Como soy muy obediente, siguiendo la sugerencia del Marqués me traigo aquí el
último comentario que he realizado en el hilo de las sopranos inmortales, relativo a las virtudes de Giovanni Martinelli, que días atrás fue inmerecidamente vapuleado (en mi opinión) durante su duelo con Bergonzi.
Frente a la
acusación de Ulysses --para quien el tenor de Montagnana sería un "pregonero" comparado con sus compañeros coetáneos de cuerda-- se podría decir que en su vocalidad influyó mucho la circunstancia de haberse desarrollado su carrera principalmente en EE.UU y ante un público que pedía voces grandes, poderosas, dramáticas y oscuras (en este sentido el recuerdo de Caruso permanecía imborrable), así como un tipo de canto más directo (propio de la nueva época), alejado de los melismas y la melifluidez (¿existe este "palabro"?) de tiempos anteriores. Este hecho --unido a la circunstancia de que su carrera se alargó muchos años y al final con unas condiciones vocales que no fueron las originarias-- puede hacernos pensar que Martinelli era inferior a algunos de sus contemporáneos más exquisitos --el mismo Gigli ya citado (algo remilgadito en ocasiones, para mi gusto), o el señorial Pertile (su paisano y dueño de un instrumento infinitamente más pobre que el de Martinelli)-- y un tanto tosco cantando, pero no cabe duda de que dominaba todos los resortes técnicos de la ortodoxia canora y que los empleaba a la perfección cuando la situación lo requería. Uno escucha sus grabaciones de los años
10 y
20 y se percata de que está ante un tenor de muchísimos quilates y calidad. Pero en épocas posteriores la cosa tampoco decayó precisamente. La
escena de la tumba en
Aida, a la que se nos remitía arriba, su
Manrico, su
Canio (sin los
excesos veristoides de otros) o el mismo
Otello, ya citado también, son muestras de lo que el tenor italiano era capaz de hacer. Al margen, por supuesto, de tener un instrumento de primer orden: timbrado,
squillante, viril, empastado, de gran proyección y facilísimo agudo.