Registrado: 28 Ene 2008 1:47 Mensajes: 4724 Ubicación: Costasoleña.
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<center> 2. Idomeneo: El héroe en Troya.<center>
Siguiendo casi fidedignamente a Pierre Grimal, la historia del rey Idomeneo tiene dos momentos completamente opuestos en cuanto a la fortuna se refiere. En ellos, se observa a un hombre noble, valiente que ha de doblegarse a tristes circunstancias. Esta es su vida.
Enamorado de la bella y simpar Helena, participó en su conquista y, al igual que todos los príncipes helenos, juró aceptar la elección tomada y defender al futuro marido en caso ( es que el padre de Helena o Ulises, según versiones, ya se las veía venir ) de que Helena fuera raptada. Menelao fue el esposo de Helena y el rey cretense se desposó con Meda. Así pues, hubo de partir hacia Troya, encabezando una flota que representaba a Cnosos, Gortina, Licto, Mileto, Licasto, Festoo y Ritio. Su participación en la guerra fue muy activa y así queda testimoniado en La Ilíada su enfrentamiento a Deífobo y Heleno mientras defiende las naves argivas de los ataques troyanos.
Os sitúo un poco; tras el abandono de Aquiles en la lucha, los troyanos, capitaneados por Héctor, acercan sus líneas a la playa y llegan a las naves griegas, tras superar el campamento heleno. El dios Poseidón se aparece a Idomeneo para infundir ánimos y valor ante los caudillos teucros. Habla Homero:
" Entre los teucros iba muy ufano Deífobo Priámida, que se adelantaba, ligero, y se cubría con el liso escudo. Meriones arrojóle una reluciente lanza y no erró el tiro: acertó a dar en la rodela hecha de pieles de toro, sin conseguir atravesarla, porque aquélla se rompió en la unión del asta con el hierro. Deífobo apartó de sí el escudo, temiendo la lanza del aguerrido Meriones, y este héroe retrocedió al grupo de sus amigos, muy disgustado, así por la victoria perdida, como por la rotura del arma, y luego se encaminó a las tiendas y naves aqueas para tomar otra de las que en su bajel tenía.
- ¡Idomeneo, príncipe de los cretenses! ¿Qué se hicieron las amenazas que los aqueos hacían a los teucros?
Respondió Idomeneo, caudillo de los cretenses: — ¡Oh Toante! No creo que ahora se pueda culpar a ningún guerrero, porque todos sabemos combatir y nadie está poseído del exánime terror, ni deja por flojedad la funesta batalla; sin duda debe de ser grato al prepotente Cronión que los aqueos perezcan sin gloria en esta tierra, lejos de Argos. Mas, oh Toante, puesto que siempre has sido belicoso y sueles animar al que ves remiso, no dejes de pelear y exhorta a los demás.
Idomeneo, caudillo de los cretenses, díjole entonces: — Sé cuán grande es tu valor. ¿Por qué me refieres estas cosas? Si los más señalados nos reuniéramos junto a las naves para armar una celada, que es donde mejor se conoce la bravura de los hombres y donde fácilmente se distingue al cobarde del animoso —el cobarde se pone demudado, ya de un modo ya de otro, y como no sabe tener firme ánimo en el pecho, no permanece tranquilo, sino que dobla las rodillas y se sienta sobre los pies, y el corazón le da grandes saltos por el temor de la muerte y los dientes le crujen; y el animoso no se inmuta ni tiembla, una vez se ha emboscado, sino que desea que cuanto antes principie el funesto combate—, ni allí podrían reprocharse tu valor y la fuerza de tus brazos. Y si peleando te hirieran de cerca o de lejos, no sería en la nuca o en la espalda, sino en el pecho o en el vientre, mientras fueras hacia adelante con los guerreros más avanzados. Mas, ea, no hablemos de estas cosas, permaneciendo ociosos como unos simples; no sea que alguien nos increpe duramente. Ve a la tienda y toma la fornida lanza. Cuando los teucros vieron a Idomeneo, que por su impetuosidad parecía una llama, y a su escudero, ambos revestidos de labradas armas, animáronse unos a otros por entre la turba y arremetieron todos contra aquél. Y se trabó una refriega, sostenida con igual tesón por ambas partes, junto a las popas de los navíos. Como aparecen de repente las tempestades, suscitadas por los sonoros vientos en ocasión en que los caminos están muy secos y se levantan nubes de polvo; así entonces unos y otros vinieron a las manos deseando en su corazón matarse recíprocamente con el agudo bronce por entre la turba.
Idomeneo no dejaba que desfalleciera su gran valor y deseaba siempre o sumir a algún teucro en tenebrosa noche, o caer él mismo con estrépito, librando de la ruina a los aqueos. [...]El guerrero cayó con estrépito; y como la lanza se había clavado en el corazón, movíanla las palpitaciones de éste; pero pronto el arma impetuosa perdió su fuerza. E Idomeneo con gran jactancia y a voz en grito exclamó:
—¡Deífobo! Ya que tanto te glorias, ¿no te parece que es una buena compensación haber muerto a tres, por uno que perdimos? Ven hombre admirable, ponte delante y verás quién es el descendiente de Zeus que aquí ha venido; porque Zeus engendró a Minos, protector de Creta; Minos fue padre del eximio Deucalión, y de éste nací yo que reino sobre muchos hombres en la vasta Creta y vine a las naves para ser una plaga para ti, para tu padre y para los demás teucros.
Así se expresó, y Deífobo vacilaba entre retroceder para que se le juntara alguno de los magnánimos teucros o atacar él solo a Idomeneo. Parecióle lo mejor ir en busca de Eneas, y le halló entre los últimos; pues siempre estaba irritado con el divino Príamo, que no le honraba como por su bravura merecía. Y deteniéndose a su lado, le dijo estas aladas palabras:
—¡Eneas, príncipe de los teucros! Es preciso que defiendas a tu cuñado, si te tomas algún interés por los parientes. Sígueme y vayamos a combatir por tu cuñado Alcátoo, que te crió cuando eras niño y ha muerto a manos de Idomeneo, famoso por su lanza.
Tal fue lo que dijo. Eneas sintió que en el pecho se le conmovía el corazón, y llegóse hacia Idomeneo con grandes deseos de pelear. Este no se dejó vencer del temor, cual si fuera un niño; sino que le aguardó como el jabalí que confiando en su fuerza, espera en un paraje desierto del monte el gran tropel de hombres que se avecina, y con las cerdas del lomo erizadas y los ojos brillantes como ascuas aguza los dientes y se dispone a rechazar la acometida de perros y cazadores; de igual manera Idomeneo, famoso por su lanza, aguardaba sin arredrarse a Eneas, ágil en la lucha, que le salía al encuentro."
Este es un fragmento del canto XIII en La Ilíada. Asimismo, sabemos que destacó en los juegos realizados tras los funerales de Aquiles y que fue elegido por Ulises para permanecer dentro del caballo de madera. Entregó las armas de Aquiles. Junto al resto de los griegos, invadió Troya, se llevó un gran botín, embarcó hacia Creta, donde esperaba envejecer en paz, junto a sus hijos Ificlo, Lico y Clisitera.
Los hados habían dispuesto una suerte muy diferente para él.
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_________________ "Empia razza, anatema su voi!La vendetta scenderà!"
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