Aprovechando las fiestas navideñas, dos funciones que no me hubiese gustado perderme:
El día 23, en el Teatro María Guerrero, "Bodas de sangre", de Federico García Lorca, una coproducción del Centro Dramático Nacional y del Centro Andaluz de Teatro con la dirección de José Carlos Plaza. García Lorca escribió esta tragedia andaluza a partir de un hecho truculento sucedido en 1928, en el cortijo de Níjar en Almería, donde una boda por interés acaba en crimen al huir la novia con su amante la noche anterior a la boda. En el drama lorquiano, se contrapone el amor pasional, desbocado e incontrolable ("yo no tengo la culpa, que la culpa es de la tierra y de ese olor que te sale de los pechos y las trenzas") con lo que dicta la honra y el interés de una familia campesina, en un contexto de violencia callada, de odio acumulado por viejas rencillas que sólo busca una excusa para estallar y convertirse en acción, en derramamiento de sangre. Con una escenografía muy desnuda (a mí me ha recordado mucho la de la Jenufa del Real, con los grandes paneles de madera achicando el escenario), con un trabajo muy intenso y muy bien coordinado de los actores y con una coreografía ideada por Cristina Hoyos, se desnuda un mundo salvaje y trágico en el que el sufrimiento y la muerte se convierten en un destino del que no se puede escapar. Me impresionó especialmente Consuelo Trujillo en el papel de la madre del novio.
Y el día 25, en el teatro Español, "Glengarry Glen Ross", de David Mamet, dirigido por Daniel Veronese. El drama está contextualizado en un momento de crisis económica y en cómo ésta afecta las vidas y los trabajos de los vendedores de una inmobiliaria norteamericana. No hay que decir lo oportuno y actual que resulta todo lo que se ve y oye sobre el escenario. La gente no tiene dinero y no compra. La empresa siente la necesidad de presionar a sus vendedores y establece que el que consiga una mayor cantidad de dinero en ventas recibirá como premio un Cadillac, el segundo, un juego de cuchillos de cocina, y del tercero abajo, el despido. Las miserias se desnudan de una manera indecente, todo se justifica con tal de cerrar una venta y ningún problema humano (ni la grave enfermedad de la hija de uno de los vendedores) consigue ni un gramo de empatía en los demás. Todo vale, la mentira, el robo, restregar la propia dignidad por el suelo, en un espacio desnudo de moralidad y sentimientos. Los siete actores protagonistas están espléndidos y la dirección es muy acertada, aunque destacan sobre todos Carlos Hipólito como Levene y Gonzalo de Castro como Ricky Roma, los personajes sobre los que recae más peso y que fueron intrepretados en la película de 1992 por Jack Lemmon y por Al Pacino. Hasta el 17 de enero, muy recomendable.