Tal cual le había prometido a Azucena: crítica del colón.
Giuseppe Verdi brilló en el Colón Opera "Don Carlo" , de Giuseppe Verdi. Libreto de Joseph Méry y Camille Du Locle, basado en la obra de Fredrich Schiller. Versión italiana en cuatro actos. Elenco: María Pía Piscitelli (Isabel de Valois), Askar Abdrazakov (Felipe II), Darío Volonté (Carlo), María Lujan Mirabelli (Eboli), Luis Gaeta (Posa), Mijail Svetlov (Inquisidor), Eleonora Sancho (Tebaldo), Gabriel Renaud (Lerma), Juan Barrile (Monje), José González Cuevas (Heraldo), Mónica Philibert (Voz celestial). Régie, escenografía e iluminación: Roberto Oswald, Vestuario: Aníbal Lapiz, Dirección del coro: Alberto Balzanelli. Director musical de escenario: Armando Fernández Arrollo. Orquesta Estable. Dirección musical: Milen Nachev. Teatro Colón. Próxima función: hoy, a las 20.30.
Nuestra opinión: muy bueno .
El Teatro Colón mostró una vez más todo su potencial artístico al encarar la difícil empresa de ofrecer "Don Carlo", de Verdi (por más de una razón considerada obra capital del gran repertorio lírico), con recursos técnicos más que suficientes para presentar un espectáculo visual de jerarquía y, asimismo, una versión musical respetuosa del estilo del autor, que en este caso presenta una mayor amplitud de variables interpretativas al ser la obra original un aporte al teatro musical de Francia.
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Con el aporte decisivo del talento de Roberto Oswald se pudo gozar de una puesta escénica sugerente, refinada y con la suficiente atmósfera como para imaginar una época definida de la historia. Aquí el notable artista plástico argentino, fiel a sus más notables creaciones, compuso cuadros en sintética realización escenográfica -su larga experiencia le permite compensar con menos recursos, la ausencia de aparatosos elementos para vestir la escena- y en este sentido dictó una nueva lección en el arte de la iluminación teatral.
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Además de haber contado con la natural magnificencia del escenario del Colón, siempre cargado de magia, Oswald logró revalorar con la luz la excelencia del vestuario dispuesto por Lapiz y mostrar los rostros y los gestos de cada uno de los personajes, contribuyendo de ese modo a elevar el interés de la representación. Sumó, además, algunos detalles importantes como para clarificar, por ejemplo, la escena del monasterio de Yuste, con la visualización del emperador Carlos V.
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Otro aspecto destacable fue la versión del maestro búlgaro Milen Nachev que, a pesar de cierta tendencia a una excesiva sonoridad, transitó un discurso musical refinado, carente de efectos gruesos y al que se le podría reprochar cierta ausencia de emotividad expresiva.
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En la orquesta se destacó la sonoridad homogénea de todos los sectores que, seguramente, habrán de mejorar su rendimiento en las próximas funciones, porque se hizo audible que faltaron algunos ensayos más rigurosos para la obtención de un ajuste ideal. En el conjunto fue excelente el solo del primer violoncello André Meureux en el gran monólogo de Felipe II. Como el coro fue guiado con la solvencia profesional de Alberto Balzanelli, su maestro titular, las importantes escenas corales de la obra, una de las más intensas y comprometidas de Verdi, tuvieron dignidad y corrección, mas no la calidad de sonido y justeza que el coro supo tener como patrimonio de reconocimiento internacional.
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El elenco llamado a enfrentar la prestancia vocal que exige la obra estuvo encabezado por el tenor Darío Volonté, que cumplió su cometido de protagonista con entrega y un timbre vocal adecuado para el complejo y doliente personaje. La voz del artista, con su tono quejoso y su emisión como entrecortada, resulta adecuada para encarar una parte verdaderamente ingrata y difícil, con ausencia de un gran momento de canto lírico, como tienen sus colegas de reparto. Sin embargo, y a pesar de su exitosa carrera, Volonté debería cuidar su patrimonio en la búsqueda de una emisión menos forzada y distendida que contribuyera a evitar algunos sonidos algo destemplados y tirantes en la zona alta de su registro.
