísimo. ¿Alguien tiene alguna duda de quién de los dos deseo que vuelva a cantar en Valencia? ¿Alguien tiene alguna duda de por cuál de los dos viajaría a otra ciudad?. Pues eso, quizás yo tuve mala suerte y los del Escorial muy buena. O quizás yo le recuerde a su primo, el que le cae mal, con el que no se habla.
Saludos
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