Función del día 29.
Tras la sensación de un Otello "light" que me dio el primer reparto la semana pasada, decidí ver otra función de esta obra maestra. Esta vez tocaba el segundo reparto, y me he llevado una sorpresa: en conjunto me ha parecido una función globalmente mejor que la del primero. Pero con todo, tampoco es éste un Otello que vaya a pasar a la historia.
Podría calificarlo de un Otello "agradable".
Alfred Kim fue una auténtica sorpresa. Había leído críticas poco favorecedoras en este hilo pero me encontré con un tenor en forma. E incluso en ciertos momentos que podría poner en apuros al mismísimo Kunde. Es un tenor que tiene agudos como trompetazos y resiste mejor la orquesta pasada de decibelios que dirige el maestro Palumbo. Si uno no es demasiado exigente y disfruta con lo que podríamos calificar de "circo" o "pirotecnia", entonces le parecerá apañada la interpretación de Kim, como a un servidor. Me lo he pasado en grande y tampoco puedo decir que su interpretación fuera mala, aunque en ello Kunde le lleva mucha ventaja. El Otello de Kunde, ya sea bueno o malo, es personal y una creación. El de Kim es el de un tenor en forma que es capaz de dar notas y de paso da una función agradable y sin demasiadas pretensiones. Empezó con un Esultate muy bueno, y el dúo de amor fue excelente. A partir del acto segundo empezó a entrar en calor: el Ora e per sempre sonó en plenitud y los Sangue! Sangue! previos al dueto Si, pel ciel fueron estremecedores. El Dio mi potevi le salió bien a nivel dramático, aunque no tiene la sensibilidad desgarradora de Kunde. En el acto cuarto parecía dar muestras de alguna fatiga, con la voz un poco vibrante para mi gusto -aunque por otra parte no me sorprende después de haberse pasado la función repartiendo unos agudos de infarto- pero el Niun mi tema fue de lo mejor de la noche: se esforzó en darle un toque heroico, y en los Ah! Morta, morta volvió a dar esa brillantez.
Esperaba encontrarme sinceramente a un tenor malo y vociferante pero teniendo en cuenta lo que tenemos por los escenarios hay que decir que este Otello no molesta y es hasta digno. Decir que lo ha cantado mejor que Kunde sería una temeridad si tenemos en cuenta el estilo del americano pero la forma es la forma. Comparado con él mismo en otros años, en vivo parecía dar indicios de no poder cumplir ya con lo que este papel terrible exige. Y vuelvo a decir que no quito mérito a nadie. Volviendo a Kim, me parece que ha convencido. No sé cuánto vaya a durar pero en estas funciones al menos ha cumplido y en lo personal me ha hecho pasarlo mejor que con un Kunde legendario y con personalidad pero algo sufriente. Bravo.
Ángel Ódena ha vuelto a entusiasmarme. Quizá sea más vulgar como Iago que un Álvarez, pero tenemos un barítono que es una verdadera fuerza de la naturaleza.Y al menos, se lleva de calle a Petean. No sólo en la torrencial voz (que conviene al personaje) sino en la interpretación. Ódena crea y da vida al personaje de Iago en la medida que puede porque es un buen actor. Vocalmente le noté algo reservado en el primer acto, pero en el segundo fue toda una experiencia: Desde un Non ti crucciar entonado con una discreción rayana a la apatía cuando se dirige a Cassio hasta que con un atronador Vanne! La tua meta già vedo empieza la escena terrorífica que sigue. Y menudo Credo. Aunque vocifere, fue una versión tremenda. Yo por un momento estaba completamente aterrorizado. Y cuando dice La morte è nulla, con tono susurrante, casi conspirador, diabólico... algo que no consiguió Petean la semana pasada. Es cierto que el abuso de notas en pianissimi pasa factura en el Era la Notte, que en mi opinión debe oirse con tono viperino pero audible. Otro momento aterrador fue el final del acto tercero, cuando Iago sentencia a un Otello desmayado y humillado con el célebre Ecco é il leone! ; ya que Ódena expresa una maldad terrible, no solo en la voz atronadora sino en una perversa risa y unas muecas grotescas mientras se sienta complacido al ver a un Otello que sufre un ataque debido a su derrota. No diré que haya sido perfecto, pero cuanto menos hay personaje y no deja una sensación de indiferencia.
