Estadio Santiago Bernabéu, 29 de junio de 2016.
Un concierto inolvidable. Un concierto faraónico. Un espectáculo que no podía pasar desapercibido, desde cualquier punto de vista. Desde que el Real Madrid anunció este concierto que se daría en el Estadio Santiago Bernabéu, ha dado mucho de qué hablar.Un homenaje del mundo de la música española con fines benéficos, a escuelas que esta institución deportiva apadrina en México. Dicen que el ambiente era casi como el de un día de fútbol, pero en la calurosa tarde de ayer la estación de metro y los aledaños del estadio estaban repletos de gente que hacía difícil el paso ligero y que terminó por abarrotarlo.
Sobre un escenario inmenso con pasarela y un animador había una pantalla que proyectaba varias imágenes y los nombres de los artistas a medida que aparecían se situaba la orquesta.
Poco después de las 21 horas empezó la velada musical, cuando el maestro Eugene Kohn tomó la batuta de la Orquesta Titular del Teatro Real para interpretar la obertura de La Forza del Destino. La interpretación fue para entrar en calor, muy a pesar de un vulgar arranque de la sección de viento metal; pero no pasó más allá de ser testimonial (y me imagino que la gente que estaba ya sentada o entrando en las gradas la vería como meramente decorativa). Al terminar la obertura salió el maestro de ceremonias, Bertín Osborne. Al principio se le oía difusamente, a lo que el público empezó a corear sin parar "No se oye", hasta que Bertín lo arregló.
Tras la presentación, apareció la estrella de la noche: el gran Plácido Domingo.
Antes de desglosar en la medida que me sea posible la velada, debo decir que Domingo ha capitaneado el evento no sólo de nombre, sino con gran maestría y cantando muchos más números de los que esperaba. No deja de sorprender el estado de su voz, que sigue siendo impresionante aún con la amplificación (a la que en ocasiones hacía vibrar), siguen sus tablas y su gran habilidad interpretativa, aún cuando a medida que la velada avanzaba se colaba de vez en cuando alguna señal de cansancio. No tenia muy recorrida su carrera en canción popular, pero se me ha antojado en vivo bastante notable. Las romanzas de zarzuela aún las canta con arte (aunque no como en ópera, al menos en este momento) y la canción popular le sale muy agradable. Y su fama es capaz de meterse en el bolsillo aun público que mayoritariamente no es de ópera, como el de anoche.
Agradecido, y sugiriendo que no había tiempo que perder dada la longitud del evento, abrió con su versión de Nemico della Patria, que al igual que el año pasado en el Real abordó de forma espectacular. Inmediatamente dio paso al siguiente invitado: el famoso (y controvertido) tenor Andrea Bocelli.
Bocelli se atrevió con el Pour mon âme, de la Fille. Y tengo que decir que debajo de una capa superficial de voz bella y efectiva, nos encontramos con un cantante limitadísimo. La voz es estridente y los agudos aunque los da apenas no se pueden mantener con la firmeza que un cantante curtido en tablas necesita. Y al final del aria (me voici, militaire et mari) entró a destiempo. Inmediatamente empezó el primer dúo: el dúo de Les Pêcheurs de Perles con Domingo. Y si bien aquí Bocelli empezó bien su entrada, la voz se vio opacada en cuanto Plácido le dio réplica y estaba al borde del colapso. A medida que el dúo avanzaba Plácido se lo engullía.
Y tras esta introducción clásica, empezaron los primeros cantantes de pop.
Empezó Rozalén, una chica de Albacete, y a continuación llegó el argentino Diego Torres, que interpretó a dúo con ella su famosa canción Color Esperanza, que levantó el primer aplauso. Luego siguió Torres con una canción nueva, Iguales. He de decir que Torres me gustó.
Plácido regresó para interpretar No puede ser, que aún le sale bien aun con las limitaciones de la edad.
Le siguió el sensual venezolano Carlos Baute, en espléndida forma física y pidiendo ayuda al público a cantar la parte de Marta Sánchez en la célebre Colgando en tus manos. Luego presentó una canción nueva, con ecos de reggaetón. Después entró Diana Navarro, quien cantó la desgarradora El perdón, mientras el sol se terminaba de poner. Y arrancó los aplausos entusiastas del público, ya que la canción era de poner los pelos de punta, y además la voz era generosa.
