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Florezido |
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Registrado: 26 Mar 2004 16:50 Mensajes: 5435 Ubicación: Numero quindici, a mano manca.
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La crítica de LNE por Cosme Marina ( artículo completo en LNE )
«Lucrezia Borgia» es ópera importante, de relieve. Tanto por sus notables calidades musicales como por la peculiaridad de su estructura formal y por ser además ejemplo para otros creadores posteriores. Con este título Donizetti y su libretista Felice Romani sortearon la censura y, con el drama de Víctor Hugo como telón de fondo, construyeron una ácida crítica a una nobleza ya de usos y costumbres decrépitos. Por eso la trama, de principio a fin, es de gran crudeza y los breves respiros de las fiestas no son más que antesalas del horror, de la tragedia. Esta visión la capta, elabora, disecciona y muestra Emilio Sagi en una producción diseñada para la temporada de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera en 2001, en la que sólo de modo conceptual se acude a la convención renacentista. Sagi arriesgó hace tres años y su visión de la obra es de futuro. La dramaturgia resulta descarnada, áspera incluso, y el discurrir de la acción también duro y cortante. La escenografía -Llorenç Corbella siempre asombra por su calidad creativa- enfatizó esto y combinó funcionalidad en los cambios de escena con alguna pretendida pesantez en determinados cuadros. Contribuyó a que el planteamiento de la dirección de escena llegase a su plenitud una iluminación magistral de Eduardo Bravo desplegando toda su perspicacia e inventiva mediante un cromatismo que oscilaba entre tonos fríos las más de las veces, cálidos otras, pero siempre misterioso. Y, por supuesto, el diseño de vestuario en el que Pepa Ojanguren hizo gala de una inventiva desbordante. La relectura de los figurines con texturas plásticas se complementó con un cuidado exquisito en los roles principales, rozando el preciosismo en el caso de la soprano, del negro al rojo -peculiares ambos vestidos en el acertado efecto que la iluminación ejercía sobre ellos-. Con este equipo Sagi edificó su visión y logró pasajes magistrales en el inicio empleando un gran espejo cenital que anticipaba la acción -aunque la fiesta estuviese un tanto apretada-, el gabinete de Don Alfonso -con ese regusto a «Matrix» que transpira todo el planteamiento-, y las escenas finales de compleja resolución dramática. Los sicarios, el espionaje, la delación a través de las cortinas de plástico -ejemplar el coro en su trabajo escénico-, o la explicación inicial del drama con la joven Lucrezia oscurecida ya por el destino, compartieron protagonismo con la «levitación» de Gennaro en el inicio del segundo acto -suspendido en el aire y, como diría Alaska, «viendo la vida pasar»-, la explícita relación sentimental de Orsini con el propio Gennaro y la violencia nocturna a la luz de las linternas. O lo que es lo mismo, una sucesión constante de sugerencias y matices que deja ver a un creador en su plenitud, maduro y de formidable talento como es Emilio Sagi. Fuera de programa, y anecdótico, las dificultades de la Devia cuando casi se le desprende la falda en la última escena. Lo solventó a la mínima.
Teniendo el apartado escénico a pleno rendimiento el musical no se quedó atrás. El Campoamor inició un vínculo, espero que duradero, con un director musical de talla. Paolo Arrivabeni sabe lo que se trae entre manos cuando de bel canto se habla. Por fin pudimos escuchar una obra donizettina interpretada de forma limpia, sin adherencias y con trabajo previo de gran seriedad, buceando en las fuentes para buscar un resultado coherente y no el manido acompañamiento desvaído y ruidoso tan al uso en otros colegas suyos. Donizetti fue autor de enorme rapidez de escritura. Por ello no siempre encontramos la orquestación todo lo cuidada que debiera. Pero, insisto, esto ya no cuela para tratar de vender el camelo, que el público aguantamos durante décadas, de que la orquesta ha de tener un carácter secundario. Arrivabeni y la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias demostraron que su papel es protagónico. El director, por su cuidado equilibrio, atención y la riqueza expresiva, y la orquesta por la precisión y ajuste.