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La mezzosoprano María Luján Mirabelli cumplió con gallardía el trance igualmente comprometido de encarar el canto y el temperamento de la italiana princesa de Eboli, que además debe transitar por partes ampliamente difundidas y brillantes como la "Canción del velo", con sus pasajes de coloridos adornos y la gran aria "O don fatale..." y la escena del jardín con el famoso trío "Trema per te..." de incontenible furia anímica. Su desempeño marca otro jalón importante en su carrera. Una participación excelente tuvo el barítono Luis Gaeta (acaso la figura que cantó con las mayores nobleza de estilo y musicalidad de la noche), encarnando a un Rodrigo Marqués de Posa que ha de ubicarse entre lo mejor de su espléndida carrera. Ajustado con sabiduría a encarar el personaje como un barítono eminentemente lírico y no dramático, su canto fue distendido, de voz bien colocada, fraseo elegante y una aplicación de la técnica más depurada para lograr los difíciles trinos escritos por Verdi en algunos pasajes y que pocos cantantes relevantes han logrado en una actuación en vivo. Gaeta concretó un capolavoro inolvidable.
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El debutante bajo Askar Abdrazakov causó una excelente impresión al encarar con sobriedad y buenos recursos a Felipe II, personaje imprescindible en el repertorio de los grandes bajos de la escena lírica mundial que en el Colón hicieron historia con rítmica frecuencia. Con voz bien timbrada y sensibilidad se lució en el gran monólogo del rey "Ella giammai m´ammo...", mas no pudo alcanzar suficientes grandeza e intensidad dramática. Por su parte, otro bajo de voz más robusta y voluminosa, Mijail Svetlov, lució a gran altura como el Gran Inquisidor, personaje que fue trazado con genuinos recursos de actor y fuerte personalidad.
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La soprano María Pía Piscittelli, de sobria y expresiva actuación como Isabel de Valolis, cantó con buen estilo y segura musicalidad cada uno de los inspirados momentos en los que la pluma de Verdi alcanza las cumbres de la obra, como ocurre en la monumental aria "Tu che la vanitá..." y en el dúo final con el tenor, fraseado por la artista con convicción y emotividad.
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Otros puntos positivos de la versión se encuentran en el buen desempeño de Eleonora Sancho, musical y desenvuelta, como Tebaldo, la seguridad y bello timbre de Mónica Philibert en la voz celestial, la discreción de Juan Barrillo como Carlos V y la eficiencia de José González Cuevas como un heraldo.
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Juan Carlos Montero
.<< Comienzo de la notaOpera "Don Carlo" , de Giuseppe Verdi. Libreto de Joseph Méry y Camille Du Locle, basado en la obra de Fredrich Schiller. Versión italiana en cuatro actos. Elenco: María Pía Piscitelli (Isabel de Valois), Askar Abdrazakov (Felipe II), Darío Volonté (Carlo), María Lujan Mirabelli (Eboli), Luis Gaeta (Posa), Mijail Svetlov (Inquisidor), Eleonora Sancho (Tebaldo), Gabriel Renaud (Lerma), Juan Barrile (Monje), José González Cuevas (Heraldo), Mónica Philibert (Voz celestial). Régie, escenografía e iluminación: Roberto Oswald, Vestuario: Aníbal Lapiz, Dirección del coro: Alberto Balzanelli. Director musical de escenario: Armando Fernández Arrollo. Orquesta Estable. Dirección musical: Milen Nachev. Teatro Colón. Próxima función: hoy, a las 20.30.
Nuestra opinión: muy bueno
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El Teatro Colón mostró una vez más todo su potencial artístico al encarar la difícil empresa de ofrecer "Don Carlo", de Verdi (por más de una razón considerada obra capital del gran repertorio lírico), con recursos técnicos más que suficientes para presentar un espectáculo visual de jerarquía y, asimismo, una versión musical respetuosa del estilo del autor, que en este caso presenta una mayor amplitud de variables interpretativas al ser la obra original un aporte al teatro musical de Francia.
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Con el aporte decisivo del talento de Roberto Oswald se pudo gozar de una puesta escénica sugerente, refinada y con la suficiente atmósfera como para imaginar una época definida de la historia. Aquí el notable artista plástico argentino, fiel a sus más notables creaciones, compuso cuadros en sintética realización escenográfica -su larga experiencia le permite compensar con menos recursos, la ausencia de aparatosos elementos para vestir la escena- y en este sentido dictó una nueva lección en el arte de la iluminación teatral.
