Me acerqué a ver este oratorio británico romántico postwagneriano, tan querido en Alemania y tan repudiado inicialmente por tradición inglesa.
Y fui principalmente por tres razones:
La primera porque yo estaba en Berlín.
Estar en la ciudad con más y mejor oferta lírica de la actualidad, sea por la razón que sea, es siempre una enorme tentación. Y ya que estaba ahí fui a ver el sueño de Geronte o Geroncio. Si no hubiera estado, pues no hubiera ido. Como estaba, fui.
Y disfruté. La obra me gustó mucho aunque es un tanto irregular. Tiene un preludio orquestal bellísimo y momentos de gran lirismo, algunos grandes y muy distintos coros, angelicales e infernales (sobrecogedor el coro de los demonios) y el resultado del conjunto es sobresaliente. Sólo falla en algún momento en el que cae en el tedio y aburrimiento.
Musicalmente es muy potente y numerosísimo en cuanto a intérpretes con una gran (grande) orquesta y más de 150 cantantes de coro. En algún momento pide el tope de decibelios, fortissimos que, será por ser valenciano de adopción y adorar las mascletás, me encantan. Pero además no está exenta de momentos delicados con un juego de dinámicas que dan como resultados momentos de enorme emoción.
Elgar, el del anuncio de ginebra, dijo de ella que sería la obra por la que se recordase, “Si alguna obra mía es digna de no olvidarse, ésta es”, “This is the best of me”. La obra fue además mal recibida en la pérfida Albión por su profundo catolicismo, fundamental en esta obra y el origen humilde de su compositor. De hecho fue prohibida su representación en varios lugares y tuvo que triunfar a la orilla del Rhin. Plantea la visión católico-apostólico-romana de la muerte y la inmortalidad del alma.
Hoy los British la veneran y la interpretan en Saint Paul. Así se escribe la historia. Y es que lo del Brexit no es de ahora.
La segunda razón fue porque, aun encuadrada en la programación de la Staatsoper unter den Linden (im Schiller), era una gran oportunidad para escuchar a la grandiosa Staatskapelle berlinesa, dirigida por Daniel Barenboim, en el escenaro único de la Grosser Saal de la Philharmonie de Berlín. Y eso valió el precio de la entrada.
El nivel de excelencia alcanzado por la orquesta fue insuperable. Barenboim dirigió con pulso firme y profundo conocimiento de su orquesta. El juego de matices, claroscuros, poderío cuando tocaba pero ligereza a continuación, cuando la partitura lo requería fue extraordinario. He de reconocer que hubo momentos en los se me llevó a ese lugar que no se sabe dónde está pero en el que se disfruta de forma superlativa, de forma completa, que te arrebata el control del tiempo, de todo y en el que no hay nada más que la música y yo con una emoción difícil de describir. ¿Se me entiende?. No sé, creo que por momentos como esos es por lo que me gusta este invento.
Parece ser, además, que a Daniel le gusta mucho Elgar. Por ponerle algún pero, pudiera haber cuidado algo más a los cantantes y sobre todo tapar un poco menos al tenor.
El enorme coro formado por la unión del Staatsopernchor, el RIAS Kammerchor y el Konzertchor y Jugendchor de la Staatsoper fue también extraordinario.
Y además da gusto asistir con un público entendido, del que no sólo no aplaude hasta que no termina la obra, sino que deja unos segundos de silencio al finalizar, cuando la emoción se corta con cuchillo y comienza a aplaudir cuando el director relaja la postura y baja los brazos.
La tercera razón fue por ver en ese escenario y con esa orquesta y, por fin en vivo, a Jonas Kaufmann.
Jonás, estaba anunciado desde el principio de los tiempos hasta el mismo día por la mañana, que canceló y cantó Andrew Staples. Puede que se lo hubiera tragado una ballena. Herr Kaufmann cancela demasiado últimamente, no sé si es que anda flojillo o que se le ha subido el divismo a la coronilla. O ambas cosas.
Del Muniqués se esperaba pasión ante el trance de la muerte, intención y fuerza en el canto, todo ello engolado pero con fuerza. Y francamente, tenía ganas de verlo en vivo, ya que enlatado no me acaba de convencer.
El londinense que lo sustituyó, Staples, cambió el registro. Y he de reconocer que lo hizo muy bien, con un fraseo muy bueno, regulaciones con muy buen gusto y un timbre claro y bonito. Sacó el papel con sobresaliente cuando esperaba lo peor.
Su acercamiento al papel estuvo más orientado hacia la suavidad, hacia la paz en el trance de la muerte, resaltando el hecho de que no se vea como un final sino como un paso, con una transición casi placentera, algo quizá dentro del espíritu y la intención de Elgar. Por decir algo negativo del tenor británico diré que no encontró los pocos bajos que le pidió la partitura y que como su volumen no es enorme, le tapó la orquesta en los fortissimos con los que nos obsequió Daniel. Me gustó Staples.
No fue razón de ir el hecho de que la Mezzo angelina fuera Sarah Connolly. Pero es que tampoco fue!!. Fue sustituida y también el último día por Catherine Wyn-Rogers. Impresentable la fiabilidad de las voces! Matabosch dimisión!!
A pesar de todo, creo salimos ganado con el cambio. La veterana británica fue un ángel bueno. Oficio, delicadeza, seguridad y una tesitura enorme, quizá con exceso de vibrato y algún fallito.
Pero su interpretación fue sentida, elegante y creable y nos ganó a mí y al resto de los presentes.
Y por supuesto que no fui porque el ínclito de Thomas Hampson fuera el barítono de la noche. Y ese no canceló. ¡Vaya por Dios, el único sano!. De todas formas cantó muy poquito. Tres o cuatro minutos en cada una de las dos partes. Estuvo mejor en la segunda parte, cuando hizo de ángel malo.
Tiene gracia verle al saludar con ese aspecto tan cuidado de Lord inglés que estila. Impecable, el peinado engominado con las sienes canosas sin un solo pelo desalineado. Traje entre moderno y clásico, elegante y caro carísimo. Body language de anuncio de Martini, de a quién le espera el jet privado para volar a cualquier lugar de la costa azul o de Cerdeña. Un trufado de Mario Conde y George Clooney hecho barítono.
Saludos
Última edición por Mandryka el 22 Sep 2016 21:04, editado 3 veces en total
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