Y si una ópera comienza y termina en el foso -esto no debe olvidarse nunca- es sobre la escena donde todo transcurre y el milagro de la voz humana encandila o irrita -esto ya depende de cómo salgan las tornas- al respetable. La primera dificultad que un programador tiene para sacar adelante «Lucrezia Borgia» reside en la necesidad de contar con un reparto extenso que de mediocridades admite las justas. Por eso adquiere especial brillo el rotundo resultado de conjunto -salvo alguna pequeña cuestión que no merece la pena comentar- en el que los «divos», que tanto nos gustan a todos, compartieron escena con profesionales de calidad, perfectamente adaptados a sus cometidos. Muchos de ellos son conocidos por el público al ser habituales del Campoamor y otros merecen cuidadosa atención en el futuro como el tenor José Luis Sola que destacó como Liverotto. Francisco Santiago, Ernesto Morillo, Mikeldi Atxalandabaso, José Manuel Díaz, Ángel Rodríguez o Celestino Varela han de tenerse en cuenta por su trabajo honesto y buenos resultados vocal y escénicamente, fruto de una seriedad que aportó, sumó y engrandeció el reparto. Junto a ellos, el Coro de Amigos de la Ópera, bajo la dirección experta de Elena Herrera, derrochó pasión y entrega y mantuvo su paulatina línea ascendente.
He dejado para el final, de forma premeditada, al cuarteto protagonista. Sobre ellos recae el peso de la obra y de manera categórica en la soprano. No voy a descubrir a estas alturas la casta de una cantante como Mariella Devia, y menos en Oviedo, donde tanto y tan bien ha trabajado. Sí llama la atención un aspecto en el que debieran mirarse los jóvenes intérpretes.
El tiempo pasa y la Devia mantiene intactas las cualidades vocales que la han hecho célebre. Esto algo querrá decir. Reina ahora en el bel canto y lo hace con un dominio de cada personaje que interpreta asentado en la experiencia, el estudio constante y la voluntad de ir más allá y no acomodarse. De Lucrezia se pueden esperar aproximaciones más pesantes vocalmente pero la hoja de ruta de la Devia es otra. Es consciente de su potencial y también de sus limitaciones -ahí está la clave de su grandeza- y rescata una Lucrezia más ligera y también más fiel al origen porque la depura de adherencias. Su extenso fiato, el fraseo y la dicción ejemplares, llevan a que su lección de canto sea constante. Escuchar a la Devia es una invitación a disfrutar de todos los recursos belcantistas sin forzar, con naturalidad, brillo y espectacularidad. Ante una cantante de estas características, el reto para los demás era enorme. Y, sin embargo, salieron del mismo con holgura. José Bros, al que por tantos y tan justificados motivos adoramos en esta ciudad, quiso debutar aquí a Gennaro, rol ingrato e implacable. La perfección en el canto señalada para la Devia perfectamente sirve para describir al tenor catalán. Bros sigue creciendo vocalmente, va siempre hacia arriba y cada actuación suya descubre nuevas aristas de una voz cincelada a fuego, de valor enorme. Su Gennaro respira vida mediante una emisión cuidada que va al agudo con valentía, sin la más mínima merma, incluso en pasajes de dificultad extrema como «T'amo cual s'ama un angelo», disfrutando del canto, con frases antológicas. Si Bros ha cantado este papel por vez primera a este nivel debe imaginarse lo que puede conseguir a medio plazo.
La entidad de un bajo como Giorgio Surjan se percibe de inmediato, nada más salir a escena. Es el cantante croata intérprete serio, seguro, de los que no escatiman ni un ápice buscando en la fidelidad estilística su principal baza. A su Don Alfonso no le faltó ni sobró nada, ni en volumen, extensión o peso dramático. Todo en su sitio. Y, sin duda, la mayor sorpresa llegó con el doble debut -del personaje y escénico en España- de la mezzo puertorriqueña Jossie Pérez. El suyo fue un Maffio Orsini convincente, con una prestación que fue de menos a más y tuvo su cima en «Il segreto per esser felici». En ella se aprecian posibilidades muy relevantes ante una carrera que, necesariamente tiene que apuntar alto. Le acompaña un físico espectacular, buenas aptitudes dramáticas y una vocalidad bien trabajada desde el punto de vista técnico. En fin, una muy especial noche de ópera, ponderada y expuesta con un rigor que encendió la hermosa llama del bel canto donizettiano en brillo similar a la febriles agilidades de la «cabaletta» con las que Mariella Devia cerró la velada.
Y unas fotos de la producción:
_________________ ...la scena a' miei tempi era altra cosa.
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