Ante la alteración de Mélisande, anunciado por una nota de oboe (9:36) -instrumento de llanto y tristeza en esta obra-, comienza el segundo pequeño monólogo de Golaud en esta escena. En él, describe la tristeza que gobierna en el castillo, pero le dice también que pueden hacer por cambiar ese ambiente. También -en su vena pragmática- le recuerda que la alegría en sí no es algo que tenga que ser cotidiano. Desesperadamente su discurso se enciende: "Haré todo lo que quieras."
A esta altura no se puede dudar de la humanidad y buenas intenciones del personaje; libretista y compositor han procurado bien alejar la imagen plana de villano de cartón piedra, y basan más el posterior comportamiento del personaje en una incapacidad de comprensión mutua. Los dos esposos se encuentran en dimensiones diferentes.
Mélisande, de lo que ha dicho su marido, parece quedarse sólo con su lóbrega descripción del castillo y se queja: Sí, es verdad, aquí no se ve a menudo el cielo. Otro tema alegre, esta vez el de la fuente (11:43), nos lleva a la escena anterior: "Lo he visto por primera vez esta mañana". Ya no podemos tener dudas de que, para la recién llegada, el joven Pelléas es como un rayo de sol en medio de tanta desolación.
Golaud, que está a menudo tan cerca de lograr comunicarse con ella en esta conversación, vuelve a errar el tiro. "Entonces ¿era sólo eso? ¿Lloras por no ver el cielo?", dice quitando importancia a algo más vital que lo que él logra entender. Le recuerda que el verano está cerca (12:08). "Et puis l'année prochaine… " (primera alusión a su futura maternidad.) Y vuelve a mostrar su cariño cogiendo su mano (12:26) con una de las melodías más arrebatadoramente enamoradas que acompañan en toda la ópera a Golaud.
Pero en 12:48 se da el punto de inflexión en que ya nada volverá a ser como antes: Golaud, al coger su mano, ve que ya no está su anillo de bodas. Si entre Pelléas y ella se da un enamoramiento progresivo, a partir de este momento, el personaje de Golaud sufre una progresión paralela, pero en su caso de celos y violencia, que llegará también a su momento álgido con el final del cuarto acto.
Golaud interroga bruscamente a Mélisande sobre el anillo, como Otello a Desdemona por el pañuelo. Ella contesta dubitativamente e improvisa una mentira: dice que se le ha caído en una gruta junto al mar. En su narración de la pérdida del anillo se oyen ecos marinos, que se ensombrecen para describir la entrada de la marea en la gruta.
Golaud le ordena que vaya inmediatamente a buscarla. "¿Ahora mismo, en seguida, en la oscuridad?", pregunta ella asustada, y él repite sombríamente las mismas palabras: Ahora mismo, en seguida, en la oscuridad.
Mélisande no se atreve a ir sola, y Golaud le sugiere sarcásticamente que le pida a Pelléas que la acompañe: "Pelléas hará todo lo que le pidas. Conozco a Pelléas mejor que tú." Con gran expresividad y esa enorme vehemencia tan poco frencuente grita él: No dormiré hasta que no recupere el anillo, y ella, como en un aparte, vuelve a repetir: "Je ne suis pas heureuse."
Toda esperanza de que Golaud y Mélisande vayan a ser felices juntos parece ya desde ese momento perdida.
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