Nuestro Plácido regresó para interpretar Ojos verdes, y de repente entró la gran bailarina Sara Baras en escena, exhibiendo su destreza con sus movimientos (hipnótico el manejo del mantón) y sus impresionantes taconeos. Y así terminó Plácido arrodillado ante ella. Siguió la bailarina con una larga danza que terminó acompañada de un grupo musical flamenco. Los taconeos volvieron a hipnotizar al público. De repente, apareció el gran violinista Ara Malikian quien entró tocando la melodía principal de la Habanera de Carmen acompañando a la bailarina. Pero luego siguió él solo moviéndose por la pasarela del escenario con su violín, electrizante y virtuoso. Uno lo ha visto como violín principal del Real y no deja de sorprender esta fase de su carrera artística, tan personal y ¿crossover?.
Luego apareció el grupo Los secretos, interpretando dos canciones, siendo la segunda Por el bulevar de los sueños rotos, con la participación de José Mercé.
Entonces aparecieron dos bandas de grupos jóvenes: Il Volo, tres jovenes italianos que representaron a Italia en Eurovisión en 2015 y que son una versión juvenil de Il Divo, haciendo crossover de arias de ópera y canciones populares. Domingo dijo que descubrió este grupo gracias a sus nietos. Vio a estos chicos cantar canciones que él cantó con Carreras y Pavarotti y desde entonces sigue y apoya su carrera. Empezaron con Grande Amore y luego con Plácido interpretaron la famosa Non ti scordar di me, y como siempre la voz de Plácido superándoles. Pero sus voces me parecieron agradables. Luego presentó a otra banda que conoció gracias a sus nietos: Dvicio. Y esta formación madrileña cantó entre otros temas Paraíso, bastante popular - a mí me encanta-.
David Bisbal me sorprendió positivamente por su voz, poderosa, para no prestarle yo demasiada atención a su música. De las más potentes de la noche. Y con Plácido interpretó Adoro, de Manzanero. Al acabar Plácido dedicó unas palabras de cortesía a Bisbal, repasando su trayectoria musical, mencionando su origen en Operación Triunfo. Ahora que quede claro que no me convertiré en admirador de su música, sólo constato que la voz es gruesa para un cantante de pop en vivo.
Pablo López interpretó Lo saben mis zapatos, que ya estaba anunciada por él mismo. Y menuda canción y menuda voz apasionada, acompañada por el piano. Le siguió el colombiano Juanes - y para entonces el público ya estaba en éxtasis- que interpretó Volverte a ver. Entonces entró Plácido y juntos cantaron el tango Volver.
Luego llegó otro de los puntos álgidos (para mí) de la noche, y esta vez clásico. Pablo Héras-Casado subió al podio para interpretar la Danza ritual del fuego, de Falla acompañado por la espectacular Compañía Antonio Gades. La compañía hizo una bella danza grupal, y el director español sacó de la Orquesta una versión espléndida ¡menudas cuerdas! Fue un gran momento. No obstante la amplificación afectaba a la orquesta, especialmente al viento.
Plácido regresó con Adiós Granada, que le salió sobrecogedora. Le acompañaba el joven guitarrista Pablo Sáinz Villegas. Luego regresó el maestro Kohn para interpretar con Sáinz Villegas una versión instrumental del Tico Tico.
Luego intervinieron los grandes Café Quijano, seguidos por la potente India Martínez. Y entonces, llegó el turno de Bertín Osborne. Si bien es cierto que el personaje me ha parecido siempre epítome de lo rancio, he de reconocer que tiene una voz impresionante. Porque me quedé atónito con su versión de Échame a mí la culpa, que cantó con el público. Maravillosa. Entonces dijo que se le había colado un pianista espléndido: el mismísimo Plácido. Y con el tenor al piano interpretó My way, si bien con un inglés un tanto macarrónico, pero efectivo cantando. Hasta Plácido cantó un trozo.
Inmediatamente, llegó otro de los momentos más anecdóticos de la noche: Plácido Domingo Jr. entró a escena. El hijo del gran tenor es compositor y cantante de pop. Empezó con Sabor a mí. He de decir que la voz es agradable de oir, aun cuando en las primeras frases parece imitar al padre y que la voz a veces parecía apagarse. Pero tiene mucha chispa, hasta pidió al público que diera palmas. Luego los dos Plácidos interpretaron a dúo Perhaps Love en un momento tierno entre padre e hijo.
