ISOLDA
Como lo señalábamos al comentar su debut como La Gioconda en la Arena de Verona en 1947, el éxito de Callas en su primera aparición en Italia no fue grandioso. No se trató de uno de esos debuts auspiciosos luego de los cuales la cantante es abordada por todos los teatros del mundo para firmarla.
Meneghini cuenta en su libro que pasaron varios meses sin que Callas consiguiera un contrato, hasta que por accidente toparon con un agente que estaba buscando una soprano que cantara el papel de Isolda en La Fenice de Venecia bajo la batuta de Tullio Serafin. El viejo director le hizo la audición a Callas, quien mintió diciendo que conocía el papel. Serafin abrió la partitura, se sentó al piano y Callas leyó a primera vista parte del Acto II (esta es una de las muchas pruebas de la gran habilidad de Callas como músico), luego de lo cual Serafin se declaró complacido y la contrató para debutar como Isolda para funciones que tuvieron lugar en diciembre de 1947 y enero de 1948.
Por supuesto, las funciones se cantaron en italiano, como era la costumbre en la Italia de ese entonces. Antes que los wagnerianos se rasguen las vestiduras, en ese entonces muchos países representaban las óperas en el idioma vernáculo, y es así como tenemos grabaciones verdianas y puccinianas en alemán, óperas italianas, francesas y alemanas en ruso, y otro tanto en francés. Por supuesto, esto parece inconcebible hoy día, pero hay que colocar las cosas en perspectiva.
En esta primera excursión wagneriana Callas estuvo acompañada por un tal Fiorenzo Tasso (Tristán), Fedora Barbieri (Brangane), Boris Christoff (Rey Marke) y Raimondo Torres (Kurwenal).
En mayo de 1948, Callas repetiría el papel de Isolda (siempre en italiano) en Genova, de nuevo bajo el mando de Serafin, con el Tristan de Max Lorenz (seguramente cantado en alemán), más Elena Nicolai (Brangane), Raimondo Torres (Kurwenal) y el Rey Marke de Nicola Rossi-Lemeni.
Sobre esta actuación en Genova la crítica escribiría: “Una reina soberbia, noble, casi solemne y una amante apasionada, su Isolda fue una de las grandes interpretaciones. Su figura magnífica aportó al papel más atracciones y una grandeza irresistible. Pero la principal fascinación, la cualidad más conmovedora fue la proyecta por su voz, un instrumento majestuoso y espléndido, vibrante y cálido, suave y con todos los los registros igualados… la voz ideal para una Isolda” (lo de los registros igualados cuesta creerlo, todo hay que decirlo).
En noviembre de1949 Maria Callas entra por primera vez al estudio de grabación para registrar Casta Diva, la escena de la locura de I Puritani y la muerte de Isolda, para la casa CETRA, bajo la batuta de Arturo Basile (quien años después sería pareja de Renata Tebaldi).
Por cierto que como dato curioso, cuando Callas escuchó su voz grabada por primera vez (cosa que ocurrió unos meses antes a raíz de una transmisión radial de un oratorio de Stradella en el que Callas participó: San Giovanni Battista), se puso a llorar porque le pareció una voz desagradable y fea. Así lo confesaría en una entrevista concedida en 1969, en la que afirmó que nunca le gustó el sonido de su voz, pero que había aprendido a vivir con eso.
Volviendo a la muerte de Isolda, que es el único fragmento de la ópera que se conserva cantado por Callas, pues aunque hay rumores de que existía una transmisión radial de una de las funciones de Genova con Lorenz, nunca ha aparecido grabación, les confieso que a mí su Mild und Leise o, mejor dicho, Dolce e calmo de 1949 no me gusta casi nada. Lo encuentro blando y poco inspirado, salvo el final en el suena bastante más animada.
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Callas tendría un último encuentro con el papel completo en la Opera de Roma, siempre dirigida por Serafin (es curioso pensar en cómo sonaría su Wagner), junto a August Seider (Tristan), Elena Nicolai (Brangane), Benvenuto Franci (Kurwenal) y Giulio Neri (Rey Marke), en febrero de 1950.
La soprano no volvería a tocar la música de Tristán sino hasta su histórico recital en la Arena Herodes Atticus de Atenas, del 5 de agosto de 1957, en el que interpretaría por última la muerte de Isolda, en una versión que me parece vibrante e incandescente, mucho más interesante que la primera.
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