Madama Butterfly" impuso su misterio LA NACION: ****
Drama lírico " Madama Butterfly ", de Giacomo Puccini. Libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, basado en un cuento de John Luther Long.
Elenco: Patricia Gutiérrez (Cio-Cio-San), Juan Carlos Vasallo (Pinkerton), Gabriela Cipriani Zec (Suzuki), Celina Torres (Kate) Alberto Jáuregui Lorda (Sharpless), Carlos Iaquinta (Goro), Mirko Thomas (Yamadori), Oreste Chlopecki (Tío Bonzo), Fernando Alvar Núñez (Oficial del Registro).
Escenografía: Marta Parga.
Vestuario: Mónica Toschi.
Regisseur: Daniel Helfgot. Coro Estable, preparado por Luis Clemente. Orquesta Estable.
Director concertador: Mario Perusso.
Teatro Argentino de La Plata La reposición de "Madama Butterfly", de Puccini, en el Teatro Argentino de La Plata, reiteró el poder de fascinación que invariablemente provoca su audición. Una vez más, y en contados instantes, la música y la situación que plantea el libreto ejercieron su misterioso embrujo. Entonces, una atmósfera de concentrada emotividad se generó en la gran sala, acompañada por un silencio profundo y una quietud total del público asistente. Es que el talento creador del autor apareció como el gran protagonista.
Pero esto no quiere significar que la soprano Patricia Gutiérrez no haya sido una excelente creadora de Cio-Cio-San. Todo lo contrario. Es que ella y todo el elenco de cantantes, los responsables de la puesta escénica y la dirección musical, transitaron el único camino de los artistas que se ponen al servicio de la obra con humildad, con pasión profesional, sencillez y dando todo lo que cada uno es capaz de ofrecer por respeto al autor. Y esto aconteció en La Plata.
El maestro Mario Perusso, al frente de un equipo idóneo, brindó una vez más su conocida versión de la obra. Con ese fraseo sumamente refinado pero visceral, con toda su mesura rítmica para manejar las dinámicas y obtener la mayor emoción de las frases melódicas, tan bellas y conmovedoras que aseguran la inmortalidad de la obra. Y esa expresión tan honda y cargada de emoción de la música se fue agigantando al compás del drama, hasta alcanzar en el final el impacto tan esperado por todos, pero a la vez tan diferente según la sensibilidad de cada artista.
Al mismo tiempo provocó deleite estético escuchar tan hermoso equilibrio entre foso orquestal y voces en el escenario. Hasta algunas pequeñas fallas de lectura o distracciones en la precisión de los pasajes rítmicos por parte de algunos instrumentistas no alcanzaron a desteñir un resultado artístico de mérito, en el que tuvo intervención positiva el excelente coro preparado por Luis Clemente.
Ya se dijo que Patricia Gutiérrez fue una creadora del personaje central. Y así fue, porque hubo nobleza y sobriedad en su trabajo, porque fue hábil para no forzar su voz en los pasajes más comprometidos y, sencillamente, porque antes de hacer un alarde de potencia vocal prefirió hacer música, acentuando el valor de la intencionalidad de las palabras, todo ello con una actuación templada y contenida.
Por su parte, el tenor Juan Carlos Vasallo aportó su segura musicalidad, su grato timbre y su buen gusto en el fraseo, aunque el trazado de su personaje desde el punto de vista de la personalidad que muestra Pinkerton fue algo equivocado en el primer acto y excelente en el tercero, un asunto en el que el artista seguramente no es totalmente responsable.
No agradó ver tanta adicción al whisky aun después de brindar con Sharplees y menos esa rusticidad al mostrarse en camiseta cuando llega Cio-Cio-San en ese pasaje de inspiración y delicadeza pucciniana del mejor cuño y cuando está por llevarse a cabo una ceremonia japonesa de la que seguramente el oficial de la marina tenía noticia, dos detalles que pueden evitarse en un soplo.
Así como fue seguro el canto del tenor, el barítono Alberto Jáuregui Lorda, compuso un cónsul norteamericano, impecable en su naturalidad como actor, emotivo en la forma de decir, conmovedor en la escena de la carta y en el final y medido en el canto. La mezzosoprano Gabriela Cipriani Zec trazó una muy buena Suzuki, segura, de buena voz y muy atinada para transmitir ese dolor del personaje que presiente el trágico destino. El tenor Carlos Iaquinta fue un Goro correcto en el decir y vivaz en sus desplazamientos y actitudes, en tanto que la mezzosoprano Celina Torres fue una excelente Kate. Los otros personajes episódicos merecieron voces de mayor calidad y sonoridad que las escuchadas.
Con nada todo Una escenografía sintética en sus líneas y tan delicada como un ikebana, diseñada por Marta Parga, enaltecida por la muy buena iluminación aportada por Raúl Bongiorno y Daniel Helfgot, permitió a este último ofrecer una versión visual atractiva con detalles de refinado buen gusto y exhibiendo el tino de un régisseur que no pretendió ser el dueño exclusivo del espectáculo, sino el recreador de una acción teatral perfectamente establecida por sus autores, pero además, con la habilidad de haber logrado un grato espectáculo con muy poco, pero con mucho talento.
El público ofreció un largo y prolongado aplauso, que seguramente se ha de repetir en las próximas funciones del viernes y del martes 30, a las 20.30, y el domingo 28, a las 17.
Juan Carlos Montero