La Tienda de la calle mayor, de Jan Kadar.
Hace años descubrí, mirando en la lista de ganadoras del oscar a la mejor actriz, que una tal Ida Kaminska figuraba entre las nominadas al año 1966,cuando Liz Taylor se lo llevó por Quién teme a Virginia Woolf. Luego descubrí que Kaminska era una de las grandes figuras del teatro judío, cuando éste hablaba en yidis. Que la película era una de las más bellas, al mismo tiempo costumbristas, y al mismo tiempo divertida y dolorosamente realistas que se haya hecho sobre el Holocausto en Europa.
Después vi la foto del director Kadar, de Kaminska sonrientes recogiendo el Oscar, y definitivamente me animé.
Desde una atmósfera de cotidianeidad, con una ligera capa de comedia que llega a enternecer, se describe el horror y el sinsentido de la vida en el estado títere de Eslovaquia, dirigida por el infame Jozef Tiso. La preciosa banda sonora de Zdenek Liska nos da la bienvenida con el tema principal: unas gaviotas, que ajenas al horror que ocurre entre humanos, sobrevuelan un pueblecito eslovaco, y nos presentan a sus habitantes caminando felices un día soleado mientras una banda interpreta música. Tono Brtko es un pobre carpintero, una persona de pueblo, un mindundi, un mediocre, aunque al parecer con buen corazón, y siempre a su bola. Un día, tendrá un golpe de suerte: su cuñado le consigue un negocio expropiado a una anciana judía. Pero al reclamar su nuevo negocio descubre que la pobre Rozalie no se da cuenta de nada: está medio sorda, apenas ve, y no es consciente ni de que hay una guerra. Los judíos del pueblo la ayudan, y le ocultan la desgracia que les rodea. Pronto, la anciana apreciará a Tono como si fuera un hijo, y éste le toma cariño, hasta el punto de protegerla. Ese amor de madre, de abuela, hace que la historia duela todavía más.
Kadar realiza una obra maestra, retratando cómo los eslovacos, por supervivencia, se acomodan a una realidad que al principio no entienden y no comparten. Solo unas pocas almas caritativas, como la vecina que hace la compra a Rozalie, o el intermediario entre Tono y los judíos, el pobre Kuchar, que sufre las purgas de los fascistas eslovacos. El cómo la fascistización del lugar envilece el aire, con esa pirámide glorificando el movimiento, los feos y altivos oficiales eslovacos de las SS pululan con su matonismo que les hace todavía más patéticos. Ida Kaminska y Jozef Kroner sientan cátedra de actuación. Cada vez que se ve a Kaminska en su mundo, ajena a lo que le ocurre, peor se siente uno ante la catástrofe que está por llegar. Kroner realiza una interpretación formidable mostrando el proceso de autodestrucción final de su personaje, que tiene que escoger entre él y la anciana, pese a la estima que le tiene. A medida que su actitud de despistada se transforma en la peor impotencia, el actor eslovaco mete al espectador en la piel de los europeos de ese entonces: obligados a hacer la vista gorda a los que sus gobiernos designaban como "indeseables", a denunciar, o de lo contrario serán ellos los aniquilados. Tremenda la brutalidad para con los judíos en la plaza para ser deportados hacia su muerte, sin saberlo. De cómo los amigos, vecinos, gente con la que se ha crecido toda la vida, desaparecen para siempre, ante la incredulidad, el miedo e incluso el adoctrinamiento en el odio. Magistral ese realismo que consigue la película, cuando Tono mira al rabino ortodoxo a los ojos, mientras este espera en la plaza.
Solo al final, cuando los judíos se han ido, rumbo a un "campo de trabajo", la plaza está desierta, alguien escarba entre las maletas que dejaron, a ver qué pilla, se entiende la completa desaparición de una comunidad milenaria, pero por encima de todo eso, la desaparición arbitraria de quien puede ser el vecino, el amigo, ¿dónde puede uno cortarse el pelo si han deportado al barbero? ¿qué piensa la señora de abajo cuando sus vecinos de arriba han sido todos deportados? Kadar muestra un realismo brutal, la crudeza de un régimen genocida y opresivo.
Y de nuevo nos despide el tema inicial, ahora con Tono y Rozalie, vestidos con trajes de gala, al son de la banda del pueblo, salen de la tienda y emprenden rumbo posiblemente hacia el cielo, donde la barbarie nazi nunca podría alcanzarles.
Una película recomendable, que muestra el sinsentido del odio racista y los prejuicios, cualesquiera que sean las causas que deseen defender o argüír.