Mi primera y gran duda existencial es sobre colocar esta crónica en el concurrido hilo de reciente creación Metidos de lleno en el Met o en el pequeño hilo de crónicas, pero como Chicago no es Nueva York y a mí lo que me gustan son las crónicas con hilo propio, abro una. Duda resuelta.
Entre el Jet Lag y el Thanksgiving ayer me acerqué a mi querida ópera de Chicago y venciendo a los dos, vi esa maravillosa ópera que es Don Quichotte de Massenet. Grandísima ópera.
Es una ópera deliciosa, con momentos inspiradísimos, con altibajos cierto, pero muchos más altos que bajos y los altos, altísimos.
Vale, 5 actos para una ópera de menos de dos horas no tiene sentido y es un patchwork algo inconexo, pero es que de un buen patchwork puede salir una preciosa y cálida colcha, y eso es Don Quichotte, precioso y cálido. Toma cursilada.
Gran parte del éxito de la obra es el humanísimo tratamiento que se les da a los tres protagonistas. Don Quijote no es cómico, es una persona que se entrega, que se da, que quiere y que sufre. Dulcinea, aquí una suerte de cortesana, una mujer algo ligera de remos, ya es una mujer madura, que aunque lleva una vida ligera se da cuenta del vacío que le provoca, se aburre de ella y reflexiona. Aunque rechaza a Don Quijote, lo admira y siente por él cariño, diciendo que está loco, pero es un loco sublime. Y Sancho Panza es la lealtad, la entrega, la amistad, todo corazón.
Y esa humanidad de los personajes está retratada magistralmente por la música y la letra cerrando la obra un quinto acto sobrecogedor con la hermosísima muerte de Don Quijote.
La ópera, además es un elemento de lucimiento enorme para los bajos y algunos de los más grandes la han hecho suya. Ayer le tocó el turno a Ferruccio Furlanetto, presentado aquí como una gran estrella, cosa que no es, y comparado en el Playbill con sus dos antecesores en Chicago, Ghiaurov y Ramey, y ni de lejos. Aunque fue vitoreado convenientemente y vino para ser la estrella de la noche y, para mí, no lo fue. La voz, aunque llena la sala, acusa un desgaste importante, tiene un vibrato que se descontrola y le falta rotundidad. Empezó flojo y destimbrado con el aria de las estrellas del primer acto, preciosa aria, mal cantada. Fue mejorando y su mejor momento estuvo en la homilía que les suelta a los ladrones en el tercer acto, suerte de lección religiosa y de modus vivendi con órgano y todo, aun estando en el monte. Grande Massenet aquí también. En la muerte final estuvo correcto.
La estrella para mí fue Sir Andrew Davis y la extraordinaria orquesta de Chicago. Desde el comienzo con la apertura y los honores al Barça, pasando por el hermosísimo preludio del tercer acto con clarinete y cuerda en el tema de las estrellas de nuevo o el mejor aún preludio del quinto acto con un escalofriante sólo de chelo, la orquesta sonó a gloria. Emocionaba con el relato de lo que ahí sucedía. Cuanto más escucho a Sir Andrew, más me gusta.
Dulcinea fue la Mezzo francesa Clémentine Margaine, por lo que empezaré diciendo que su dicción obviamente,, fue más que correcta. No me disgustó aunque carece de graves (inaudibles). Los medios y agudos, aunque algo entubados tienen metal, y suenan bonitos. El agudo, además, en alguna ocasión brilló especialmente. Bien en el primer acto, mejor en el cuarto.
Sancho Panza fue Nicola Alaimo. Lo esperaba mejor. No lució lo suficiente en su momento, la perorata defendiendo a Don Quijote, al final del cuarto acto, faltando emoción. Si estuvo más convincente en el quinto acto, aunque no le encontré belleza a una voz un tanto mate. Como actor interpretó muy bien como sus dos compañeros.
Los cuatro subalternos que rondaban a Dulcinea, Diana Newman, Lindsay Metzger, Alec Carlson y Jonathan Johnson por separado no cantaban nada. Juntos la voz empastaba bien y como sus momentos corales con Dulcinea son tan bonitos, los disfruté. Ahora, son flojos, flojos (Manolita Chen se dice, no?).
La puesta en escena de Matthew Ozawa, me encantó. Es de las que gustan aquí en América, clásica y fiel al texto. Con un pueblo manchego de cartón piedra que a mí me recordaba a Trujillo, con molinos en los que las aspas giran, vestuario goyesco y rural y con Don Quichotte y Sancho como el las ilustraciones de Gustavo Doré. Bien iluminada, sin molestar al canto e imaginativa, dentro del clasicismo, en la propuesta. Excelente dirección de actores.
En fin, buena interpretación de una preciosa ópera que debe de figurar en un puesto de honor entre las que deben representarse más.
Saludos
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