Lianna Harotounian fue una sorpresa. La voz es más dramática y más sonora que la de Jaho. Y ya desde su entrada en el dúo del primer acto con Mio superbo guerrier dejó claro quien llevaba ventaja, y de hecho este dúo fue uno de los momentos más hermosos de la noche en parte por su voz bella y firme. Quizá sea esa misma voz un poco vibrante, pero no le quita nada. Desde el Quando narravi acometió el dúo de manera sensible y entregada. En el acto tercero estuvo conmovedora y en el dúo Dio ti giocondi, o sposo mostró una interpretación convincente en lo vocal y desgarradora en lo actoral : impresionante el momento en que niega ser infiel a su marido. En el acto cuarto estuvo estupenda en la canción del Salce pero pareció perder un poco de fuerza en el Ave Maria. En cualquier caso, esta soprano sabe cantar a Verdi, o al menos al oirla una piensa que sabe un poco de qué se trata esta música. Algo que muchas sopranos de hoy tienen difícil.
Xavier Moreno fue un Cassio que por momentos me gustaba más que el de Dolgov, pero otros me parecía que le faltaba volumen y no pasaba de discreto.
El resto de solistas igualmente cumplidor. Me pareció que el coro esta vez estaba mejor que la función pasada. El principio de la obra fue espectacular.
Renato Palumbo sigue en su línea: primer acto discreto, resto de la obra con un sonido espectacular pero en ocasiones pasado de decibelios. No entiendo esa contención en el primer acto. Por ejemplo, cuando el coro termina de replicar el Esultate, las cuerdas deben sonar con toda la fuerza pues se trata de un momento de celebración y éxtasis. Palumbo por el contrario las hace sonar despacio, lo que afecta a la emoción del momento. Ya en el dúo de amor parece entrar en calor, con los cellos pletóricos. De nuevo la introducción al cuarto acto es maravillosa, así como el resto del acto transcurre en un buen nivel.
Al estar en platea esta vez pude apreciar mejor la puesta en escena de David Alden. De nuevo la iluminación es la gran triunfadora, y a mi mensaje de la función del día 21 me remito. Pero en esta ocasión he podido advertir la presencia excesiva de Iago en escena que no pude la semana pasada por estar en la tribuna. Cuando Otello y Desdemona terminan el primer acto alabando su amor y dejándonos a todos en éxtasis aparece Iago a ver a los amantes. Y lo mismo al final. El villano no huye a pesar de que todos ya saben sus fechorías. Más bien se queda solo con Otello y Desdemona. Como si los demás salieran de escena no sólo aterrorizados sino porque la fuerza infernal del plan de Iago exige que éste termine de contemplar su obra. Y no estoy de acuerdo. En el amor y en la muerte Otello y Desdemona tienen que dominar la escena. Tampoco está bien resuelto: en lugar de sonreir complacido al saber que su venganza ha tenido éxito parece mirar impertérrito y sin la menor emoción.
Podrá molestar a los puristas pero me recuerda a un recurso usado en la era Isabelina: hay una obra ; The Spanish Tragedy, de Thomas Kyd (contemporáneo de Shakespeare), en la que el espíritu de la Venganza y el fantasma de Andrea -el hombre a vengar- están presentes en toda la obra viendo cómo los personajes se destruyen a sí mismos y la tragedia se consuma para resarcimiento del desafortunado Andrea. Me pregunto si Alden conocería este recurso y quiso utilizarlo para Iago, elemento destructor de las vidas de los protagonistas, al estilo de la personificación habitual en la época del Vicio o Vice shakesperiano. Y ni aun así es que me convenza, porque la música habla, ambienta, indica quiénes tienen que estar en esos momentos de clímax. Al menos en esta obra tan intensa e íntima al mismo tiempo.
En definitiva, hemos tenido una producción bastante modesta de Otello pero también la oportunidad de disfrutar en Madrid de una obra que llevaba 17 años sin verse en el Teatro Real. No es poco tiempo. Los clásicos de la ópera no pueden pasarse esa friolera de años sin verse porque las nuevas generaciones de aficionados necesitan conocer su magia en vivo, sobretodo en un estadio tan decisivo como la primera exploración de sus gustos, en esa fase crecimiento dentro de esa afición que se convertirá en pasión.
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