Río Grande (1950) es la menos querida de la trilogía de la caballería. El propio
John Ford la hizo sin ganas, como una concesión al estudio para que le permitieran rodar
El hombre tranquilo. Por otra parte, la reaccionaria representación de los indios en el guion de
James K. McGuinness —un paso atrás respecto de
Fort Apache y
La legión invencible, del más progresista Frank Nugent— hizo que buena parte de la crítica la dejase de lado o se olvidase de ella al discutir la evolución entre
La diligencia y
Cheyenne Autumn. Por no hablar de que se veía como una metáfora solo levemente velada para la Guerra Fría. De hecho, aunque no estaba concebido así pues el guion es anterior, al estrenarse durante la guerra de Corea pronto se trazaron paralelos entre el general Sheridan que ordenaba incursiones punitivas al sur del río Bravo y el pirado de MacArthur. De este modo, tanto frente a los ojos contemporáneos como a los actuales,
Río Grande carga con un bagaje del que están más libres sus hermanas.
Dejando aparte este aspecto, el guion adolece de un pretendido clímax melodramático —con los niños encerrados en la iglesia mientras los apaches llevan a cabo sus rituales antes de masacrarlos— que resulta un tanto ridículo. El propio Ford lo debió de ver así, pues puntúa la batalla final con momentos de humor que no pegan demasiado.
Pero, frente a estas debilidades,
Rio Grande destaca también dentro de la oficiosa trilogía en varios aspectos. El principal es que el teniente coronel Kirby Yorke es la mejor de las tres interpretaciones de
John Wayne y también el más interesante de los tres personajes. En esta ocasión, sin el apoyo de Henry Fonda, Ford pone a Duke totalmente en el centro y le exige más que nunca. Por no hablar de que cualquier comparación entre Shirley Temple y
Maureen O'Hara sería cruel. Más allá de las excelentes interpretaciones y química, la historia de la reconciliación entre Yorke y su sureña esposa es uno de los grandes valores del filme. Aunque lo haya criticado antes, expandir esta relación fue un gran acierto de McGuinness, pues el relato corto en el que está basado el guion se queda en la relación padre-hijo, que queda reparada al final de manera similar —un balazo que hiere a ambos, en vez de la más visual flecha que Yorke hijo arranca a su padre en la película—, pero no explora el personaje de la madre.
Huelga decir que los secundarios habituales —
Ben Johnson y sus exhibiciones a caballo,
McLaglen, etc.— y todo el apartado visual, con multitud de planos magistrales, funcionan a la perfección. Si es la tercera de la trilogía, no deja de ser una gran película.
El Blu Ray recién publicado por Eureka es excelente. Se aprovecha de la remasterización realizada por Paramount el año pasado y añade una gran cantidad de material adicional. Al habitual comentario de un experto en
westerns se añaden otro por la propia Maureen O'Hara y un par de cortos documentales. Además, el folleto incluido en la carátula no se limita a un breve ensayo, sino que se extiende hasta las 48 páginas y contiene varios artículos de interés, además del relato
Mission with no Record que se adaptó para el guion.