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III. Años 60. La rápida e inmediata consagración.
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Los años 60 fueron el momento clave para el despegue definitivo de la carrera de Ghiaurov. Los sesenta, no en vano, fueron el tiempo de su debut en todos los grandes teatros, el tiempo de su encuentro con los más grandes directores (Giulini, Klemperer, Karajan, Solti, Abbado, Prêtre, Bonynge, Sawallisch...), el tiempo de sus más sobresalientes y tempranos registros discográficos (Don Giovanni, Faust, Boris Godunov, Felipe II). Su voz, por entonces, era un torrente fresco y vigoroso, perfectamente dominado, limado ya de los acentos eslavos y cada vez más próximo a las excelencias de italianidad que le demandaba el repertorio verdiano.
El joven Ghiaurov que acompañaba a Christoff o a Callas en las funciones de la Scala de 1960-1961, acabaría la década siendo el gran bajo, el hombre que había eclipsado a Christoff y estaba ensombreciendo a Siepi. No en vano, los años sesenta, como decía, conocieron su debut en los grandes teatros de todo el mundo. En 1962 se estrenó en el Covent Garden con el rol del Padre Guardiano de la Forza del destino. En 1963 hizo su debut americano, en Chicago, con Faust. Dos años más tarde, en 1965, se estrenó en el Met. En esa misma fecha, apareció por vez primera en Salzburgo. Sólo habían pasado diez años desde su debut en la ópera de Sofía en 1955.
Tres grandes encuentros personales jalonan estos años. El primero y más prometedor fue el recíproco hallazgo entre nuestro Nicolai y Karajan. Ghiaurov, en una entrevista que ahora no localizo, contaba emocionado la impresión que le produjo ver a Karajan apesadumbrado, casi entre lágrimas, al finalizar una representación del Boris Godunov en Salzburgo, en 1966. Jamás imaginó que su intepretación pudiera causar una sensación semejante a una personalidad tan petrea como la de Karajan. Su encuentro fue muy fructífero, y por descontado que Karajan ayudo a Ghiaurov a madurar sus principales roles, sobre todo Don Giovanni, Felipe II y Boris Godunov. Ambos mantuvieron una grata relación hasta la muerte de Karajan.
El segundo encuentro tiene color de rosa. En 1961, Ghiaurov y Freni se encontraron por vez primera. Ghiaurov se hallaba por entonces con su primera pareja, Zlatina. Freni y Ghiaurov no se casarían hasta 1978. Pero su coincidencia en multitud de repartos no hizo sino aumentar durante la década de los sesenta. Poco a poco su relación se hizo cada vez más inevitable. Desde luego, conformaron una de las parejas operísticas más entrañables de cuantas conozco.
El último encuentro es un tanto agridulce. Los primeros años de Ghiaurov en la Scala, allá por 1960-1961, coincidieron con el máximo encumbramiento allí de Boris Christoff. Como ya dijimos, Ghiaurov participó en el Boris Godunov que Christoff interpretaba por entonces, encarnando el rol de Varlaam. La directiva de la Scala tenía un gran interés en Ghiaurov, y le ofreció contrato para que cantase allí roles de mayor entidad, papeles protagonistas. Christoff se sintió menospreciado y acusó a Ghiaurov de colaborar con el régimen comunista búlgaro, al que él se oponía. Justo por aquél entonces se representaba Don Carlo, y a Ghiaurov se le asignó el rol del Gran Inquisidor. No sé si es cierto o es una leyenda, pero se cuenta que casi llegaron a las manos en el dúo entre ambos roles. La tensión se escenificó como pocas veces había sucedido. Christoff se dirigió acto seguido a la dirección de la Scala diciendo que no había lugar para los dos en un mismo teatro: o se iba Ghiaurov, o se iba él. La Scala negoció una salida pácifica de Christoff del teatro, sabedores los directivos de los beneficios que traería consigo consolidar a Ghiaurov a su lado. Se logró así que Christoff aceptará despedirse de la Scala participando en las funciones de un Parsifal que se estaba ya ensayando, protagonizado por Rita Gorr, Sandor Konya, Neidlinger, etc. Christoff se unió para cantar el rol de Gurnemanz. Esa fue su última participación en la Scala. El 11 de mayo de 1961 Christoff abandonó para siempre la Scala, enojado por el ascenso imparable de Ghiaurov, al que nunca sabremos si no soportaba por motivos políticos o por su prometedora carrera, que amenzaba con eclipsarle sin remedio.