No esperaba gran cosa de esta producción de Die Zauberflöte procedente de la Komische Oper y presentada a comienzo de este año en Madrid, por lo que recuerdo sin que cautivase especialmente a la mayor parte de los foreros. Quizá por ello mi impresión positiva ha sido mayor al encontrarme con un espectáculo que no solo se encuentra extraordinariamente bien realizado, sino que aporta un punto de vista perfectamente válido acerca de esta summa obra maestra, allá donde otros enfoques en principio más enjundiosos (por ejemplo, el último pergeñado en Salzburgo, de cuyos responsables no quiero acordarme, si bien redimido por la magistral dirección de Harnoncourt) naufragan de manera irremisible, porque una de las características de Die Zauberflöte es que de ella es cierto todo lo que pueda decirse, y al mismo tiempo su contrario.
Acudiendo a la estética y a los recursos expresivos del cine mudo, sustituyendo en lo que constituye su intervención más relevante sobre el original los diálogos hablados que prevé Schikaneder por unos simplificados y escritos que se muestran sobre la escena transformada en gran pantalla cinematográfica, con el acompañamiento de un fortepiano que desgrana algunos pasajes de las Fantasías en re menor, K. 397, y en do menor, K. 475, la producción de Kosky nos pone ante un mundo naive, de fantasía, de resonancias chagallianas, en el que todo es posible, un mundo hecho por y para niños de todas las edades, y en el que cobra plena lógica tanto el súbito enamoramiento de Tamino y Pamina como la maldad de la Reina de la Noche (impagable ese arácnido de ocho gigantescas, terribles, puntiagudas patas), al igual que la sabiduría inaccesible de Sarastro, en esta ocasión una suerte de figura paterna que no acaba de resultar completamente unívoca, vista la manera en que Pamina es circundada durante In diesen heil'gen Hallen por los integrantes de la comunidad de iluminados, para quedar finalmente transformado su vestuario por el mismo de riguroso negro que estos gastan. En este planteamiento, Papageno es un Everyman, un individuo en esta ocasión de lo más común con las aspiraciones más comunes, caracterizado de manera que recuerda a Charlot, como para reforzar la idea implícita de que Papageno somos todos. Frente a un Tamino en traje de gala, como una inalcanzable estrella del celuloide, con sus elevadas cuitas más allá de las preocupaciones de los mortales. Imaginativas, brillantes, muy en función del texto, las imágenes van transcurriendo de manera veloz y variada, ante la maravilla de un público que ríe, sonríe y discute. Una de las mejores producciones de Die Zauberflöte que recuerdo haber visto, y una alternativa perfectamente válida a la visión gloriosamente clásica de Everding en Munich.
El otro gran pilar del éxito de la función es la estupenda dirección orquestal del actual titular de la Komische Oper, Henrik Nánási, sucesor en ese foso de un tal Kirill Petrenko, en su momento también en los inicios de su carrera. Si la mejoría en las prestaciones de la orquesta de la casa parece que por fin empieza a ser desde la mitad de esta temporada que ahora termina una realidad, el maestro sabe sacar de sus músicos un partido como pocas veces se ha tenido la ocasión de disfrutar por estos lares, obteniendo un sonido a la vez con la suficiente presencia en sala como esta en principio no particularmente apropiada para la música del dieciocho, y con la habilidad de no cubrir a los cantantes en ningún momento ni tratar de asumir indebidos protagonismos. Al servicio de sus solistas y de la acción, el discurso de Nánási es fluido, coherente, acentuado; sin especiales devaneos con el estilo barroco pero sin feas adiposidades.
El reparto está integrado por cantantes procedentes del equipo estable del teatro alemán y responde como un auténtico equipo, con un nivel de calidad homogéneo, sin individualidades de especial relieve, pero sabiendo llevar a buen puerto la función, perfectamente guiados por el foso e integrados en la producción. En estas funciones de julio, van presentándose en días alternos dos repartos diferentes. Los solistas principales de la función de ayer día 20, a la que asistí, fueron Dimitry Ivashchenko (Sarastro / Sprecher), Allan Clayton (Tamino), Christina Poulitsi (Königin der Nacht), Maureen McKay (Pamina), Tom Erik Lie (Papageno) e Ivan Turšić (Monostatos). Destacar acaso el Sarastro de Ivashchenko, de considerable presencia, que ya cantó el papel para Rattle en Baden-Baden en 2013 y que tras su estupendo Ivan Khovansky del pasado invierno en Amsterdam va perfilándose como una de las voces de bajo a tener en cuenta; así como la Reina de la Noche de Poulitsi, seguramente sin todo el empaque que sería ideal para el papel, pero con buen dominio de la coloratura y de los sobreagudos. Estupenda la prestación del coro, oculto en esta ocasión la mayor parte del tiempo, con buena variedad de dinámicas.
Viene a ser, en su conjunto, como una función de repertorio del domingo en la Komische Oper, y viene a ser una gozada.
_________________ À partir d´un certain âge, la vie devient administrative - surtout (Houellebecq)
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