Bueno, termino este mes, como siempre, con muchas cosas en el tintero (ese Polo...esas Barraques que se nos van, la Divi Estel, la Marquerite -no la tornera, la otra-, tantas...). Pero en realidad hable de lo que hable, si se trata de Supervía siempre estaré hablando de lo mismo: un ideal del canto, que es en el que yo creo. El canto como máxima expresión humana de la comunicación, de la flecha lanzada al corazón de los sentidos, el canto como expresión, como sueño. El canto que conquista terrenos vedados a otras artes, el canto...que resucita a los muertos.
Porque Supervía murió antes de
tiempo (y quién no). Tenía 41 años y falleció en Londres, tras una grave complicación en el embarazo del que iba a ser su segundo hijo. Era 1936, cuando todavía se podía soñar gratis y España era un recuerdo bello en la lejanía.
Es un tópico eso de que los cantantes nunca mueren, porque viven en su obra. Hay algo de verdad en ello, igual que es totalmente cierto que Sainte-Colombe resucitaba a su esposa cuando componía para ella en esa oscura y soñadora séptima cuerda. Y si Supervía vuelve a vivir en alguna grabación es en ésta:
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Se trata de la canción de Solveig, una parte de la música incidental que Grieg compuso para el
Peter Gynt de Ibsen. Nunca Supervía, que la canta en italiano, había sonado tan inmortal. (Aquí tenéis una
letra, en inglés).
Que la disfrutéis. Y que sigamos soñando.