El idiota escribió:
Peter Quint escribió:
El debate de los Rigolettos es más complejo
Pues nada, un poco más de carne en la parrilla y listo...
Provocador...
Bueno, supongo que lo que diré ahora puede ser la razon de que algunos (sobre todo Siddharta y Tunner) dejen de considerar que las cosas que yo escribo merezca la pena leerlas, de tan peregrino que puedo resultar, pero siempre he tenido una admiración muy profunda por las personas que, como las definió García Márquez, son capaces de "dinamitar su propia estatua" desmintiendo las razones por las que se les aprecia. En fin.
La excelencia de Stracciari en Rigoletto, que conocemos íntegro, está, y debe estar, fuera de toda cuestión. A la voz soberana se le añade un concepto oscuro del personaje (creo que es muy interesante la idea de que el Rigoletto de Stracciari no está dominado por la maldad pero tampoco por la lástima de sí mismo, sino por el miedo), una italianidad indiscutible (pese a la edad en que registró el papel completo) y una imaginación por los matices insólita en los cantantes de voz tan dotada.
El de De Luca, sin duda (y con la importante precaución de que no lo conocemos entero), es otro paradigma, menos dotado y más introspectivo, pero no creo que se trate de una asunción a la que quepa reprochar ni falta de entereza, ni idealización deshumanizadora, ni artificialidad. Al contrario. Una persona que ha sufrido lo que Rigoletto durante toda una vida puede reaccionar, no digo que no, “hacia afuera”, hiriendo de una forma casi física para reivindicarse. Pero la visión de un Rigoletto refugiado en su papel de bufón, que le permite agredir verbalmente sin ser agredido, que se cobra en su oficio la revancha de una vida de discriminación y que sin embargo es muy consciente del modo en que esa forma de obrar le deteriora moralmente y le genera, en el fondo, una profunda infelicidad “hacia adentro”, me resulta más interesante. Por eso considero que todo el papel pivota en torno al
Piangi fanciulla (y no sobre la Invectiva), y por eso la
Vendetta me ha parecido siempre mucho más una reacción primaria y desesperada motivada por la impotencia del perdedor, que no puede soportar ya el dolor de sus llagas anímicas, que la reacción iracunda para vengarse de un rival y restablecer un honor, que bien podría adoptar un noble, un caballero o un héroe: la vendetta de Rigoletto no es en absoluto la de Renato y los otros conspiradores del Ballo, ni mucho menos la del Enrico de la Lucia (pero que vaya uno a explicárselo a Bastianini o a Cappuccilli y a ver cómo te miran). Y por eso comprendo, “como si nunca hubiera tocado un puñal”, que encomiende la tarea física de matar a un sicario en lugar de hacerlo de propia mano: la reacción vengativa de Rigoletto desea la muerte, encarga la muerte, la paga y la celebra, pero no es una reacción asesina “por sí misma”.
Por eso considero que el Rigoletto de De Luca, como después el de MacNeil, el de DFD o el de Bruson, hablan del alma de una persona herida no desde la cobardía, sino desde el valor de llorar en público, con una humanidad tal que me hace pensar que, de haberme ocurrido cosas parecidas, yo
podría haber sido esa persona. El de Stracciari es un Rigoletto fantástico, instrumental y estilísticamente quizá el ideal, pero no estoy tan seguro de que hable de mí.