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Jar Jar Binks |
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Registrado: 23 Jul 2007 0:15 Mensajes: 6253
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Acabo de escuchar por primera vez Tristan und Isolde y estoy impresionadísimo. Me gustaría contribuir a este fantástico hilo traduciendo del francés (disculpad las seguras incorrecciones, no soy traductor) algunos extractos de la introducción que Marcel Doisy hace a una edición bilingüe del libreto de esta ópera (Aubier Flammarion, París, 1974). Esta mañana he encontrado este libro en la Facultad y su introducción me ha emocionado especialmente, sobre todo, teniendo como tenía el corazón en un puño después de la escucha de ayer por la noche. Por eso quería compartirla con vosotros. Voilà algunos fragmentos :
"No puedo evitar pensar que, si tuviéramos una verdadera vida, no necesitaríamos el arte. El arte comienza precisamente allí donde termina la vida, allí donde no hay nada más delante de nosotros. Entonces gritamos al arte: "Desearía, me gustaría...". No puedo concebir que un hombre verdaderamente feliz pueda jamás pensar en el arte. Vivir verdaderamente equivale a poseer la plenitud. ¿Acaso el arte no es más que la confesión de nuestra impotencia?"
Estas líneas - sorprendentes en la pluma de un hombre que parece no haber vivido más que para su obra -, las escribió Richard Wagner el 12 de Enero de 1852 a su amigo Uhlig. Y en la misma carta, añade además: "Para reencontrarme con mi juventud, mi salud, para disfrutar de la naturaleza, por una mujer que me amara sin reservas, por unos bellos hijos, entrego todo mi arte."
Tres años más tarde, el 16 de diciembre de 1854, escribe a Franz Liszt estas líneas que parecen perseguir el mismo pensamiento, pero cuyas últimas palabras son reveladoras: "Como en toda mi existencia, nunca he probado en su perfección la felicidad del amor. Quiero elevar a éste, el más bello de todos los sueños, un monumento, un drama en el que este deseo de amor será satisfecho hasta ser totalmente saciado. Tengo en la cabeza el plan de un Tristan und Isolde."
De hecho, con Tristán e Isolda, nos encontramos no solamente en presencia de una de las cimas de la dramaturgia wagneriana e incluso del drama musical de todos los tiempos, sino también delante de una confidencia personal según la cual Wagner realizó a través del arte un sueño cuya realización le negaba obstinadamente la vida. La llama tumultuosa que atraviesa esta tragedia no es, en efecto, la vida, sino el sueño. Sus personajes, devorados por su ardor extremo, son más que seres humanos, son pasiones encarnadas. En las manos de Wagner, la leyenda de Tristán ya no es el cuento simple y pintoresco de los trovadores medievales, sino el símbolo ardiente en el que un gran artista insatisfecho proyectó sus deseos no aplacados e intentó satisfacer a través de la creación artística.
(...)
En el umbral de este poema musical que constituye el Preludio, a través de la complejidad de sentimiento de la que se alimenta la trama, parece esbozarse una aspiración de todo el ser hacia un ideal todavía indefinido, esa intraducible "Sehnsucht" que recorre todo el Romanticismo germano y que, más allá de todo contexto, es esencialmente una nostalgia del infinito.
Al principio soñadora y melancólica como un deseo inexplicado, la frase del violonchelo se despierta, a la cual el oboe y el corno inglés bosquejan una respuesta teñida de esperanza. El corazón parece atormentarse con ello en una alternancia imprecisa y de lánguida tristeza. Un estado de ánimo inquieto, sutilmente turbado, como precediendo el despertar del amor y del cual va a elevarse la bella frase de ternura de ls violonchelos (ya empleada en una forma a penas diferente por Wagner y Liszt para traducir las aspiraciones de Fausto). Poco a poco el movimiento se amplía, la melancolía se transforma en llama y la frase de amor se eleva al fin de la masa orquestal.
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