Pero entonces les siguió Fher, el vocalista de Maná. Y el Bernabéu se hundió. Qué voz, qué artista. Con las legendarias Vivir sin Aire (armónica incluida) y Clavado en un Bar hizo bailar al público y extasiarlo. Toda una experiencia que merece ser vivida.
Le siguió otro de los grandes reclamos del espectáculo y que seguramente arrastró público: el encantador Pablo Alborán. Empezó con la bella Desencuentro, que según nos mostraban las pantallas del escenario hizo llorar al público femenino que se encontraba en las gradas. La suya me parece una voz agradable y juvenil, pero pequeña en comparación con Bisbal, ya que en momentos parecía difundirse. Entonces cantó a dúo con Plácido, Seré.
Nuestro tenor cantó en solitario uno de sus clásicos, Granada, con el virtuoso trompetista Arturo Sandoval. Y de nuevo con fuerza, encanto y arrancando al público una ovación. Presentó al director Pascual Osa y el Coro Filarmonía, que interpretarían una canción que "reconocerán pronto y les va a gustar". Se trataba de El Rey León. El famoso ciclo de la vida.
El coro es enorme y el escenario se llenaría de lo que no podía distinguir si eran 50, 70 ó 90 coristas vestidos con camiseta roja. Los cantantes solistas se destacaron sobre el coro que hacía movimientos curiosos y Osa bailoteaba mientras tomaba la batuta de la orquesta.
Al terminar, parte del coro se retiró (y le tomó tiempo) y regresó Andrea Bocelli al escenario para interpretar (cómo no) Nessun Dorma. Al menos esta aria la tiene más trabajada y le salió mejor aun cuando en los Vincerò finales volvía la estridencia. Fue al menos un momento emotivo y el público quedó encantado.
Quedaba poco para terminar el concierto, y llegó al estadio Alejandro Fernández. Con Plácido interpretó Paloma Querida y luego en solitario El Rey. Ambos estuvieron impresionantes, y de hecho se nota también el buen hacer de Domingo con la ranchera, otro de sus repertorios estrella.
Alejandro Sanz fue el último invitado. Me sorprendió gratamente en vivo, con una voz bella y dramática. Sólo interpretó A que no me dejas, a dúo con Plácido, quien no conocía tanto la canción e incluso su voz atronadora sonó como inconveniente contrapunto. Y que el viento movía el atril del tenor.
A modo de despedida, Plácido interpretó el chotis de Madrid (habitual en sus salidas al balcón en el Real en las transmisiones de pantalla gigante), esta vez con la soltura que requiere la pieza, y Bésame Mucho; con la intervención en escena de algunos de los artistas. La inmensa velada terminó a la una y veinte de la madrugada. De hecho en esta pieza la gente ya empezaba a marcharse. No obstante alguien debió pedir más bises pero no sé si Plácido o el presentador dijo "Nos van a echar". Y así se cerró el concierto.
¿Cómo definir esto? Como un homenaje a un gran artista, de parte del mundo del fútbol y de la música de nuestro país. Cada artista invitado manifestaba su agradecimiento por estar en este homenaje. Pero también del público de la ciudad a uno de sus miembros más ilustres. Plácido Domingo ha demostrado ser capaz de llenar un estadio inmenso (aunque no negaremos que muchos jóvenes estaban para ver a sus artistas, como Alborán) en esta ciudad, por no hablar en todo el mundo. El impacto mediático que tiene desde los años 80 es capaz de producir eventos como éste. Es algo que no deja de sorprenderme. En las ocho veces que he visto a Domingo en vivo en trece años de aficionado he percibido un ambiente particular y de adoración (de la que participo sin ser dominguista): pienso en el Boccanegra del Real, donde la gente me suplicaba una entrada. Y lo curioso es que el sonido bello que le queda parece ser capaz de justificarlo. ¿Puede decirse entonces, que hay Domingo para rato?
El mito de Domingo a estas alturas es tan sorprendente como el estado aún formidable de la voz y la habilidad interpretativa que aún le quedan.
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