Del
Alceste de Gluck se ha dicho que hace que el
Parsifal parezca una de Rossini, y algo de eso hay.
Precisamente, la producción de Bob Wilson subraya a la perfección ese carácter hierático, solemne, estático de la obra.
Recordemos:
la vida de Admeto pende de un hilo. La ira de los dioses ha caido sobre él, no sabemos por qué, y debe morir. A no ser que muera una persona en su lugar. Alceste, su esposa, se ofrece en sacrificio. Y poco más: Alceste lamenta que sus hijos vayan a crecer sin madre. Admeto vuelve a la vida, y cuando se entera de que la víctima que lo ha salvado es su propia esposa, en
una escena realmente asombrosa, le recrimina con furia aterradora su decisión („tú no eras duegna de tu vida, tu vida me pertenecía!“), discuten sobre quién debe morir, cada uno prefiere la muerte propia. Finalmente, Hercules hace aparición y rechaza a las fuerzas infernales. Alceste es un largo lamento y, junto con
Fidelio, el mayor himno al matrimonio entendido en su sentido místico.
AlcesteWilson nos sume en un decorado desnudo. La luz es como la del cielo a las 10 de la noche en verano. Los personajes, ataviados con sencillas túnicas, se mueven lentamente. Parecen sacados de una tumba egipcia o de un vaso minoico. Importantísima es la gestualidad de las manos, que lanzan signos, crean jeroglíficos, proponen enigmas. Al principio de la función hay un cubo negro suspendido en el aire que gira sin parar. Durante el resto de la función, cambia de tamagno y de lugar, pero siempre está ahí. Para mí representa lo divino, lo inexorable, el dios de Job o el dios de Alceste, que dice: alguien debe morir.
Probablemente, la segunda cosa más memorable acaecida en Waco (Texas) haya sido el nacimiento de
Robert (Bob) Wilson.
Su infancia estuvo marcada por una estricta educación religiosa y por la dislexia. Una bailarina, Byrd Hoffman, le ayudó a superar este problema a través de movimientos lentísimos y ejercicios vocales. Tras estudiar empresariales, arquitectura y dibujo, Wilson creo una compagnía (la Byrd Hoffman School of Byrds, en honor a la citada bailarina) dedicada a la performance (en la que también trabajó con nignos con algún tipo de deficiencia o discapacidad).
Aunque empezó su actividad como director de escena a finales de los 60, saltó a la fama en el 76 por
Einstein on the Beach (sí, aquella ópera de Glass en la que, si no te salías a dar una vuelta mientras la daban, eras un pringado).
Su estilo muy marcado (importancia capital de la luz, sobre todo la azul, minimalismo estático, inspiración en culturas antiguas o exóticas, hieratismo estilizado, movimientos enigmáticos de los cantantes o inmovilidad total) casa a la perfección con el
Alceste y el
Orphée gluckianos. Otros triunfos:
Lohengrin, Medée (Charpentier),
El Martirio de San Sebastian, Pelléas. Sobre su
Madama Butterfly he oido cosas muy dispares. Otros montajes como
Aida han sido acusados de caer en lo caricaturesco.
Lo cierto es que el mayor peligro de un artista tan personal es el del autoplagio, la monotonía, la pobreza que resulta de esa limitación voluntaria que llamamos estilo. Cuanto más contemplativa sea la ópera, más posibilidades hay de que el resultado sea una ceremonia fascinante. Pero la línea que la separa de una ridiculez amanerada y aburrida es muy fina.
Orphée et EurydiceEl martirio de San SebastianNorma (con Elena Mosuc)El cazador furtivo