Musicalmente es sin duda una de las mejores óperas españolas que haya escuchado: capaz de hermanar el lenguaje de vanguardia del momento (hay ecos claros de Alban Berg, Leos Janaceck y Erich Wolfgang Korngold) con los ritmos españoles (con qué maestría integra el chotis en las disonancias), y construyendo en definitiva un lenguaje mucho más universal que el de otras partituras de ópera española que tiran más a lo patrio: allá donde no imagino La Dolores, Los Amantes de Teruel, Marina u otros títulos triunfando en países de habla no hispana; sí creo que Juan José podría tener un lugar, fíjense lo que les digo. El estilo es muy moderno para lo que es Sorozabal (en principìo no suena a Sorozabal, y eso puede descolocar), pero a la vez hay trazos que denotan indudablemente la mano del compositor vasco. A ver, entiéndaseme bien: a mí me gustan más La Tabernera del Puerto, La Eterna Canción o Adiós a la Bohemia, pero no reconocer que este es un tipo de ópera que puede triunfar en el extranjero (y por tanto tiene mayor relevancia que la gran mayoría de las óperas españolas) es tontería: esto lo pones en Viena, con Deborah Polaski en la Seña Isidra, y triunfa... El libreto es bastante infame, no ya por lo que cuenta, sino porque está muy mal escrito a nivel dramático y sobre todo a nivel textual, con versos que dan risa... Este es el mayor problema de la obra. Pero bueno, también son infames los libretos de la gran mayoría de las óperas belcantistas y no le importa a nadie. Pocas veces he escuchado un reparto tan equilibrado como el de estas funciones, y sobre todo, pocas veces he escuchado un reparto de cantantes españoles que cantan en español y se les entiende todo el texto, como pasa aquí. Esto de la dicción de un español que canta en español, que puede parecer a priori una tontería, es algo que rara vez ocurre... TODOS los solistas son voces de ópera, TODOS pasan la frontera orquestal, y TODOS se escuchan con total nitidez desde el segundo piso, que era donde estaba: a ver de cuántos repartos puede uno decir esto; sobre todo teniendo esta obra el orquestón que tiene. A Ángel Ódena le vi no siempre afinado, pero puede que más matizado que otras veces; Carmen Solís (que tan grata impresión me causase en Butterfly en Oviedo hace un año y medio) se reafirma como una de las mejores cantantes españolas de la nueva generación: una spinto capaz de sacar adelante esta escritura peliagudísima sin signos de fatiga, a ver cuántas pueden; y Antonio Gandía vuelve a exhibir un timbre solar de agudos penetrantes como pocos tenores españoles a día de hoy. Trío de ases. Pero hay más: porque la creación antológica de Milagros Martín en la alcahueta Isidra (en lo actoral, pero también en lo vocal, donde conserva un estado envidiable que solo se consigue con buena técnica) es de aplauso. Silvia Vázquez se revela como un valor a tener en cuenta, cómoda en una amplia extensión; y los dos bajos (Amoretti y Stanchev) tienen voz de bajo-bajo. Lo dicho, un reparto en el que funcionan todos. Me gustaron menos la orquesta (creo que esta compleja partitura les viene grande, por más que Gómez Martínez sea un director con oficio) y la puesta en escena de Plaza, correcta pero bastante descafeinada. Una velada plenamente recomendable. Ahora bien, lo que no sé es por qué esta ópera no se presentó en la temporada del Real, como lo que es: una ópera grande. El tipo de público del Real habría apreciado seguro mucho más esta compleja partitura que el tipo de público de la Zarzuela, que decretó no más que aplausos de cortesía en la última función.
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