La función del martes fue muy entretenida, sobre todo gracias a la estupenda dirección de Conlon, vigorosa, intensa y cargada de pulso y de tensión teatral (soberbio en esos dos grandes momentos de teatro verdiano como son el final del primer acto y toda la escena conclusiva). Las voces eran atractivas, aunque a algunas les faltaban varios hervores. La protagonista (Lana Kos) da la sensación de emitir desde una posisición muy baja buscando las carnosidades de la gola para tratar de dar el empaque vocal que el papel exige y que ella no tiene. El resultado es un canto artificioso en el centro, un grave sin cuerpo, y un agudo que se llena de vibrato y de acritud. El tenor Costanzo podría ser un Nemorino competente si superara su nivel de parvulario técnico. Aquí, como Rodolfo, se mete en un berenjenal del que sale a base de aspavientos vocales y de desgañitarse. Montiel da el pego en un papel incómodo, aunque a mí es una cantante que, después del "trasvase" de cuerdas, se ha quedado con una voz en tierra de nadie, una especie de recipiente muy ancho pero con poca sustancia.
Las voces graves fueron sobre todo sonoras. Nucci, como Miller, resulta más audible que de costumbre, con su voz caleidoscópica habitual, pero sin el piloto automático puesto. El bajo Belosselsky es una voz rotunda y auténtica, aunque le falte flexibilidad y cintura. Y Relyea es el horror conocido. La voz es magnífica pero la manera de cantar es un desperdicio. No canta con una patata en la boca sino con un saco entero, y no hay manera de entendérsele un carajo de lo que canta. Todo se reduce a una especie de gruñido continuo en idioma ignoto
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