El principal repertorio de MacNeil fue el verdiano: a lo largo de este mes mostraremos como en multitud de aspectos se le puede considerar el último barítono verdiano del Siglo XX.
Carlos I en “Ernani”
El Emperador Carlos es uno de los más bellos papeles escritos por Verdi para barítono. En realidad hasta entonces no se había compuesto nada para esta cuerda de semejantes nobleza y grandiosidad.
Antonio Superchi , creador del papel, nació (1813) y murió (1893) en Parma, por tanto era estricto coetáneo y coterráneo de Verdi. Hasta entonces había cantado los más importantes papeles de Donizetti, Mercadante y Bellini, en algunos casos como bajo cantante. A partir de Ernani su repertorio incluye no sólo Nabucco, sino los posteriores Foscari, Ezio, Miller y Rigoletto. Se retiró en 1854. Fue uno de los más importantes barítonos de la primera mitad del S. XIX.
Superchi cantó bastante en España, por ejemplo:
Barcelona (Teatro de la Santa Cruz): Nabucco, Otello de Rossini, Il reggente, Linda di Chamonix, Beatrice di Tenda, Il barbiere di Siviglia, Ernesto di Scilla de Piquh, La vestale, Don Pelagio di Gerbi, Chi dura vince de Luigi Ricci.
Cádiz, Teatro Principal, 1853: Ernani, La sonnambula, Attila, Rigoletto, L'elisir d'amore, Nabucco, Norma.
Teatro Municipal de Granada: Nabucco; 1853-54.
Teatro del Liceu: Nabucco, Lucia di Lammermoor, L'elisir d'amore, La figlia del deserto de Freixas, Crispino e la Comare, La Cenerentola, Il barbiere di Siviglia, Il Trovatore, Linda di Chamonix.
Superchi era muy elogiado tanto en el viejo repertorio como en el nuevo. Al margen de las
puntature añadidas posteriormente, la elevada escritura de "Vieni meco" o el aria "O' de verd'anni" dejan adivinar que Superchi había de poseer una voz fácil en el agudo, casi tenoril, basada en una una emisión fluida y relajada. Verdi debió de aprovechar esta capacidad para la caracterización noble del personaje, también reflejada en la galantería de "Da quel dì". Todas las páginas citadas exigen un canto a flor de labios impecable, sin tensiones, además de cuidados adornos. Sin embargo el personaje tiene una vena imperiosa no menos exigente: 'O de' verd'anni miei' concluye en una grandiosa exaltación, 'Lo vedremo veglio audace' es rica en acentos heroicos; hay abundantes indicaciones "con forza" y "marcato" dentro de frases enormes ascendentes en ambas arias. Además hay que tener en cuenta la idealización del monarca que sublima sus sentimientos, luego hablamos de un personaje áulico, no de un hombre común dominado por sus pasiones.
Por tanto es necesaria una voz amplia y rotunda, pero capaz de aligerarse, y un cantante que domine el estilo grandioso tanto como los acentos líricos. Es decir, la esencia del barítono dramático verdiano.
Para tener unos antecedentes y suscitar la comparación que enriquezca el debate, convocamos a tres nombres legendarios.
Riccardo Stracciari (1875-1955) era una verdadera voz de barítono dramático: amplia y potente, dotada de hermoso timbre claro y penetrante. Sin embargo su escuela era la clásica, lo que en su tiempo le valió la acusación de frialdad. Su inmensa clase se demuestra en “O de’verd’anni miei”, donde la voz crece y decrece con una facilidad absoluta, perfectamente apoyada
sul fiato; los adornos de la página surgen con voz ligera pero sonora; el
legato es inquebrantable. No pueden dejar de destacarse los agudos, sobre todo el la bemol que cierra el aria, atacado con arrogancia, desahogo y
squillo casi de tenor. En resumen, la esencia del canto verdiano: una voz poderosa, perfectamente homogénea del agudo al grave, plegada a los preceptos del belcanto.
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Giuseppe di Luca (1876-1950) poseía una bella voz de barítono
nobile (o
kavalier) que gracias a su inteligencia y dominio técnico le sirvió para cometidos más dramáticos de lo que le habría correspondido. En su interpretación del aria encontramos las pequeñas limitaciones de su instrumento en los extremos, particularmente los agudos ligeramente abiertos, pero siempre musicales. Quizá el mayor
dicitore de todos los citados, es fascinante la nitidez de su dicción, la perfecta articulación del texto, el matiz siempre personal de su fraseo (“Il nome vostro piomba”)
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Giuseppe Danise (1883-1963) no ha gozado de la fama de los anteriores, aunque su arte alcanzó cotas similares. Para más detalles sobre su carrera:
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Esta interpretación de su madurez le muestra con una voz que linda la de barítono bajo, de timbre oscuro y potente, siguiendo la estela de Ruffo en su fraseo amplio y heroico. En el recitativo consigue claroscuros muy expresivos (“Che siete voi”) mientras en el aria quizá cante con una voz demasiado plena, magníficamente emitida en toda la gama, desde luego.
