Una de esas películas que tocan la fibra sensible y le dejan a uno impactado y reflexivo durante varios días. Y todo ello pese a que no es una obra redonda ni mucho menos, puesto que se trata de una película que narra tres historias paralelas muy descompensadas, dado que la del niño protagonista es tan poderosa y subyugante, que las otras dos quedan por completo sepultadas, reducidas a obviedades narrativas, cuando no directamente a un estorbo.
El director (Salvador Calvo) otorga a esa historia principal un aliento poético, social y humanístico con instantes absolutamente conmovedores, a través de una cámara que, por momentos, alcanza valores éticos en la manera de presentar a sus personajes, como cuando se acerca con ternura y delicadeza hacia la reciente amistad que han forjado los dos personajes principales, unidos en su intemperie y en su fragilidad, justo antes de alejarse con exquisita sutileza (por medio de un pausado y pudoroso trávelin en retroceso), cuando el mayor de los dos tiene que sucumbir a la prostitución para ganar dinero. Y queda patente el amor que el director siente por sus desvalidos protagonistas a los que sabe retratar a través de algo fundamental en el Cine como son las miradas, inmensas en su perplejidad, en su pureza y en su hondura.
Dentro de esa historia con tan magnos logros también hay algún momento desafortunado, como alguna muerte con toques irreales que poco cuadran con la dureza de la acción, o el contrapunto negativo en la labor de la policía española que más bien parece una excusa para un forzado desgarro dramático.
A pesar de la severidad del tema que trata, la película es visualmente hermosa en su contacto y realce de la naturaleza salvaje, consciente de que ésta no es la culpable de la inmundicia que anega la sociedad en la que (sobre)vivimos.