En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas, las carreteras brillando hacia el océano, la viajera de los guantes rosa, oh mi desfallecido corazón, clavel en la solapa del smoking, muerto bajo el aullido de la noche insaciable, los lotos en la niebla, el erizo de mar al fondo del armario, el viento que recorre los pasillos y no se cansa de pronunciar tu nombre. Ella venía por la acera, desde el destello azul de Central Park. ¡Cómo me dolía el pecho sólo con verla pasar! Sonrisa de azucena, ojos de garza, mi amor, entre el humo del snack te veía pasar yo. ¡Oh música, oh juventud, oh bullicioso champán! (Y tu cuerpo como un blanco ramillete de azahar…) Los jardines del barrio residencial, rodeados de verjas, silenciosos, dorados, esperan. Con el viento que agita los visillos viene un suspiro de sirenas nevadas. Todas las noches, en el snack, mis ojos febriles la vieron pasar. Todo el inviemo que pasé en New York mis ojos la buscaban entre nieve y neón. Las oficinas de los aeropuertos, con sus luces de clínica. El paraíso, los labios pintados, las uñas pintadas, la sonrisa, las rubias platino, los escotes, el mar verde y oscuro. Una espada en la helada tiniebla, un jazmín detenido en el tiempo. Así llega, como un áncora descendiendo entre luminosos arrecifes, la muerte. Se empañaban los cristales con el frío de New York. ¡Patinando en Central Park sería un cisne mi amor! Los asesinos llevan zapatos de charol. Fuman rubio, sonríen. Disparan. La orquesta tiene un saxo, un batería, un pianista. Los cantantes. Hay un número de strip-tease y un prestidigitador. Aquella noche llovía al salir. El cielo era de cobre y luz magnética.
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