<center>
Frivolidad y dulzura</center>
A
principios de 1938 cantó por primera vez el rol de Liù en el Politeama de Prato, ganándose la simpatía del público por la delicadeza de su canto y la limpidez de su voz. Ese mismo año tuvo oportunidad de participar en la primera grabación de la ópera Turandot, de nuevo en el EIAR de Turín, convirtiéndose así en la
primera Liù fonográfica. A su lado tuvo a grandes cantantes como
Gina Cigna, al comienzo ya de su decadencia vocal, o a
Francesco Merli, uno de los más fiables spintos del pasado siglo. Escuchamos aquí el final del acto I, partiendo del
Signore ascolta:
<embed src="http://www.divshare.com/flash/playlist?myId=10701147-dfe" width="335" height="28" name="divplaylist" type="application/x-shockwave-flash" pluginspage="http://www.macromedia.com/go/getflashplayer"></embed>
A la voz cálida y central -aunque en mi opinión no de las más bellas- de Merli, se contrapone aquí la de Magda Olivero, con su
centro ligero pero homogéneo y sus
agudos cristalinos, tomados con extrema dulzura. Todo en esta versión del
Signore ascolta es frágil y traslúcido, desde el timbre o la emisión hasta el fraseo, realmente conmovedor. No sabemos si contagiado por el ejemplo de nuestra soprano, Merli prodiga también unas medias voces excelentes en el
Non piangere, Liù, que hacen de esta escena en su conjunto un verdadero tesoro fonográfico.
Este año 38 estuvo todavía lleno de debuts en la carrera de la Olivero, la mayoría en óperas menores de autores como Wolf-Ferrari o Pick-Mangiagalli. De entre todos cabe destacar la
Manon Lescaut pucciniana, o la
Marcella de Umberto Giordano, que cantó en La Scala junto a
Tito Schipa y a una jovencísima
Giulietta Simionato.
Pero el papel más relevante que abordase en este periodo fue sin duda el de
Violetta Valery:
<center>
Magda Olivero como Violetta, alrededor del 1965.</center>
Pasadas las desavenencias con
Serafin, el egregio director y experto en voces la citó en su casa para hablar largo y tendido sobre
Traviata. Enterado de que al fin estaba estudiando el personaje de Violetta con el maestro Gerussi, Serafin puso énfasis especial en la complicadísima
romanza que cierra el acto I: le explicó que las agilidades no eran un fin en sí mismas, sino una forma de representar la
estupefacción de Violetta, que
se niega a creer en la sinceridad del amor, que no quiere dejarse atrapar por tan extraño sentimiento, y por lo tanto intenta arrojarlo de sí, diciendo que es una locura, nada más que una locura... Estas sencillas palabras del maestro Serafin le hicieron comprender a plenitud la esencia del fragmento, como podemos comprobar nosotros mismos. La siguiente grabación procede del EIAR turinés, y tuvo lugar en
1940, dos años después del debut:
<embed src="http://www.divshare.com/flash/playlist?myId=10701178-581" width="335" height="28" name="divplaylist" type="application/x-shockwave-flash" pluginspage="http://www.macromedia.com/go/getflashplayer">
Podéis escuchar este mismo audio superpuesto a un video del 1964, en el que la cantante tenía ya sus buenos 54 años y probablemente no era capaz ya de hacer todo lo que escuchamos en el 40.
Sobre esta grabación ha dicho el crítico
Rodolfo Celletti:
Rodolfo Celletti escribió:
A mi parecer, una sola soprano ha grabado la gran escena y aria de Violetta del acto I de manera tan perfecta. […] La Olivero, con una voz no excesivamente bella y un poco trémula, pero acreedora de una técnica y una sensibilidad portentosas, llega por voluntad propia a imponerse un ritmo casi toscaniniano en el allegro. Es quizá ese el mayor motivo de asombro ante esta afortunadísima grabación.
Destaca también de esta toma, con respecto a otras posteriores, el “timbre límpido y luminoso, de sonido más homogéneo y seguro en el sector agudo”. Y agrega:
Rodolfo Celletti escribió:
La Olivero demuestra un fraseo soberbio por el calor, la variación de inflexiones y la profundidad psicológica. Una de sus más singulares facultades, como es la de dar resalto a todas las frases, a todas las palabras, queda fielmente reflejada en este disco.
Quizá el momento más llamativo de toda la interpretación sea el final de la primera romanza, donde inserta un
re bemol 5 no escrito que ataca en pianissimo, refuerza gradualmente hasta el máximo y recoge de nuevo. Es decir, lo que en jerga canora se conoce como una
messa di voce: el ejercicio supremo para la escuela belcantista romántica, en el que el cantante prueba la autenticidad de su
colocación y la perfección de su
control respiratorio al mismo tiempo. Esta acrobacia vocal se insertó en la grabación a sugerencia del director Ugo Tansini, consciente de las inusuales capacidades vocales de nuestra soprano. Al parecer, la primera Violetta en efectuar esta messa di voce fue
Luisa Tetrazzini, con la que compararemos aquí a Olivero:
<embed src="http://www.divshare.com/flash/playlist?myId=10701283-db3" width="335" height="28" name="divplaylist" type="application/x-shockwave-flash" pluginspage="http://www.macromedia.com/go/getflashplayer"></embed>
Notamos en la grabación de Tetrazzini que el sonido de partida es casi fijo, y, aunque no mucho más claro que el de la Olivero, podemos sospechar que se trata en realidad de un
flautato. Regulado y crecido, pero
flautato, sin alcanzar la emisión libre, centelleante y plena de la Olivero (la florentina se encontraba ya en sus cuarenta, de cualquier modo).
<center>
Luisa Tetrazzini, introductura de la messa di voce sobre reb 5 en la romanza del acto I.</center>
Destacable también es la
risata que da comienzo al
Sempre libera, recurso expresivo de gran dificultad técnica, que en el caso de la Olivero está ejecutado con perfección asimilable a un collar de perlas:
<embed src="http://www.divshare.com/flash/playlist?myId=10701280-0bc" width="335" height="28" name="divplaylist" type="application/x-shockwave-flash" pluginspage="http://www.macromedia.com/go/getflashplayer"></embed>
En resumen: otra piedra de toque de la fonografía, fundamental en cualquier acercamiento que se realice a la voz de Magda Olivero, por breve que sea éste.