Un “Don Carlo” vienés, de hace sólo unos meses. El protagonista es Ramón Vargas, un apreciable tenor siempre y un profesional competente, y con una carrera ya larga de más de treinta años (o casi). El papel, con su complicada tesitura y su escaso lucimiento, no es el ideal para su voz, pero en los momentos más líricos, el tenor mexicano derrocha buen canto. La señorita Pepis (de nombre artístico, Anja Harteros) vuelve a estar reservada sólo para incondicionales. Hay algunas buenas frases en el dúo del segundo acto (se canta la versión italiana en cuatro actos), y su voz también campea con gallardía en el concertante del auto de Fe, pero su estilo de canto “ursulino” poco tiene que ver con Verdi. El “Non pianger” es soporífero; el aria del cuarto acto le viene inmensa; y el dúo final es de un academicismo vacuo: parece una abnegada ama de casa pidiéndole al marido que la lleve al cine.
La Eboli de Uría-Monzón es pésima, con la voz en estado cochambroso y por tanto imposible de expresar la más mínima sensualidad. En cambio, muy potable el Posa de Tezier, una de las mejores cosas que le he escuchado hasta la fecha. La voz suena fresca, carnosa y con pegada. Ya se sabe que no es refinado ni fantasioso en el fraseo, pero el papel le permite desplegar la voz con mucho brillo, salvando las dificultades (por ejemplo en el dúo con Filippo) de manera muy airosa. El Rey de Rene Pape puede valer, pero no es gran cosa. Faltan matices, variedad y grandeza. Da las notas, pero el personaje tiene una complejidad que se le escapa. En su monólogo no acaba de dar con la tecla, y confunde a Filippo con Boris. Buen nivel general de los secundarios y de los comprimarios, y muy buena dirección de Marco Armiliato, con sentido teatral, participando en el drama y logrando buenas sonoridades de una orquesta estupenda como es la de la Ópera de Viena. La puesta en escena es conceptual, tirando a fea y grisácea, pero no impide el gozo ni perturba el espíritu. Comparado con las últimas cosas que había visto de la Staatsoper, esto es casi un manjar equiparable a los años en que Viena era Viena, o sea en los añorados tiempos del Emperador Francisco José
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