El miércoles fui a la sesión doble de Bergman en el Español. Primero, Escenas de un matrimonio. Un descansito, y Sarabanda. Total, tres horas y tres cuartos. En la primera obra, seríamos en el teatro unas cien o ciento veinte personas. En la segunda parte, no seríamos más de setenta. Nunca había visto un teatro tan vacío. Pero dado que a lo que asistíamos era a una celebración de desnudos (reales y metafóricos) e intimidades, acabamos sintiéndonos como en familia. En Escenas de un matrimonio, Francesc Orella (Johan) y Mónica López (Marianne) exprimen una relación hecha de convencionalismos, costumbre, mentiras e inmadurez, en una serie de cortes temporales que les muestra en diferentes fases de su vida individual y conyugal. Los personajes ventilan su visión del sexo, de las relaciones familiares, de la vida social y profesional, circundados por su domesticidad, mientras usan el baño, se ponen el pijama, desayunan antes de salir a trabajar o leen en la cama. La vida es un drama acolchado de felpa con eventuales calentones que hay que apagar con urgente desesperación hasta que alguien decide romper la baraja. La aparente civilidad nórdica se quiebra también en algún arranque de violencia. El texto está bien y Orella pone tanta fé y convicción que arranca emociones aún en medio de un ambiente algo frío.
En Sarabanda, todo baja muchos enteros. Johan y Marianne se encuentran treinta años después, en un lugar boscoso y apartado en el que Johan vive cerca de su hijo Henrik y su nieta Karin. La directora del montaje, Marta Angelat, interpreta a la Marianne madura y a la vez hace de narradora de un drama que ahora se centra en los conflictos familiares de abuelo-hijo-nieta. Johan y Henrik se profesan un odio cruel y descarnado que les lleva a dañarse a voluntad todo cuanto está en su mano. Karin, una talentosa violonchelista adolescente, se debate entre el sentido de la responsabilidad hacia su padre (viudo reciente) y el impulso de elegir el rumbo de su propia vida. Francesc Orella es ahora Henrik, un hombre económica y moralmente arruinado, al que sólo el odio hacia su padre y el recuerdo doloroso de su mujer muerta, la evocación permanente de cuya presencia la convierte en un personaje más, provocan reacciones propias de una persona viva. El contraste entre su interpretación de un Johan joven, expresivo y enérgico, y el pálido y mortecino Henrik da medida de su talento.
Merece la pena hacer una inmersión en el mundo de Bergman a través de dos momentos muy distintos de su propia existencia creativa. Que nadie se asuste por la duración, el Español ofrece la posibilidad de ver las dos obras en dos días distintos con las mismas entradas.