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Además de haber contado con la natural magnificencia del escenario del Colón, siempre cargado de magia, Oswald logró revalorar con la luz la excelencia del vestuario dispuesto por Lapiz y mostrar los rostros y los gestos de cada uno de los personajes, contribuyendo de ese modo a elevar el interés de la representación. Sumó, además, algunos detalles importantes como para clarificar, por ejemplo, la escena del monasterio de Yuste, con la visualización del emperador Carlos V.
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Otro aspecto destacable fue la versión del maestro búlgaro Milen Nachev que, a pesar de cierta tendencia a una excesiva sonoridad, transitó un discurso musical refinado, carente de efectos gruesos y al que se le podría reprochar cierta ausencia de emotividad expresiva.
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En la orquesta se destacó la sonoridad homogénea de todos los sectores que, seguramente, habrán de mejorar su rendimiento en las próximas funciones, porque se hizo audible que faltaron algunos ensayos más rigurosos para la obtención de un ajuste ideal. En el conjunto fue excelente el solo del primer violoncello André Meureux en el gran monólogo de Felipe II. Como el coro fue guiado con la solvencia profesional de Alberto Balzanelli, su maestro titular, las importantes escenas corales de la obra, una de las más intensas y comprometidas de Verdi, tuvieron dignidad y corrección, mas no la calidad de sonido y justeza que el coro supo tener como patrimonio de reconocimiento internacional.
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El elenco llamado a enfrentar la prestancia vocal que exige la obra estuvo encabezado por el tenor Darío Volonté, que cumplió su cometido de protagonista con entrega y un timbre vocal adecuado para el complejo y doliente personaje. La voz del artista, con su tono quejoso y su emisión como entrecortada, resulta adecuada para encarar una parte verdaderamente ingrata y difícil, con ausencia de un gran momento de canto lírico, como tienen sus colegas de reparto. Sin embargo, y a pesar de su exitosa carrera, Volonté debería cuidar su patrimonio en la búsqueda de una emisión menos forzada y distendida que contribuyera a evitar algunos sonidos algo destemplados y tirantes en la zona alta de su registro.
Gaeta y Volonté, destacados integrantes del elenco.
La mezzosoprano María Luján Mirabelli cumplió con gallardía el trance igualmente comprometido de encarar el canto y el temperamento de la italiana princesa de Eboli, que además debe transitar por partes ampliamente difundidas y brillantes como la "Canción del velo", con sus pasajes de coloridos adornos y la gran aria "O don fatale..." y la escena del jardín con el famoso trío "Trema per te..." de incontenible furia anímica. Su desempeño marca otro jalón importante en su carrera. Una participación excelente tuvo el barítono Luis Gaeta (acaso la figura que cantó con las mayores nobleza de estilo y musicalidad de la noche), encarnando a un Rodrigo Marqués de Posa que ha de ubicarse entre lo mejor de su espléndida carrera. Ajustado con sabiduría a encarar el personaje como un barítono eminentemente lírico y no dramático, su canto fue distendido, de voz bien colocada, fraseo elegante y una aplicación de la técnica más depurada para lograr los difíciles trinos escritos por Verdi en algunos pasajes y que pocos cantantes relevantes han logrado en una actuación en vivo. Gaeta concretó un capolavoro inolvidable.
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El debutante bajo Askar Abdrazakov causó una excelente impresión al encarar con sobriedad y buenos recursos a Felipe II, personaje imprescindible en el repertorio de los grandes bajos de la escena lírica mundial que en el Colón hicieron historia con rítmica frecuencia. Con voz bien timbrada y sensibilidad se lució en el gran monólogo del rey "Ella giammai m´ammo...", mas no pudo alcanzar suficientes grandeza e intensidad dramática. Por su parte, otro bajo de voz más robusta y voluminosa, Mijail Svetlov, lució a gran altura como el Gran Inquisidor, personaje que fue trazado con genuinos recursos de actor y fuerte personalidad.
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La soprano María Pía Piscittelli, de sobria y expresiva actuación como Isabel de Valolis, cantó con buen estilo y segura musicalidad cada uno de los inspirados momentos en los que la pluma de Verdi alcanza las cumbres de la obra, como ocurre en la monumental aria "Tu che la vanitá..." y en el dúo final con el tenor, fraseado por la artista con convicción y emotividad.
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Otros puntos positivos de la versión se encuentran en el buen desempeño de Eleonora Sancho, musical y desenvuelta, como Tebaldo, la seguridad y bello timbre de Mónica Philibert en la voz celestial, la discreción de Juan Barrillo como Carlos V y la eficiencia de José González Cuevas como un heraldo.
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Juan Carlos Montero