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El papel fue muy importante en la carrera de MacNeil, pues con él debutó de forma improvisada en La Scala en 1959. Al final del Tercer Acto, estaba firmando un contrato para la siguiente temporada.
Escuchamos varios ejemplos de su espléndida identificación con el personaje (Roma, 1961; MET, 1962; Colón, 1964).
"Lo vedremo, veglio audace":
http://www.box.net/shared/de2cc5q531 (MET)
"Vieni meco, sol di rose":
http://www.box.net/shared/15439crqxy (Roma)
"O de' verd'anni miei":
http://www.box.net/shared/pc7nmrab8n
http://www.box.net/shared/8429zr7tu4 http://www.box.net/shared/5jy08385c0
(MET, Roma, Colón)
"O sommo Carlo":
http://www.box.net/shared/mlld2brhe8 http://www.box.net/shared/mdqphrqosc (MET, Colón)
La voz de MacNeil no correspondía exactamente a los cánones que hemos revisado en los barítonos italianos clásicos, excepto en el caso del Danise maduro. De timbre sombreado pero brillante, por tanto natural y bien proyectado hacia fuera, era extremadamente sonoro y voluminoso. Apreciaremos como a pesar de espectacularidad del agudo, no alcanzaba el
squillo, la vibración en punta de Stracciari. Tampoco la dicción llegaba a los extremos de nitidez de de Luca, apareciendo pequeños sombreados de vocales en el caso del americano para facilitar la emisión. Por la pasta y la anchura del centro y la rotundidad del oscurísimo grave, MacNeil más bien sonaba como un barítono bajo, pero su voz ascendía con facilidad e incluso ligereza hacia la zona alta, algo en lo que fue de los muy pocos que recordó a los grandes barítonos de los años 20. Esto es notable en un "Lo vedremo" de amplio fraseo y timbradísimos ataques al agudo, en particular el sol3 final. En este caso se muestra arrogante pero noble, nunca excesivo en su agresiva acentuación ("Pensa pria che tutta scenda")
Compartía también con los citados la emisión perfectamente apoyada que le permitía cantar con una media voz morbidísima en el galante "Vieni meco", momento que
Rodolfo Celletti elogiaba hablando de "grande scuola". Desde el dulcísimo ataque de "Ah, vieni meco sol de rose", admiramos también el fiato bien administrado, la homogeneidad y el finísimo legato ("Che felice farò") Media voz y legato impecable, requisitos éstos imprescindibles en el barítono verdiano: más que el agudo penetrante o el volumen.
La gran escena del Acto III en la voz de MacNeil es uno de los grandes momentos verdianos del siglo pasado. Escuchamos como resuelve con autoridad el recitativo, gracias a una dicción que de todas formas era privilegiada entre los cantantes americanos, y al acento imperioso, con un toque enfático pero sin llegar a la crispación, que suena genuinamente verdiano ("Con voi nel nulla il nome vostro piomba"). En el aria sortea con corrección los adornos, en algunos momentos incluso con ligereza (aunque no con la gracia de Stracciari). Pero el punto fuerte es la arrebatadora belleza del timbre, viril y acariciador al tiempo ("I'incanto ora disparve") o las enormes frases como "Ah, e vincitor dei secoli", donde la voz suena con una brillantez y facilidad insultantes. La
fermata siempre permitió a MacNeil echar abajo los teatros, practicamente apropiándose de la función. La arrogancia del ataque al la bemol, no
squillante pero sí de enorme plenitud y brillo, suscita comparaciones con Stracciari. De las escuchadas, quizá haya que quedarse con la de Roma en dura competición con la del MET: en el Colón, dulcísima, le queda algo falta de grandiosidad y brío.
Rodolfo Celletti escribió que se puso en pie por última vez para aplaudir a un cantante tras escuchar a MacNeil esta página aquella noche en Roma.
Al mismo nivel lo encontramos en "O sommo Carlo", ligadísimo, con un la bemol de anchura y belleza estupefacientes (que no canta en Buenos Aires). Aún se permite cantar otro para cerrar la página, plenamente audible por encima de coro y orquesta. Hay espectadores que recuerdan aún hoy, tras más de cuarenta años, con incredulidad ese último ascenso al agudo de la función neoyorkina. Este "Ernani", en compañía de Bergonzi y Price, es una de las luminarias verdianas de la segunda mitad de Siglo XX.